libros

Simon Garfield y una «curiosa historia de la correspondencia»

Jane Austen escribía cartas soporíferas, Emily Dickinson empezó a enviarlas a los 11 años, Lewis Carroll inventó una cartera para sellos. Simon Garfield trufa de anécdotas su ensayo «Postdata»

Simon Garfield y una «curiosa historia de la correspondencia»

rosa belmonte

La Post Office Guide era un voluminoso manual trimestral que publicaba el servicio de correos británico para informar a sus clientes. Por ejemplo: «Los jefes de correos pueden habilitar el traslado de una persona a una dirección a través de un mensajero exprés». En febrero de 1909 dos sufragistas británicas, Daisy Salomon y Elspeth McClellam, quisieron enviarse a Downing Street. Se presentaron en la oficina del West Strand londinense y un telegrafista las acompañó a pie. Como el primer ministro Asquith no quiso recibirlas, fueron declaradas oficialmente «cartas muertas» y devueltas a la oficina.

Garfield ha escrito antes sobre mapas, tipografía, el sida, la lucha libre o el Mini

Es uno de los sucedidos que Simon Garfield cuenta en Postdata. Curiosa historia de la correspondencia . Título peor que el libro. Lo de postdata suena a novela de la melosa Cecelia Ahern. Y lo de curiosa historia…, a Anécdotas de enfermeras y espantos semejantes. El título original se ajusta más al espíritu de la obra. To the letter. A journey through a vanishing world. Porque el libro es una carta de amor a la correspondencia y un viaje por un mundo desaparecido. Un texto documentado y erudito sobre la historia de las cartas. De Marco Aurelio a la reina madre de Inglaterra.

El periodista Simon Garfield (Londres, 1960) ha escrito antes sobre mapas, tipografía, el sida, la lucha libre, la radio o el Mini (el coche). Postdata es un ensayo sobre el género epistolar, el correo, los libros de autoayuda para escribir cartas, los buzones o la cartera para sellos que diseñó Lewis Carroll.

Fracaso sexual

Es un recorrido apabullante y de muy buen gusto literario donde no faltan los chismes. Las cartas de Jane Austen eran soporíferas. Tanto que, estas sí, habrían dado la razón a Twain para desenterrar a la escritora y darle con su tibia. Nada hay en las 160 conservadas que divierta o informe. Nada que ver con las de sus novelas. Para empeorarlo, Austen escribía una primera hoja normal y luego la ponía apaisada y escribía de través aprovechando los huecos. Es cierto, como apunta el especialista John Mullan, que no fueron escritas pensando en su publicación. No las escribe como novelista.

Napoleón a Josefina: «Me cuentan que te has puesto gorda como una granjera»

Por el contrario, las de Madame de Sévigné son conmovedoras. E interesantes. Ya podía dar noticia de una boda, de la guerra civil, de Fouquet, de un incendio o, en las dirigidas a su hija, de un fracaso sexual de su hijo con una de las actrices favoritas de Racine: «…el caballito se le plantó en Lérida. Fue un suceso extraordinario, la pobre damisela por lo visto no se había reído tanto en su vida».

Emily Dickinson empezó a enviar cartas a los once años. Sus cartas eran intensas, llenas de erotismo, al menos las dirigidas a su cuñada y amante Susan Gilbert. También las había a Thomas Wentworth Higginson, consejero literario. «Menciona usted al señor Whitman. No he leído su libro, pero me han dicho que es ignominioso», le escribe Dickinson. Él le pidió una fotografía y ella respondió: «¿Podría creer en mí sin ella? No tengo retratos ahora mismo, pero soy pequeña como un pajarillo y mi pelo es grueso, como el erizo de la castaña, y mis ojos son del color del jerez que el invitado deja en el fondo del vaso». La última carta la escribió días antes de su muerte a los cincuenta y cinco años: «Primitas: Me reclaman. Emily».

Asfixiarse con gas

Tras la muerte de Virginia Woolf, su marido y Vita Sackville-West siguen carteándose a cuenta del testamento. Virginia había dejado a su amiga un manuscrito sin nombrar. Leonard proponía Los años o Flush, pero ella, claro, prefería Las olas o Al faro. Hay regateo. Le manda La señora Dalloway.

Leonard Woolf y Ted Hughes escribieron del suicidio de sus mujeres. Hughes sobre Sylvia Plath : «El médico le administró sedantes muy fuertes y en el intervalo entre una pastilla y la siguiente encendió el horno y se asfixió con el gas… Fue a las 11 cuando finalmente encontraron a Sylvia. Aún estaba caliente».

Más maridos. Napoleón y Enrique VIII eran apasionados cuando iban detrás de Ana Bolena o Josefina. Cuando se cansaron, una fue a la Torre de Londres, y la otra, a la que antes pedía cartas de diez páginas, recibió las ya no tan amorosas palabras de Bonaparte: «Adiós, querida. Manda unas líneas para saber que estás bien. Me cuentan que te has puesto gorda como una granjera normanda». Mucho mejor la decapitación.

Simon Garfield y una «curiosa historia de la correspondencia»

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación