125 AÑOS DE «BLANCO Y NEGRO»

Berta Vias Mahou: «Amor eterno»

En manos de Berta Vias Mahou, «Los muñecos» de Primitivo Carcedo cobran vida, se enamoran e incluso escapan del dibujo... para terminar volviendo a él

«Los muñecos», de Primitivo Carcedo

BERTA VIAS MAHOU

Todos los días se acercaba a entablar conversación con él y al cabo de un par de horas de pronto se quedaba callada y se inclinaba sobre él hasta casi rozarle, adelantando los labios y frunciéndolos para formar con ellos una flor, al tiempo que cerraba los ojos. ¿Qué haces, insensata? , exclamaba él, echándose aún más hacia atrás, todo lo que podía, recostado como estaba sobre su joroba contra uno de los muros de aquel escaparate de unos grandes almacenes al que los dos habían ido a parar, mientras con su grandísima nariz ganchuda olisqueaba el aroma que exhalaban la densa cabellera rubia de la muñeca y su vestido blanco. Ella retrocedía unos pasos , aunque enseguida volvía a parlotear, moviendo las manos y abriendo y cerrando los párpados a toda velocidad.

Él, sentado en su taburete, respirando con alivio al ver que volvía a disfrutar de un poco más de espacio en aquel escaparate cubierto de flores de plástico, en cuyo extremo, junto a un río de láminas de estaño, se veía una casucha con un pesebre sobre la que relucía una extraña estrella, indescriptiblemente grande, balanceaba sus cortas piernas, enfundadas en medias blancas, y los pies, embutidos en unos chapines de color negro. Todos los días un joven payaso se acercaba hasta allí para dar la serenata a la pareja con su violín. Todos los días ella soltaba el mismo discurso. El mundo se ha salido de sus goznes, se lamentaba. Aunque sigue girando indiferente sobre su eje. No se puede dar un paso sin que un grave peligro… Todos los días el payaso tocaba la misma melodía. Y todos los días el polichinela al ver aproximarse a la muñeca gruñía y se golpeaba los muslos de impotencia y desesperación.

Cada día ella intentaba robarle un beso con más prisa y muchísima más ansia

Cada día ella intentaba robarle un beso con más prisa y muchísima más ansia. Cada día el payaso del violín aparecía antes. Cada día el polichinela se enfurecía más. Hasta que una mañana, harto de que se repitiera siempre la misma historia y agobiado por la falta de libertad y de perspectivas en aquel comercio, alargó los brazos, cogió carrerilla con sus pasitos cortos de pollo y palmoteando por el aire se echó a volar , atravesando la primera planta de los grandes almacenes y después la puerta, no sin darse algún que otro topetazo con los mostradores y las cajas registradoras, en la chepa, en los codos o en la enorme barriga. Una vez fuera y desde el otro lado del escaparate, sacando la lengua y guiñando un ojo, dijo adiós a la muñeca con la mano. Y después al violinista. Y a los grandes almacenes.

El mundo se ha salido de sus goznes

Y siguió volando y llegó muy lejos. Hasta que, junto a un río de aguas transparentes, divisó una casucha con un pesebre sobre la que relucía una estrella como la del escaparate. Allí tres hombres con corona, uno de piel oscura y los otros con largas cabelleras y barbas de color claro, cada uno sobre un camello, echaron a correr tras él, lo cazaron con una cuerda y lo echaron en el saco del de la barba rubia. En la oscuridad de la bolsa de arpillera, que le arañaba la piel, el títere fue contando los pasos que daba el camello. Un millón quinientos doce mil cuatrocientos treinta y tres. Un millón quinientos doce mil cuatrocientos treinta y cuatro… Una mañana el saco se abrió y el polichinela asomó la nariz. Pero uno de aquellos hombres con corona lo agarró por el cuello y, levantándolo por el aire, lo sentó en un taburete.

Una muñeca rubia con un traje blanco apareció ante él. El mundo se ha salido de sus goznes, aunque sigue girando indiferente, se lamentó y, tras guiñarle un ojo, formó una flor con los labios. Un joven payaso se puso a tocar el violín. No se puede dar un paso…

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