Ajuste de letras
«Me presento para ganar»
Naipaul relata cómo Mailer hizo dúo con Breslin para luchar por la alcaldía de Nueva York en 1969

Hubo un tiempo en el que Norman Mailer –provocador, ambicioso, un esnob de la peor calaña– dejó de funcionar como un escritor. Ni se fijaba en la ropa de la gente. «Solo eres consciente de la gente como ojos, una especie de respuesta. Es más bien como ser un actor», le dijo a V. S. Naipaul . «Me he vuelto mucho más aburrido. Serio, formal, aburrido. Soy un político».
En los agitados años sesenta todo era posible. El sueño americano ya incluía las reivindicaciones de los negros y las mujeres, y el panorama cultural estaba más divertido que nunca. Todo era posible. Incluso que un escritor se presentara a la alcaldía de Nueva York.
Mailer, «conservador de izquierdas», quiso hacerlo en 1960, pero no llegó a anunciar su candidatura. Tres días antes de la fecha prevista, borracho y colocado, apuñaló a su segunda esposa con un cortaplumas. En el invierno de 1969 sí que dio el salto. Al editor de la revista «New York» se le ocurrió que Jimmy Breslin , uno de sus mejores reporteros, podía intentarlo: «Deberías presentarte como candidato a la alcaldía. Y luego escribir una crónica relacionada con eso, o quizás varias crónicas».
Antes de que Breslin pudiera decidirse, un conocido columnista respaldó en público a los dos escritores. «¿Me escuchaste anoche en la radio? Te apoyé. Respaldé a Mailer como alcalde y a ti como presidente del Consejo Municipal para las primarias del Partido Demócrata», le dijo Jack Newfield a Breslin.
«Hice dos cosas. Primero, me reí. Luego me bebí el café –escribió Breslin–. Mientras lo hacía, me decía a mí mismo: ¿Por qué está Mailer por encima de mí en la candidatura?». Y sin pensarlo mucho llamó a Mailer: «Norman, hagámoslo». Breslin anunció la candidatura en una crónica titulada «Me presento para ganar». La portada de aquel número de la revista «New York», que mostraba a los dos escritores sonrientes, decía: «Mailer-Breslin, ¿de verdad?».
Lanzada la candidatura, los medios siguieron la iniciativa con curiosidad. «The New York Times» publicó un editorial plagado de juegos de palabras. «Mailer era una marca registrada», escribe Naipaul en «Nueva York con Norman Mailer» (Endebate). Estaba en el punto culminante de su fama. Dos años antes de ganar el Pulitzer por «Los ejércitos de la noche» había sido arrestado por participar en manifestaciones anti-Vietnam, y se decía que había firmado un contrato de un millón de dólares por un libro sobre el lanzamiento del Apolo a la Luna.
El programa político de esta extraña pareja planteaba que Nueva York se convirtiera en el estado número cincuenta y uno: «Mailer, Breslin, cincuenta y un estados. Lo demás ya lo han probado. Elijan lo más adecuado». Los dos candidatos creían que Nueva York era una ciudad enferma, con una clase obrera sometida y un pueblo desarraigado. También prometían sacar los coches de Manhattan con la construcción de un monorraíl que rodearía la ciudad-estado, bicicletas públicas gratuitas, nuevas guarderías, suficiente metadona para los heroinómanos y un domingo al mes sin tráfico: el «domingo feliz».
«Mailer siempre hacía campaña con un impecable traje azul marino –escribe Naipaul–. Hacia el final se dejó el pelo muy corto. Una semana antes de las elecciones su equipo también perdió pelo». Cayeron en intención de voto, sobre todo tras lo ocurrido en un acto en el que Mailer, borracho, se dedicó a insultar a sus partidarios. El candidato se lamentaba de que la prensa lo estaba ridiculizando: «Y hasta cierto punto lo han conseguido. Hemos cometido errores. Se lo hemos puesto en bandeja».
Bajo el eslogan «¡No más mierda!», fue una campaña entre profesional y de aficionados. Mailer se la tomó como si estuviera escribiendo una novela. En una ocasión le preguntaron por qué no fue a Vietnam. «No quiero que me maten –respondió–. Es una guerra terrible, obscena. Yo habría hecho algo, y me habrían matado». ¿Cómo reaccionaría ante una gran nevada? «Caballero, mearía en la nieve». ¿Qué le diferenciaba del resto de candidatos? «No soy bueno –decía–, y puedo demostrarlo». Y tanto. Naipaul escuchó a un periodista relatar una conversación con un viejo judío de Brooklyn: «Me dijo: “¿No es ese el que le dio de puñaladas a su mujer?”».
Para el equipo del escritor, no quedar últimos ya era una victoria. Consiguió 41.000 votos, un 5 por ciento del total. «Buenas ventas para cualquier escritor, y para Mailer, político de siete semanas, un triunfo», según Naipaul. Quedó el cuarto de cinco candidatos. «Hemos llegado más lejos con menos. Hemos gastado la décima parte que [Robert] Wagner . He sacado un 5 por ciento de los votos; él, el 30. Así que nos ha ido dos veces mejor», dijo a sus seguidores.
Una semana después de las primarias, reconoció que «si no ganas, cambias muy poco». Que probablemente aquello quedaría en una simple curiosidad: «Quizá dentro de cuatro años, en las próximas elecciones, alguien diga: "¿Os acordáis de cuando ese escritor se presentó a la alcaldía?"».
A Breslin le fue mejor en el Consejo Municipal: obtuvo más de 75.000 votos, un 11 por ciento, el quinto de seis. «Una vez que completamos siete semanas de campaña que resultaron infructuosas, todavía seguía nervioso por lo que había visto en mi ciudad –dijo, más aliviado que decepcionado–. De modo que, una vez terminadas las primarias, me fui a un bar y me sentí muy a gusto, y luego fui a otro bar, que estaba todavía mejor, y luego me metí de lleno en aquel mundo». Lo escribió, claro, en la revista «New York».
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