Giacometti, con otros ojos
La mirada centra la exposición de dibujos y esculturas del artista suizo que organiza la Fundación Canal de Madrid
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En la escena más célebre de «Un perro andaluz», Buñuel y Dalí tuvieron la tarantinesca idea de cortar el ojo de una mujer con una navaja. Cruel metáfora de lo que proponían los surrealistas: acabar con la mirada tradicional. Giacometti estaba obsesionado con la mirada. Era, para él, el alma, la esencia de la vida. Esa mirada, que atrapa el artista para mostrarla al espectador, centra la nueva exposición de la Fundación Canal , que ha logrado reunir un centenar de piezas, todas procedentes de la Fundación Giacometti. No es una completa antológica del artista suizo (vimos una en 2013, en la Fundación Mapfre , donde estaban algunas de sus mejores obras), sino una pequeña exposición temática, con dibujos a boli (alguno hecho sobre un mantel de papel), obra gráfica –litografías y aguafuertes– y un conjunto de exquisitas esculturas de pequeño tamaño. La mitad de estos fondos, que han sido restaurados para la ocasión, se exhiben por primera vez.
No está presente el mejor Giacometti, ni el más conocido, ni siquiera el más cotizado – «El hombre que camina I» se vendió por 104,3 millones de dólares –, pero sí el más íntimo y personal. En estos bocetos, esbozados de forma inmediata, tal como bullían las ideas en su cabeza, se halla la esencia del artista. «Si se domina un poco el dibujo –decía Giacometti–, todo lo demás será posible». En un juego de palabras con su célebre «Hombre que camina» (Giacometti siempre inmortalizó a la mujer inmóvil, hierática, cual ídolo totémico, y al hombre caminando), han titulado esta exposición «Giacometti. El hombre que mira». Grandes ojos abiertos, cabezas... nos observan fijamente mientras caminamos, metamorfoseados en seres de Giacometti, por las salas de la fundación. «¡Una cabeza! ¡Todo el mundo sabe lo que es una cabeza!», le recriminó Breton, que abominaba cualquier rastro figurativo en el arte. «Yo no lo sé», le respondió Giacometti, dando por zanjada su aventura surrealista.
Mirada subjetiva de la realidad
Giacometti innovó con encuadres más potentes y desconocidos hasta entonces, como sus figuras de medio cuerpo y, más adelante, con sus ya archiconocidas figuras filiformes: siluetas que se estilizan hasta el extremo. Algunas de ellas, de mayor a menor tamaño, se muestran, encerradas en vitrinas, al final del recorrido en una galería con arcadas. El escenográfico montaje, depurado y elegante, resalta la belleza de estas piezas, que atrapan la densidad de la Historia. Ahí está Egipto, los tótems africanos...
Giacometti, lejos de resolver el eterno debate sobre si el tamaño importa, lo encona aún más con su mirada subjetiva de la realidad. «No vemos realmente a la gente a su tamaño natural». Curiosa teoría. Decía el artista que, cuando estaba delante de una cafetería y miraba pasar a la gente por la acera de enfrente, la veía muy pequeña. Las personas se convertían en simples apariencias, visiones lejanas de cuerpos que se van difuminando en el espacio hasta convertirse en vagas siluetas afiladas.
Entre la nada y el ser
Según Sartre, las obras de Giacometti se hallaban «a mitad de camino entre la nada y el ser». Hermosísima definición para su trabajo. Siempre escogía como modelos a la gente más cercana: su hermano Diego, su esposa, Annette; Caroline, camarera de un bar de Montparnasse con la que mantuvo una intensa relación... O él mismo. Cuelga en la muestra «Autorretrato ante el espejo», en el que una mujer le abraza tiernamente. Retratos solos o en parejas. Preside una sala de la muestra su bella escultura «La pareja», de 1927, de su periodo surrealista. ¿Esculpe usted por los ojos?, le preguntó André Parinaud en una entrevista. «Únicamente por los ojos. Tengo la impresión de que si consiguiera copiar un ojo, aunque solo fuera un poquito, tendría la cabeza completa». Palabra de Giacometti.