Un cadáver (exquisito) en la morgue
El estand de ABC Cultural en Arco reúne a una serie de artistas jóvenes y un mural en blanco para plasmar su arte
Para entrar en la morgue se necesita un código de barras . Acostumbrados a pasar por el aro en vida, no extraña que aquí haya que someterse al permiso de unos tornos. Dentro, no existe el silencio. Los solitarios cubículos de la típica morgue, bálsamo de formol y otras artimañas para conservar el tiempo, aquí son blancos y abiertos, dejando que su «cautivo» respire. Los pasos retumban, la gente se ríe. pero no hay lágrimas. Hay niños jugando, snobs que miran por encima del hombro, entendidos sobre el mundo del que creen que nadie más entiende… Pero también familias, intentando explicar a sus hijos lo que quizás se les escapa; los que caminan sin ver, con la determinación de seguir un rumbo, el suyo, fijo. ¿A dónde? A la vuelta de la esquina, donde se toparán con su destino y una nueva elección: izquierda o derecha. ¿Y los cadáveres? Arco no es una morgue cualquiera . Hay muertos vivientes, pero también naturalezas muertas, arte estático lleno de vida que se aglutina en cada estand, o se atreve a salir del margen, sin miedo a represalias.
Apenas una vuelta me lleva directa a la muerte. Como raíces, cuatro calaveras verdáceas se expanden portentosas en una obra de Barthèlèmy Toguo. Sin ceño pero con él fruncido, sujetan entre los dientes, intactos al paso del tiempo, una ramita con una hoja; apenas un esbozo de vida cautivo en las fauces de esa extraña mezcla entre la parca e Hidra .
«Imagínate flotando... a la deriva ... sangrando sobre el agua inmóvil» , clama uno de los engendros de Jonathan Meese, ya por la Galería Krinzinger Vienna. A su lado, una mujer, mirando al vacío, cabizbaja. Sus manos, en cambio, expresan más que su rostro sombrío, y dan alas a otra calavera.
En el estand de ABC Cultural, se enuncia el Cada-Ver exquisito . Pero hay vida. Las vallas del artista Manuel Antonio Domínguez, se expanden sobre el primer muro, pero no separan, unen con tonos pastel su obra con la de José Antonio Vallejo, humanos con cabeza de oso de peluche y árboles que someten a unas marionetas masculinas escuetas de ropa. Las fronteras de Domínguez no impiden que las criaturas de Vallejo se cuelen entre sus mimbres. El corsé de sus muros, se puede traspasar, como cada vez menos sucede en el mundo. Al lado, Estefanía, de rodillas y absorta en su nicho. No quiere crear vida, ni un cadáver que simbolice la muerte , la artista solo pretende revertir lo que significa ser bruja, para que todas las mujeres podamos serlo: «Trata sobre todas las cosas malas que nos hacen y todo lo malo que se nos dice», explica, entre codazo y codazo, cómplice. Dos mujeres, una con una llamarada por cabeza y la otra con el rostro negro, se miran, ajenas a los árboles que dominan el mundo de Vallejo y a los muros de calceta de Domínguez. «Le está susurrando bruja», murmura Estefanía. Claro, y la otra se chamusca. «Aunque mi obra parece un poco ñoña, yo siempre intento mezclarlo con algo de humor. Y aquí quería representar cómo nos sentimos también cuando estamos quemadas por dentro».
Sin vino, pero con Jack Daniel's
«El cadáver exquisito beberá del vino nuevo...» , fue el resultado del ingenio de los surrealistas frente a una hoja en blanco. Aquí no hay vino, pero sí Jack Daniel’s. También los sorbitos de Coca Cola que Estefanía intercala entre pincelada y pincelada.
Sobre todo lo que ve, incluidos los rostros mortuorios o dos ángeles, ojos de una (otra) colorida calavera, las setas de Javier Conde o el Bender mafioso que rompe un (otro) muro, reflexionará el «personaje monstruoso, para intentar desvincularlo de género y de sesgos determinados», de Olga de Dios, ilustradora infantil que pretende no solo «acercar el arte contemporáneo a la infancia sino ver qué tienen los niños que decirnos del arte contemporáneo».
Y quizás lo haya conseguido. Dos hermanas de 12 y 7 años, se quedan mirando el cadáver exquisito, en silencio. «Mola mucho, porque tiene muchos colores y me gustan las formas, como si fuera un tetrix . Ahí hay como dos ángeles y están apoyados en agua y también hay graffitis y no tiene mucho sentido pero… y ¡personas! Y ahí veo un pez, dibujos animados y juegos de Nintendo», explica Cova, mientras observa de un lado a otro como un pajarito. Berta, la más pequeña, posa su mirada donde Estefanía susurra fuego con su pincel, en sintonía con los dos Antonios. «Me gusta este porque es como muy creativo y hay como cosas que se deshacen».
Y en una esquina, el Corracaminos huye, despavorido por no haber conseguido la atención de las dos pequeñas . Quizás porque no le persigue Coyote, o porque en lugar de cabeza tiene más patas. Miguel Fúnez estrenó el mural, y eligió una esquina. Aunque no le gusta empezar, lo hizo por el principio. «Trabajo sobre el mundo animal y cómo el ser humano está afectando a este. La idea que traje partía de trastornos animados, con juegos como la manipulación genética… creo una metamorfosis a partir de personajes que están como muy asentados en el imaginario popular», asegura. Como el Correcaminos . «Me interesaba cortar la sangre», suelta de pronto. ¿Qué sangre? Los muertos no sangran . «El Correcaminos siempre va asociado al Coyote, que lo persigue pero nunca lo llega a coger. Y por eso el juego de haberlo cortado, para dejar esa doble lectura», cuenta. Un Correcaminos que huye, tan veloz, aún más con sus cuatro patas, que va dejando en el resto de lienzos unas cuantas plumas.
-¡Están dibujando obras de arte!- exclama un niño, desde el caballito de su padre.
Ya falta menos para que termine la autopsia. El cadáver suplica salir de la morgue , inquieto por la espera, rogando la vida, como hiciera Frankenstein.
¿Al cielo se va en cinta metálica’ Sigo el consejo de dos chicas que me preceden.
-Mira, prueba, cierra los ojos, es un gusto- le dice una a la otra.
Los abro. No, no se iba al cielo. Solo a la salida.
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