ARQUITECTURA
Arquitectura, poder y pornografía
Una pertinente y muy bien documentada exposición del CCCB en Barcelona ilustra cómo la arquitectura no sólo encierra lo pornográfico, sino que también lo define y lo crea. Disfruten de «1.000 m2 de deseo. Arquitectura y sexualidad»
A principios del siglo XIX se inauguró el Gabinete Secreto en el ala más apartada del Museo Arqueológico de Nápoles . Una sala cerrada a cal y canto con tres cerrojos y tres llaves custodiadas por tres guardianes diferentes donde se almacenaban las obras de iconografía explícitamente sexual desenterradas de las ruinas de Pompeya durante el siglo anterior. Sátiros y cabras, parejas y tríos retozando, grandes falos usados como lámparas y trípodes... Imágenes que en otros tiempos podían verse libremente y que participaban en la conformación del ágora pasaron a ser accesibles sólo para la elite dirigente de una sociedad posterior: hombres blancos, adultos e ilustrados. Nacía una nueva manera de definir lo pornográfico, no tanto relacionada con cuestiones de forma (cómo es el porno), sino con cuestiones de Poder: quién administra el porno; quién decide lo que lo es .
Y al hablar de Poder, se acaba hablando de arquitectura . Lo recordamos al hilo de la muy documentada y pertinente expo del CCCB, dedicada a localizar «dónde» se ha mostrado históricamente lo sexual y lo pornográfico : los lugares que ese poder ha construido para posibilitar o restringir su experiencia. El ala del Museo de Nápoles era un primer ejemplo de cómo la arquitectura no sólo encierra lo pornográfico, sino que lo crea . Los frescos de Pompeya, en principio públicos y no pornográficos, se vuelven transgresores no por ser explícitamente sexuales, sino por situarse en un sitio nuevo al abrigo de las miradas.
Un futuro no lejano
Precisamente se acordaba de Pompeya Paul B. Preciado al final de su excelente ensayo « Pornotopía » (Anagrama), que estudiaba las relaciones entre arquitectura y sexualidad tal como las planteó a partir de los sesenta la revista/marca «Playboy» . Hablando de la mítica Mansión Playboy construida por su fundador Hugh Hefner , Preciado se preguntaba si no acabará convertida en «el primer museo pornotópico de la Historia». Quizá, si pensamos en el de Nápoles, sería en realidad el segundo, porque dentro de unos siglos los habitantes del futuro se pasearán por sus salas y mirarán las portadas de la revista como los viajeros del XIX que conseguían traspasar las puertas del museo secreto.
En el CCCB, el estudio de esas relaciones merece todo un apartado a cargo de otra especialista en el asunto, Beatriz Colomina . Desde el principio, «Playboy» puso en pie de igualdad dos fetiches: el cuerpo de la mujer y el diseño de interiores . Las fantasías que propiciaba la revista lo eran bajo techo, en las que era fundamental el entorno apropiado y la decoración correcta: las curvas de los muebles contaban tanto como las de las chicas . Desde el principio, quedó claro que «Playboy» y el modelo de erotismo que proponía necesitaba tanto a los arquitectos como los arquitectos necesitaban a «Playboy» . El eminente Reyner Banham , uno de los críticos más influyentes de la arquitectura global de posguerra, lo dejó muy claro en 1960: «Me arrastraría una milla para conseguir mi “Playboy”».
«Dibujo de la sección de Panóptico» (1794-95), de Jeremy Bentham «1.000 m2 de deseo. Arquitectura y sexualidad». Colectiva
CCCB. Barcelona. C/ Montalegre, 5. Comisarias: Adélaïde de Caters y Rosa Ferré. Hasta el 19 de marzo