arte
Guerrero, negro en su centenario
Se cumplen cien años del nacimiento de José Guerrero. El acto central de los homenajes es una doble exposición granadina que se ocupa del desembarco americano del artista
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El negro, como registro cromático, pero asimismo como termómetro vital, es el hilo conductor de José Guerrero. The Presence of Black , organizada coincidiendo con el centenario del pintor (1914-1991). Una pertinente y doble exposición en su tierra natal, repartida entre el Centro José Guerrero y La Alhambra (espacio expositivo difícil que aquí no queda totalmente resuelto). De todas formas, no podría haber mejores lugares para homenajear a un artista, universal sí, con amplias raíces nacionales.
Esta dualidad, el diálogo entre lo local y lo general, entre la referencialidad y la abstracción, entre lo racional y lo emotivo, es una de sus señas de identidad. Así, la muestra es doble, en los espacios expositivos, y, sobre todo, en su voluntad de presentar la diversidad de Guerrero.
Las muestras abordan una perspectiva no contemplada hasta ahora y fundamental
Muestra que, por primera vez, arroja luz global sobre el período americano del granadino, una perspectiva no contemplada hasta ahora y que, sin embargo, tiene una importancia capital en la comprensión de toda su trayectoria al tratarse de los años que habrían de moldear su carrera. En algunos casos se trata de obras no vistas antes en España, procedentes de colecciones y museos norteamericanos.
Historia de una excepción
La doble propuesta toma su nombre de una exposición seminal realizada en 1958 en la neoyorkina galería de Betty Parsons (la de, entre otros, Pollock, Rothko, B. Newman…), en la que ya se hace patente su plena pertenencia a los mecanismos plásticos del expre- sionismo abstracto y puede corroborarse la importancia que este color –tan empotrado en la tradición española– va a tener en su obra. Una obra que, como hacen visible estas dos citas, viaja desde un primer paisaje referencial hasta adentrarse en otro, este ya plenamente abstracto, en el que las variaciones cromáticas, los gestos, las texturas, la generación de formas y las tensiones emocionales y plásticas que emergen del cuadro y lo sustentan constituyen algunas de las principales voces de una dicción pictórica coral, intensa, personal y muy estudiada.
En algunos casos se trata de obras no vistas antes en España
The Presence of Black abarca un itinerario artístico muy coherente pero para comprenderlo quizás hay que asumir antes su propio itinerario personal. Guerrero es un ejemplo no muy común entre los artistas españoles que arrancan de la posguerra. Tras unos años iniciales de formación en Granada y Madrid, decide continuar su aprendizaje –animado, entre otros, por García Lorca– con una estancia en Roma y París.
Allí conoce a la que será su esposa, la periodista norteamericana Roxane Whittier Pollock y decide trasladarse a EE.UU. en 1949. Esta decisión otorga a su carrera una seña original y diferente, muy poco habitual entre nuestros artistas de entonces, con alguna excepción.
El Atelier 17 de William Hayter
Estoy pensando en la figura de Esteban Vicente , con cuya trayectoria guarda simetrías, y quien ya llevaba una década viviendo en Norteamérica, o en la menos conocida de Luis Quintanilla. El hecho de llegar a un nuevo espacio cultural y lingüístico como el de Nueva York debió suponer un enorme impacto vital como él mismo señala
Destaca sin duda «La brecha de Víznar», obra clave también para Guerrero
El proyecto se articula en tres bloques, que corresponden a un primer acercamiento a la abstracción, todavía con evidentes huellas referenciales. Pienso en Las lavanderas (1950), obra aún figurativa pero que alberga ya indicios formales (especialmente, los óvalos) que pronto desplegaría dentro de estrategias más abstractas. Algo que puede verse en la serie de grabados realizados en el Atelier 17 de William Hayter e incluso en sus «frescos portátiles», de los que aquí se echa en falta una mayor presencia.
Después vendrá una etapa enmarcada en los años 50 en la que se imbricará totalmente en el expresionismo abstracto de Nueva York, como miembro de pleno derecho de un ilustre linaje formado por creadores de la talla de Pollock, Rothko, Kline o Motherwell, y donde será clave el apoyo recibido por parte de James Johnson Sweeney, director del Guggenheim. De este período se muestran algunas piezas espléndidas; mi favorita: Signs and Portents (1956). Finalmente, una tercera etapa que coincide con un momento vital complejo, una suerte de viaje interior a las raíces de su memoria personal y que acabará desembocando en el regreso a España en 1965. De esta época destaca sin duda La brecha de Víznar (1966), obra clave, también para el propio Guerrero.