análisis

El último de los Borgia

Sus últimas películas reflejan el desmayo de quien dirige sentado y ya no hace de su batuta un arma asesina

El último de los Borgia ASOCIATED PRESS

Rodrigo cortés

No hay manera de que a un hombre le queden bien los pantalones cortos, tampoco a Francis Ford Coppola . Es difícil ser Napoleón con pantalones cortos. En «Corazones en tinieblas», el documental que narra las vesánicas desventuras que envolvieron en la selva de Filipinas a este hombre sin mesura, su mujer, Eleanor Coppola, recogía con su cámara las declaraciones alucinadas y contradictorias de un Julio César en bermudas que sólo se hacía respetar en los planos cortos, cuando sus canillas no distraían la atención de un rostro progresivamente dañado, tan confuso como resuelto, que surcaba sin cálculo las procelosas aguas de lo irrealizable. El resultado fue, en sus propias palabras, Vietnam mismo: una de las películas más geniales, gigantescas, abstractas e irrepetibles de la historia del cine , «Apocalypse now», la cuarta obra maestra de un orate que aún no había cumplido los cuarenta y ya había dejado, Oscar a Oscar, el estremecedor rastro de un Padrino en forma de cabeza de caballo y otro que reinventaba, casi sin proponérselo, el modo de escribir una película

Coppola no fue el Gene Hackman de «La conversación», el técnico de sonido que acaba vencido en el suelo de su cuarto buscando los mismos micrófonos que tantas veces había ocultado; Coppola saldría triunfante de sus batallas sin necesidad de levantar otra tarima que la de la fortuna ajena. Él fue el Tucker que Jeff Bridges habitó en la que quizá sea su última gran película , el diseñador inconformista que se puso a la industria del automóvil por montera con su talento gigantesco y la gigantesca sordera de quien sólo contempla el límite de su barriga abovedada: la del último de los Borgia.

Sus últimas películas reflejan el desmayo de quien dirige sentado y ya no hace de su batuta un arma asesina. Al contrario que Spielberg y Scorsese, que aún ruedan a mordiscos, ha perdido, acaso, el hambre entre sus viñedos de Napa, a cuyas colinas subió una vez para mirar aún más arriba, y desde las que ahora planifica cómo sus nietos, cuando llegue la hora y él dé la orden, conquistarán el planeta.

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