LIBROS
Capablanca, el jugador que venció al tiempo
La editorial McFarland traduce al inglés y reedita en Estados Unidos un viejo libro de Miguel Á. Sánchez, en una versión corregida, aumentada y actualizada sobre la vida del genial ajedrecista, para muchos el mejor de la historia
![Capablanca durante una sesión de simultáneas](https://s1.abcstatics.com/media/cultura/2015/12/14/capablanca2--620x349.jpg)
El día que Capablanca presentaba sus credenciales en Bruselas como agregado comercial cubano, el Rey Leopoldo III de Bélgica se dirigió al genio y le dijo: « Maestro, toda mi vida he querido conocerlo . He estudiado sus partidas y ahora está usted aquí, en persona». La anécdota, con el monarca emocionado por la presencia en palacio de un simple ajedrecista, ilustra hasta qué punto el campeón cubano llegó a ser una celebridad mundial . Todavía hoy, tantos años después de su muerte, es la persona más conocida entre las nacidas en la isla, junto con Fidel Castro .
La editorial McFarland, de Estados Unidos, ha editado el libro «José Raúl Capablanca, a chess biography», de Miguel Á. Sánchez (553 páginas, 68,83 euros en Amazon, a falta de librerías más cercanas). Es la versión traducida, corregida y aumentada de «Capablanca, leyenda y realidad», publicada por el autor cubano en 1978 y ya fuera de cualquier catálogo. El escritor fue acusado en su momento de ser un «desviado ideológico» y expulsado del equipo nacional por sus «tendencias hacia el arte y la literatura» . Llegó a sufrir el castigo de cortar caña en Camagüey, antes de exiliarse.
Por su ambición y envergadura podemos hablar de una obra nueva. Además de las pertinentes correcciones, el volumen está enriquecido con documentos desclasificados , fotografías, artículos del jugador, planillas originales (donde se anotan las partidas), viñetas humorísticas, anuncios publicitarios, así como un apéndice dedicado a la enfermedad y muerte del jugador, que apenas dejó que nadie supiera de su dolencia en vida. Hoy se sabe que padecía hipertensión, mal que llevaba inscrito en los genes. Cuando cayó desplomado en el Chess Manhattan Club de Nueva York, el 8 de marzo de 1941, solo tenía 53 años .
«Mozart del ajedrez»
El elegante volumen es a la vez una biografía, un manual de historia y una excelente recopilación de partidas comentadas , más de doscientas. Lo esencial para el lector menos ducho en el arte del ajedrez es la maravillosa vida breve que llevó este genio de indudable atractivo físico, perseguido por su fama de conquistador, pero sobre todo por las mujeres. Quizá su mayor mérito fue superar la siempre difícil etapa de niño prodigio (con muy pocos años empezó a ser llamado «el Mozart del ajedrez»), antes de (auto)proclamarse campeón panamericano, y de convertirse en rey del mundo en 1921.
Sánchez no se conforma con contar su historia y se remonta a los orígenes del apellido, que ya llevó su bisabuelo Judas Tadeo mientras combatía a las tropas de Napoleón en la Península. Siempre al servicio del Rey –no puede haber origen más ajedrecístico– , los Capablanca acabaron en Cuba, que gracias al azúcar llegó a tener un PIB mayor que el de España, algo insólito en una colonia.
El biógrafo explica la explosión ajedrecística que vivió la isla, perfecto caldo de cultivo para el surgimiento de un astro. La visita a Cuba de El Turco, primer autómata (falso) que jugó al ajedrez, y del gran campeón estadounidense Paul Morphy , en 1862 y 1864, despertó una pasión que sigue pujante. Morphy , otro joven prodigio de vida aún más efímera, también descendiente de un oficial español, jugó numerosas partidas de exhibición, entre ellas una a ciegas contra el esclavo José María Sicre , entonces el mejor ajedrecista de la isla. El momento de eclosión para todo el Caribe fue el duelo por el título mundial que sostuvieron Steinitz y Chigorin en La Habana en 1889.
Su primer mecenas lo matriculó en la universidad de Columbia para mantenerlo lejos del ajedrez. Fue un intento vano
El pequeño Capablanca encontró por tanto acomodo a su talento en el lugar y momento histórico perfectos, con su padre y su tío como entusiastas promotores más cercanos. Todo ello no alcanza a explicar, sin embargo, su irrepetible facilidad para «entender el ajedrez de un vistazo», según su propia expresión. «Yo sé lo que contiene una posición, qué podría ocurrir, qué va a ocurrir». «Usted lo puede imaginar», le dijo a un periodista. «Yo lo sé». Botvinnik , otro campeón mundial, lo resumió de forma gráfica: «No hacía jugadas aisladas, pintaba un cuadro ajedrecístico» .
En gran medida, aquella capacidad era innata. Aprendió a jugar a los cuatro años, sin que nadie le enseñara las reglas , viendo partidas de sus mayores. Puede que la leyenda y su ego hayan engordado el episodio. En todo caso, el ajedrez fue su segunda lengua materna. La armonía y la elegancia con la que disponía las piezas sobre el tablero implicaban un entendimiento profundo de sus mecanismos más secretos, a los que no han sabido llegar ni los más potentes ordenadores del siglo XXI, que siguen buscando en vano la perfección. El juego de Capablanca, veloz y exento de errores, se traducía en una falsa impresión de facilidad , que daba una no menos equívoca sensación de fanfarronería.
Hipertensión heredada
Hay una anécdota que se repitió en su vida y que explica la naturalidad con que encajaba todo. En uno de sus viajes, un campeón local poco prudente le ofreció jugar una partida. Para igualar las fuerzas, el supuesto favorito concedió al muchacho la ventaja de un caballo. El joven Capablanca siempre aceptaba estos regalos de sus ingenuos rivales, que por supuesto acababan perdiendo sin remisión . Después de ganar varias partidas acabó por presentarse e incluso devolvió la ventaja de un caballo, que no le impidió volver a derrotar a su escarmentado anfitrión.
Su único obstáculo, quizá junto a la pereza, fue su salud . Sus padres le prohibieron jugar y entre 1894 y 1897 José Raúl deja de ir al club, pero la visita de Pillsbury a Cuba en 1900 despierta al monstruo dormido y un año más tarde el chaval empieza a ser famoso, sobre todo después de superar a Juan Corzo , el campeón cubano del momento. A los trece años ya era el mejor ajedrecista de su país. Su primer mecenas, Ramón Pelayo , decide pagarle estudios en Estados Unidos y lo matricula en ingeniería mecánica en la Universidad de Columbia, con el compromiso de mantenerse lejos del tablero. Fue un intento vano, pese a algún coqueteo con el béisbol. En 1903, su nombre apareció por primera vez en« The New York Times» y su sonoro apellido se convirtió en una marca imparable que ha sobrevivido a la persona y al tiempo .
«Usted puede imaginar lo que va a ocurrir en una partida», le dijo en una ocasión a un periodista. «Yo lo sé»
En 1909 se puede decir que ya era un jornalero de los jaques. «El prodigio cubano» vivía de jugar partidas rápidas por dinero y de ofrecer exhibiciones de simultáneas por todo el país (pronto por todo el mundo), enfrentándose y derrotando a decenas de jugadores a la vez, a veces a la ciega, sin mirar el tablero. La estrella no pudo esconderse por más tiempo, lo que le ocasionó conflictos con su traicionado mecenas. En una entrevista para ABC publicada en 1932 confiesa que «ganó más que nadie», aunque se apresura a matizar: «nadie gana demasiado con el ajedrez» .
Lo que ocurrió después es más conocido. Su victoria ante Lasker en 1921, tras perseguir durante años al viejo campeón, y su inesperada derrota contra Alekhine en 1927, sin que lograra nunca la ansiada revancha, han sido contadas en varios libros. En ninguno con tal profusión de detalles.