opinión
«Liberté, égalité, Beyoncé»
La ideología y la utopía son conceptos que se decoloran al primer lavado de cerebro. Otros más sabios que yo hablan de la cultura del espectáculo para retratar nuestro presente, pero a mí me gusta más considerar que esto es una vuelta al barroco
Nadie piense, ni por un instante, que me he inventado este llamativo eslogan del título –¡más quisiera yo tales capacidades imaginativas!– cual sustituto del lema eterno de la Revolución francesa. «Pillé» el eslogan por Twitter: el mar de los Sargazos donde navega sin demasiado rumbo fijo lo mejor y lo peor de nuestro tiempo. Ya no hay nada eterno, ni la eternidad misma. Si ni la Revolución ni Francia están para lamerse las heridas no sea que se contagien aún más de algún germen destructivo (llámense asuntos de cama presidencial o recesión económica), resulta lógico que llegue la todopoderosa Beyoncé y con un golpe de cadera desplace la fraternité a mejor vida.
¿Dónde quedan la Revolución francesa y la cabeza de María Antonieta, que tan bien peinó Stefan Zweig en su biografía dedicada a la reina de Francia? Rodando cuesta abajo. La fraternidad es ella, Beyoncé, el black power de última generación. No voy a elucubrar sobre si la liberté y la égalité siguen ahí o las podemos sustituir por Lady Gaga y el rapero Kanye West en el triunvirato revolucionario. Dado que sus nombres no cuadran en la estrofa rapeada por las redes sociales será que no dan el do de pecho en el grito contemporáneo.
Entre coser y cantar, me quedo con «sing, sing, sing» y ser una «singer»
En esto llegó la Universidad norteamericana de Harvard –los estadounidenses siempre tan cucos para lo suyo y la conquista cultural del mundo entero– y se saca del sombrero de las asignaturas, de los másteres y de las ingenierías educativas de los últimos años que cuestan un potosí e inflan los currículums, una disciplina que se llama Beyoncé o que tiene por objeto de estudio a la cantante. «Química, Física y Beyoncé», me sale a colación. Tal cual, yo la metería también en el plan de estudio español. ¿No hubo, tiempo ha, una asignatura que se nominaba «Pretecnología» y cuya consistencia teórica residía en coser y cantar? Al menos, para las chicas de mi generación así era. Entre coser y cantar, me quedo con sing, sing, sing (cantar, cantar y cantar) y ser una singer como Beyoncé.
Las cátedras y los catedráticos de Estados Unidos se comportan con un pragmatismo absoluto, y si Beyoncé vendió 600.000 copias de uno de sus discos en sólo tres días, algo habrá que analizar y teorizar sobre este fenómeno. Antes que Beyoncé, fue Lady Gaga quien se llevó los laureles académicos y cedió su nombre y su cuerpo –menos rumboso, todo hay que decirlo– a la ciencia. Sí, señores, nos vamos a esperar doscientos años para saber por qué, cómo y cuándo la fraternité se fue por el sumidero de los valores universales.
Harvard se saca del sombrero una disciplina que se llama Beyoncé
Beyoncé rima con el presente, el pasado y hasta el futuro. Liberté, égalite y la susodicha. Una pintada (grafiti) en pleno asfalto de París que ha pasado a la mayor –retuiteada– gloria de las redes sociales y, de ahí, a ser estampado en camisetas de todas las tonalidades. La ideología y la utopía son conceptos que se decoloran al primer lavado de cerebro. Otros mucho más sabios que yo hablan de la cultura del espectáculo para retratar nuestro presente, pero a mí me gusta más considerar que esto es una vuelta al barroco (neobarroco, para ser exactos) y sus excesos.
Lo que algunos otros sabios han denominado el infierno de lo bello y en los discursos del arte contemporáneo se ha recreado hasta la extenuación a través de exposiciones y obras de Sam Taylor-Wood, Bill Viola , los hermanos Chapman, Berlinde de Bruyckere, Matthew Barney, Juan Muñoz , Jonathan Meese... No son casualidades de la vida –pero sí de la Historia, que se repite una y otra vez dos siglos más tarde– cuando el Diccicionario de la Academia Francesa incluye en 1740 el término barroco y su definición: «Dícese también barroco en sentido figurado, con referencia a lo irregular, extravagante, desigual». Francesco Milizia, en su Diccionario de las Bellas Artes de 1797, remata: «Barroco es el superlativo de lo extravagante, el exceso de lo ridículo». Severo Sarduy ya lo llevó todo a nuestro tiempo: «El discurso barroco sólo persuade en la medida que escandaliza sutilmente, que descentra o incomoda». En estas estamos. No cabe la menor duda. Aunque, con toda la ironía que somos capaces de canalizar, también podemos dar un pescozón a los estudios absurdos y a las absurdeces desmedidas con este «tuit» que lanzó al infinito la poeta española Elena Medel (Premio Loewe a la Creación Joven) al hilo de este y otros asuntos : «¿Algún estudio de la Univesidad de Virginia sobre el olor a sobaco del hombre español»? En el barroco y sus dominios también se hablaba con el idioma del sarcasmo desmedido.