Duchamp podría haber robado la idea de su gran broma, el urinario que fundó el arte conceptual

Estudiosos británicos aseguran que la provocación se le ocurrió a la excéntrica artista Else von Frytag-Loringhoven

Duchamp podría haber robado la idea de su gran broma, el urinario que fundó el arte conceptual FÉLIX ORDÓÑEZ

LUIS VENTOSO

Pocos gestos en la historia del arte han dado lugar a tanta estafa perpetrada por impostores mediocres como el urinario de Marcel Duchamp, del que existen copias en museos de arte moderno de medio mundo, incluida la concurrida Tate Modern de Londres. El celebérrimo mingitorio fue enviado en 1917 a una exposición de arte en París, el Salón de los Independientes, inclinado y con la firma de R. Mutt, acompañado de dos dólares para pagar la inscripción en la muestra. El chiste de Duchamp, original en su día por su audaz provocación, pasa por ser el acto fundacional del arte conceptual. El problema es que 87 años después la broma se repite por salas de medio mundo (bolas de papel, cajas de embalaje, ladrillos, coches viejos…), con el agravante de que ahora casi siempre se sufraga con dinero público.

Dos estudiosos británicos han retomado la teoría de que Marcel Duchamp (Normandía, 1887-Neully, 1968), un gran vividor, en realidad seguramente más interesado por el ajedrez que por el arte, robó la idea que lo ha hecho eterno. Julian Spalding, ex director de los museos de Glasgow, y Glyn Thompson, de la Universidad de Leeds, sostienen que la ocurrencia fue de la poeta alemana Else von Freytag-Loringhoven, conocida en su tiempo como Baronesa Dadá por sus originalidades dadaístas. Era una excéntrica absoluta, que adornaba sus chaquetas con aves disecadas y latas de estaño y a la que muchos la veían algo reñida con la cordura.

Un triste final

Vivió en Alemania, Estados Unidos y Francia. En América se buscó la vida trabajando en una fábrica de coches mientras posaba como modelo para creadores avant-garde como Man Ray. Su final fue triste. Retornó a su Alemania en las penurias de la República de Weimar, cuando el ambiente no estaba para sufragar ideas artísticas epatantes. Sobrevivió con la caridad de mecenas estadounidenses, como Peggy Guggenheim, y murió en París en circunstancias extrañas, asfixiada tras dejarse abierto el gas de su apartamento.

Los investigadores británicos recuerdan que Duchamp envió el 11 de abril de 1927 una carta a su hermana en la que le contaba que «una de mis amigas, bajo un seudónimo masculino, Richard Mutt, me ha enviado un urinario de porcelana como si fuese una escultura». La misiva ya se había publicado en 1987, pero fue desdeñada por las galerías, poco dispuestas a hacer añicos un mito que duraba ya décadas. La explicación que se dio entonces fue que Duchamp, muy aficionado a los juegos de equívocos entre sexos, podría estar bromeando y hablando de sí mismo al referirse a que una mujer le había enviado el urinario. De hecho el artista utilizó en numerosas ocasiones un heterónimo femenino, Rrose Sélavy.

Lo cierto es que Duchamp, que en sus últimos años se hizo marchante, una profesión que en su juventud iconoclasta había criticado, no reclamó la autoría del urinario hasta 1950, mucho después de la muerte de la intrépida Baronesa Dadá, que falleció en 1927, con gas y sin gloria. El profesor Thompson, quien no tiene empacho en llamar al francés «ladrón», cree además que con su idea Else von Freytag-Loringhoven no trataba de indagar en la naturaleza del arte, que es la explicación pedante que tantos y tantos comisarios han dado al urinario de Duchamp. Lo único que buscaba con su gesto era denunciar la declaración de guerra de Estados Unidos a Alemania en la primera conflagración mundial.

Ha corrido mucha orina desde 1917, pero el urinario más famoso de la historia sigue dando que hablar.

Duchamp podría haber robado la idea de su gran broma, el urinario que fundó el arte conceptual

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