de puertas adentro
El «laboratorio» bajo tierra del pintor Eduardo Barco
Casi veinte años lleva trabajando en su estudio actual el pintor Eduardo Barco. Y, si no fuera por el almacén, parecería que acaba de llegar. El orden es necesario para transformarse, según las necesidades, en lugar de trabajo u ámbito de exposición
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Es un sótano en un antiguo edificio industrial en el barrio de Ventas, en Madrid. Ahora está atestado de obras, de materiales, de prototipos y piezas fallidas de los seis artistas que toman el lugar y cuyas estancias vamos dejando de lado según bajamos los diferentes tramos de escalera. Eduardo Barco (Ciudad Real, 1970) ocupa la última planta, aunque nos confiesa que es pura selección natural la que ha ido distribuyendo los talleres: «Yo llegué aquí hace 19 años. Entonces desarrollaba su trabajo un grupo interesante de creadores, entre los que estaban Jorge Galindo o Felicidad Moreno . Yo llegúe algo después, y me dejaron un espacio pequeñito. Pero cuando dejó libre su taller Antonio Murado , yo ocupé su entorno».
Sensaciones «muy animales»
De ese grupo, ya no queda nadie. Otros han llegado al que fue un secadero de plátanos y planta de almacenamiento de los mismos en los años sesenta. Ahora, el inmueble rezuma creatividad: «Es curioso –continúa el pintor–, pero cuando entré en esta estancia me ocurrió algo muy animal . El vano de la puerta es inmenso. Es algo en lo que reparé. Lo primero que hice fue pintarlo todo de blanco y, casi de forma natural, opté por la pared en la que se inserta la puerta. Lo que hice fue cubrirla con un paño de madera , porque su textura determinaba mi trabajo. De una forma también animal me di cuenta de que no podía trabajar de espaldas a la entrada . Y eso que aquí nunca entra nadie».
«Si ahora tuviera que cambiar, estoy seguro de que mantendría este sitio»
Barco define este lugar como «un espacio para la pintura» . El manchego ha comenzado a trabajar recientemente con la escultura, «pero todas esas obras tridimensionales las he tenido que hacer en otro lugar». Son un total de 120 metros cuadrados que se reparten en dos zonas muy bien delimitadas: «Fuera queda el almacén, que además es un ámbito necesario para alguien como yo al que le gusta tener a la vista lo que va haciendo y ocultar lo que puede interferir en la labor . Dentro, el taller propiamente dicho, cuyas proporciones son casi las de un cubo, muy alto, de silencios suficientes, que se estira y se encoge según mis necesidades».
El pintor reconoce que le gusta tenerlo todo recogido («es tiempo que se ahorra cuando te vas a poner a trabajar»). Y pronto reparamos que aquí no hay ventanas , y que el aspecto es muy similar al de un laboratorio, término que él mismo utiliza para definir su lugar de trabajo y cada una de sus piezas: «Aquí siempre disfruto de la misma luz y de la misma temperatura , sea invierno o verano, sea por la mañana o por la tarde. Cruzo fluorescentes de diferente naturaleza para que la luz sea lo más parecida posible a la natural. Pero lo bueno es que siempre es constante. No se puede tener todo : un sitio amplio, asequible, en el centro...».
Una cuestión complicada
Suena el teléfono de las zonas comunes y alguien lo coge. Puede ser Jon Ander del Arco , Michael Finn o Damián Flores , algunos de sus actuales compañeros de viaje. «Lo de compartir estudio es un tema complicado –explica Barco–. Aquí tenemos una norma , y es que no se puede entrar en el taller del otro si su dueño no está. Saber que no estás solo condiciona. Pero yo creo que son todo ventajas. Cuando te atoras, el otro es una mirada fresca que te puede dar una solución. Además, aquí los trabajos que desarrollamos son tan dispares que es imposible que haya problemas de plagio », bromea.
Este es el tercer estudio que ocupa Eduardo Barco y en el que más tiempo ha pasado: «Dejé los otros dos porque se me quedaron pequeños. Y si ahora tuviera que cambiar, estoy seguro de que mantendría este». Pese a los años invertidos aquí, solo la acumulación de obras da pistas del desfase temporal . De hecho, las cajas apiladas parecerían de una mudanza reciente. En la gran sala de trabajo, una mesa con el ordenador, alguna pieza apoyada en la pared, ciertos muebles traidos del Rastro o que él mismo ha construido ( «¡Probádlos. Son muy cómodos!» , nos ofrece orgulloso. Y damos fe de que lo son). El artista se pone a abrir carpetas y descubrimos cómo esa pared sobre la que pinta se transforma rápidamente en un soporte para mostrar dibujos : «Me gusta que el estudio funcione también como sala de exposiciones, un lugar en el que mostrar la obra de forma reposada. Por eso no quiero nada por medio, nada que interrumpa la vista». En el pasado, visitar el estudio era lo más común del mundo . Ahora, Barco añora la poca gente que se anima a hacerlo...
El estudio de Barco es un cubo, alto, de silencios suficientes, que se estira según las necesidades
Este es un sitio para trabajar con las manos. «El trabajo intelectual se desarrolla en casa». Aquí ni lee, ni duerme ni come este artista que se declara «diurno» . Aquí no se atesoran obras de otros autores («Sólo las mías en el almacen. Es mi plan de pensiones –bromea–. Hay quien tiene dinero en Suiza. Yo guardo mis cuadros en un sótano de Madrid»). Aquí sólo hay maquinaria, materiales, muy pocos fetiches (un bote de tinta china que le trajeron de no recuerda dónde; un rollo de cinta de Nueva York; un tarjetón de Dora García que funciona como un mantra; algunos prototipos realizados por sus hijos y que enseña satisfecho...).
El artista acaba de clausurar una muestra importante en el CEART de Fuenlabrada , que a su vez nacía de un libro de poesía visual que editó, y prepara para junio una muestra aún más grande en Ciudad Real que le permitirá mostrar aún mejor el trabajo: «Siento que quiero volver a pintar –confiesa–. Llevo mucho tiempo, quizás demasiado dedicado a la tridimensionalidad. Y pienso que e stoy en un momento vital y creativo interesante ». El mismo que, cuando el consultaba las biografías de otros artistas, denotaba que estaba por llegar la mejor obra : «Me siento libre y con las herramientas mentales resueltas». Tendremos que volver al taller a comprobarlo, darle así una alegría y romper con el maleficio que propició que la gente dejara de visitar los estudios de los artistas.
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