125 años de «Blanco y Negro»
Antonio Colinas: «Sobre el retiro»
Antonio Colinas, reciente premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, se adentra en este dibujo de Sorolla, titulado «En el café de los jardines del Buen Retiro». Un juego de blancos y negros en «Blanco y Negro»
Me refiero, en sentido estricto, al buen hecho de retirarse a un lugar, normalmente solitario y silencioso, donde poder sentir y pensar en plenitud. Ese espacio puede ser un jardín; como sucede en este cuadro de Sorolla , unos jardines que son expresión de «buen retiro». La escena nos remite, de entrada, a esta idea en la que un grupo de personajes ha buscado cierto apartamiento para descansar quizás del torbellino de sentimientos y de pensamientos que llevan dentro de sus cabezas.
Muestra de ello son, al menos, los rostros de tres de los cinco personajes. Uno de ellos, el de la mujer de perfil, muestra la altivez desdeñosa hacia el otro pequeño grupo; en el de uno de los hombres encontramos como reconcentrado el rencor herido y, por último, en el de la otra mujer, hallamos una pasividad medrosa, enfermiza. De los dos personajes masculinos que están de espaldas, no vemos sus rostros; así que podemos intuir en ellos lo que deseemos: desprecio y afán de fuga del grupo o, quizás, de todo lo contrario : de una concentración absoluta y serena en esa mirada que lanzan hacia el vacío del fondo, que suponemos ocupado por los verdores del jardín.
El «Decamerón» de Boccaccio
El fondo del cuadro está en blanco. Se nos dice que el lugar son unos jardines, pero -pensando en Sorolla, pintor por excelencia de las escenas marinas y mediterráneo él-, ese fondo podría ser el de la mar. Imaginamos, por ello, en ese fondo, en esa blancura del cuadro, cualquier símbolo de infinitud: la arboleda de un jardín, sí, pero también un paisaje montuoso, un río, y, sobre todo, la mar.
Pensemos también que esta escena es un arquetipo : la de un grupo de seres humanos que se retiran de un ambiente urbano, social, para buscar algo más para sus vidas que no sean las controversias o los pesares. No he tenido por menos que pensar en el comienzo del «Decamerón» de Boccaccio, en el que un grupo de jóvenes se reúnen en el jardín de una villa para olvidar sus vidas contando las vidas de otros por medio de relatos orales. Es una bella forma de evasión en la plácida atmósfera del jardín. (La escena remite también al placentero «jardín cerrado» de los poetas, aquel en el que puede encontrarse el olvido y la felicidad de espaldas al mundo).
Pero no hay placidez en esta representación y ahora ya sé por qué pienso que esa blancura del fondo me remite a la mar, a la mar precisamente de Sorolla. Pienso en el mes de septiembre de 1919, cuando el pintor hizo un viaje a la isla de Ibiza . Allí fue recibido por autoridades y artistas como la gran personalidad que él ya era. Le impulsaba en ese viaje su gran pasión por la arqueología , en la que la isla de Ibiza es tan rica por su pasado púnico. Le acompañaban su esposa y su hija. Conservamos una bonita foto de Sorolla junto a su mujer al borde del acantilado de uno de los cuatro cuadros que, al menos, allí pintó: un mar borrascoso que rugía abajo entre las rocas, de espaldas al perfil inconfundible de Dalt Vila, la antigua ciudad de Ibiza, que también pintó.
Nos sorprende en esta obra la extremada delicadeza de rasgos y trazos en un pintor tan matérico, tan intenso
Ahora, en aquellos días en Ibiza, no hay personajes, pero la mar, como los jardines del Buen Retiro, es el espacio en el que el pintor manifiesta su psique por medio de las aguas borrascosas remolineando en torno a las rocas negras.
Pero volvamos al cuadro de los jardines del Buen Retiro. También nos sorprende en esta obra la extremada delicadeza de rasgos y trazos en un pintor tan matérico, tan intenso; pero sobre todo fijémonos en esa extremada dualidad del blanco y del negro, que reflejan los extremos del ser. Sorolla podría haberse recreado en los variados colores de su paleta, tan nuevos y maravillosos que a veces parecen estallar. Pero no: prefirió reflejar ese sentido de infinitud leopardiano que representan el blanco vacío del fondo y esa negrura perturbadora de los rostros de los personajes. Estos se hallan en un espacio de plenitud, pero el peso de sus pasiones no logra amansarse con el respirar la paz del jardín.
Por el contrario, esos dos personajes de espaldas al espectador nos dejan con la duda de si también son personajes turbados, o perturbados, por las pasiones, como los otros tres; o dejan vagar sus rostros felizmente por el perfil de los jardines, ignorando la realidad mundana. Y, respirando plenamente, absortos en el verdor (que imaginamos) al fondo. Extrema dualidad del blanco y del negro, rostros que denotan pasiones malsanas. O silencio y olvido. En unos leves trazos, una representación, una lección de vida.