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Íñigo Manterola: «Hay que saber cerrar puertas que tienen éxito comercial»

Tras ganar fama con sus pinturas de temática marinera, este artista vasco ha sido capaz de atreverse a evolucionar y tomar el camino de la escultura abstracta

Íñigo Manterola: «Hay que saber cerrar puertas que tienen éxito comercial» abc

manuel muñiz

Dejar atrás algo que está teniendo éxito no es fácil, pero eso es justamente lo que decidió hacer Íñigo Manterola (Orio, 1973). Sin renegar de su carrera como pintor figurativo de temas típicamente vascos –como la pesca del bonito– a los que sigue retornando, ha sabido abrirse nuevas vías y desarrollar una nueva etapa artística centrada en la abstracción y la escultura.

El mar es una temática constante en su obra. ¿De dónde le viene esa fascinación?

Yo soy hijo, nieto y bisnieto de pescadores, y, al final, heredas un contexto en el que vives. También tiene culpa que tuve mi estudio enfrente de la ría de Orio durante seis años. Entonces empecé a pintar el agua, el agua, el agua, los reflejos... Aparte de eso, creo que me ha marcado mucho el que mi padre y mi madre se separaran cuando yo tenía cuatro años. Yo he sentido la ausencia de mi padre cuando estaba en la mar, en la campaña del bonito, que están cuatro o cinco meses fuera con un día o día y medio entre mareas para estar en casa. Creo que, inconscientemente, utilizo esa ausencia para autojustificar la ausencia de mi padre cuando se separó de mi madre. No sé si es una autoexcusa que me pongo yo, pero no me he separado de esa línea de trabajo. Pero la temática no deja de ser una excusa para seguir evolucionando en tu lenguaje plástico.

¿En su escultura también está presente esta temática o ha pasado más a centrarse en el lenguaje?

«Se me han abierto un millón de puertas y tengo que experimentar»

No tiene nada que ver con la parte figurativa y la temática anterior. No son más que líneas que recorren el soporte. Es la idea de garabato sobre el soporte. La palabra «garabato», hay veces que se malinterpreta, se le da un aspecto negativo. Pero hay que empezar a utilizarla de una manera menos despectiva. Yo la utilizo mucho, me refiero a mis obras, de esa manera: mis esculturas no son más que dibujos o garabatos llevados a las tres dimensiones y la gente me ha llegado a decir: «¿Un garabato a la escultura? ¡Pues vaya chorrada!». Además, yo soy padre, y he visto la evolución de los dibujos de mis niñas, y me he fijado mucho en ellos. También llegó a mis manos un libro de Arno Stern que analiza el dibujo infantil. Y he llevado, primero al relieve y luego a la escultura, los dibujos infantiles. Es decir: inspirado en los dibujos de mis niñas, lo que he hecho ha sido intentar llevarlos a las tres dimensiones; lo mismo que hice en garabatos creados por mí. Hago lo mismo partiendo de un dibujo infantil. ¿Y qué es lo que me interesa de un dibujo infantil? La inseguridad en el trazo, los trazos inacabados o pasados de rosca.

Su obra ha pasado de la pintura a la escultura y de lo figurativo a lo abstracto. ¿Cómo surge esa evolución?

Yo me he considerado toda mi vida, hasta hace siete u ocho años, casi en exclusiva un pintor figurativo. Hacía ejercicios plásticos en los que caminaba hacia la abstracción y volvía a recuperar la figuración de otra manera, pero casi totalmente me consideraba figurativo. En uno de esos ejercicios, en que decido pintar a los pescadores de bonito –un tema tradicional dentro de la pintura vasca–, me metí dentro de un pesquero, fui a alta mar y viví la experiencia. Esa experiencia es la que me da la pista de por dónde tenía que enfocar aquella exposición: tenía que pintar el movimiento; porque en cubierta no vi otra cosa más que gritos, aleteo de bonitos y mucho nerviosismo. Pero son cosas contradictorias: intentar pintar desde una disciplina estática como es la pintura, el movimiento. Eso es muy extraño. Intenté hacerlo como si fuesen fotogramas de una película, en un primer paso. Después empecé a hacer lo mismo, pero, en el soporte, empecé a mezclar las imágenes.

«¿Qué es lo que me interesa de un dibujo infantil? La inseguridad en el trazo»

Al año y medio recupero para otra exposición la misma temática e intento pintar otra vez el movimiento a través de unas líneas, olvidándome de lo anecdótico; me olvidé de la embarcación, del cielo, del pescado. Simplemente me quedé con el pescador e intenté pintar ese movimiento a través de unas líneas que envolvían a ese pescador como si fuesen posturas anteriores o posteriores. Y el resultado fue que, en una de las obras, aparecieron solo las líneas, no había referente figurativo. Entonces me quedé con esa simple idea de entrar en el lienzo con la brocha manchada, hacer un recorrido sin levantarlo y salir del lienzo. Me olvido de la pesca del bonito, no intento representar nada más que ese garabato, ese dibujo continuo sobre el soporte. Hasta que me di cuenta de que estaba haciendo recorridos en el espacio, y empiezo a pensar como escultor. Empecé a incorporar ya el alambre, la tercera dimensión, de una manera física, sobre obras pequeñas. Y pensé que si antes aislaba las líneas del pescador y las ponía en un soporte aparte, si hacía lo mismo trayendo un elemento de la obra al espacio, estaba esculpiendo.

¿Esta transición de la pintura a la escultura la ve como un camino sin retorno o se moverá entre ambas?

Esto no es más que un ejercicio más entre la figuración y la abstracción. Cuando he llegado, primero a la pintura abstracta y luego a la escultura, se me han abierto un millón de puertas. Es un mundo nuevo y tengo mucho que experimentar. De momento, las estoy llevando de manera paralela. Como te decía antes, cada vez que hago un ejercicio de estos y llego a la abstracción, retomo la figuración, pero siempre hay un pequeño cambio en la forma de pintar, porque todos los procesos te enseñan algo y van dejando un poso en la figuración, aunque la temática sea la misma.

Ha dicho que al llegar a la abstracción se le han abierto un millón de puertas. ¿También se le ha cerrado alguna?

«Cada vez que llego a la abstracción, retomo la figuración, pero con un pequeño cambio»

Si algo tengo claro es que no quiero quedarme atascado. Hay artistas que hipotecan su carrera por no salirse de las líneas que les ha marcado el público. La gente reconoce las obras de un artista: «Esto es un chillida, esto es un oteiza, esto es de Antonio López »; y luego no saben dar una pincelada fuera de lo que la gente considera que son ellos por miedo a perder ese empuje comercial que tienen. Me parece un error. De acuerdo que vivimos de esto, pero para el primero que yo pinto es para mí. Si yo no estoy a gusto con lo que hago, apaga y vámonos. Si no salimos de lo mismo, creas un lenguaje, creas una manera de hacer y te repites hasta la saciedad. Es un grave error, desde mi punto de vista, es caer en lo fácil. Por eso, uno de los dogmas en los que baso mi trabajo es la constante evolución para no caer en la repetición y que lo que hago me aporte algo. Yo podría haber estado toda mi vida pintando pescadores de bonito, porque fue una serie que comercialmente tuvo una gran aceptación, y aún seguiría vendiendo si no llego a cambiar de temática. ¿Pero voy a estar toda la vida pintando pescadores de bonito porque la gente me lo demanda? Pues no. Vas cerrando puertas. Hay que saber cerrar también las que tienen éxito comercial, porque, si no, mueres como artista y te conviertes en artesano.

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