Lena Dunham, la invitada incómoda
«Dice y hace lo que no debe cuando no debe, quizá por eso divierte y solivianta»: así es la creadora y protagonista de «Girls», a cuya figura nos acerca la poeta Elena Medel
Reflexionar sobre Lena Dunham y lo que Dunham significa nos detiene en la primera escena de «Girls»: la cena en la que sus padres le retiran la paga con la que se mantiene en Nueva York, donde trabaja -gratis- como becaria en una editorial. Lena-Hannah replica que con su escritura está luchando por ser «la voz de su generación», o al menos «una voz de una generación», una entre tantas y entre muchas. Hannah remata el episodio irrumpiendo drogada en la habitación de sus padres, para demostrarles la excelencia de su obra.
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Sin embargo, resulta más jugosa la decisión que cierra la árida tercera temporada de «Girls», donde -atención, spoilers- culmina una serie de renuncias: frente a la seguridad de la vida de los casi-treinta-años, el trabajo esclavo o la estabilidad de la pareja, Hannah rompe con todo y decide regresar a la casilla de salida, no a la cena con sus padres en la que se anunciaba como «una voz de una generación», sino al instante en el que decide convertirse en ella misma por sí misma, «la voz de su generación».
Campo de batalla
Lo que Lena Dunham significa, además de Su Obra -en la que destacan un agrio retrato generacional, «Tiny Furniture», sobre el tránsito cabrón de la juventud a la vida adulta; una versión extendida e independiente en forma de serie televisiva, «Girls»; y el libro que ahora se traduce en España, «No soy ese tipo de chica», bebiendo de ambas y de su éxito-, corresponde a otra visión contemporánea y necesaria del feminismo: Hannah, Marnie, Jessa y Shoshanna, por ceñirnos a la Dunham más popular, acercan al gran público reflexiones sobre la sororidad -Beach House, en la tercera temporada-, la desnudez de los cuerpos no normativos -habitualmente, sí, pero sobre todo en el delicioso «One Man’s Trash», ese mediometraje a la francesa que brilló en la segunda temporada- y la reivindicación con Barbara Kruger del cuerpo como campo de batalla, o las contradicciones que una mujer que se reivindica feminista debe afrontar en su día a día.
El gran público
El humor constituye el lenguaje y la materia prima, al mismo tiempo, de los que se sirve Lena Dunham ; lo que nos presenta surge desde el pastiche y la relectura irónica, nunca rebajando el discurso, siempre desde la conciencia de que ciertos temas deben implicar al gran público. «No soy ese tipo de chica» oscila entre la memoir y la autoayuda, la policía de las influencias no deja de colgarle el letrero de hija acelerada de Woody Allen... y el feminismo que Dunham defiende se cuela en la programación de la HBO junto a «Juego de tronos», o comparte mesas de novedades con superventas. Dice y hace lo que no debe cuando no debe. Quizá por eso divierte y quizá por eso, también, solivianta.
Así, Dunham asume esa feliz tradición anglosajona de lo ligero trascendente, de lo importante que se cuenta como si no lo fuera, cultivada con inteligencia por mujeres de cuya genealogía se siente parte -sus colaboraciones en «The New Yorker» o «Zoetrope» lo atestiguan-, en la que se incardinan iconos tan dispares como la escritora Dorothy Parker, la editora Diana Vreeland, la periodista Maeve Brennan o la cineasta Nora Ephron, y coetáneas como la periodista Caitlin Moran, la escritora Roxane Gay o la cantante Lorde.
Leyendo a Lena, viendo «Girls», faveando sus intervenciones en redes sociales -donde narra su vida igual que difunde la obra o la figura de mujeres admirables-, nos transmite la sensación de que se ha colado en la fiesta, para asumir el papel de la invitada incómoda, y menos mal.