Historiografía
La historia como conciencia
La historiografía reciente se basa en la sobriedad, la concreción y la objetividad
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La muerte de Ramón Menéndez Pidal , en 1968, nos dejó sin una personalidad que encarnaba un siglo de España. Tal identificación se lograba gracias a la fortuna poco frecuente de una vida centenaria, pero también a la plasmación en su labor intelectual de un modo de concebir el trabajo de historiador . La reconstrucción del pasado se había hecho durante muchos años con el propósito de comprender muy amplios espacios temporales y de dar un sentido preciso a lo que quiso presentarse como el problema del ser de España. La forma de escapar a las visiones metafísicas y fuegos artificiales de ciertos discursos melancólicos en la crisis de la Restauración fue, precisamente, dar forma a la honda preocupación por nuestra experiencia nacional en estudios rigurosamente fieles a una documentación exhaustiva. A la erudición se añadió la belleza expositiva, porque escribir historia era hacerlo siempre con calidad literaria. Y de ahí brotaron los sólidos y hermosos trabajos que Castro o Sánchez Albornoz desarrollaron como interpretación alternativa de nuestro carácter de comunidad consciente desplegada en los siglos.
En la última década del franquismo, la historiografía comenzó a dar un giro que modificó profundamente el carácter de las investigaciones realizadas. No era solo la apertura a nuevas temáticas y el descubrimiento de nuevos problemas. Era, sobre todo, la cancelación de una ambición global y la clausura de una aspiración del lenguaje. La investigación y la edición habrían de lanzarse, en adelante, hacia aspectos concretos que no desbordaran la capacidad individual del historiador y que permitieran especializarlo sin quebrar su visión general. El español utilizado en los libros de historia tuvo que atenerse a la austeridad canonizada de una disciplina que trataba de prestigiarse a través de su inclusión en las ciencias sociales. Para quienes nacimos cerca de la mitad del siglo XX, nuestro adiestramiento como historiadores siempre se confió a ese impulso de concreción, objetividad y sobriedad , que hoy puede resultarnos una limitación formal y una excesiva modestia de perspectiva. Pero también permitió la creación de una historiografía que nos iba facilitando un conocimiento de la historia de España alejado de esencialismos y del ensayo grandilocuente y de no pocas interpretaciones solemnes de quienes ni siquiera habían sido preparados para el ejercicio de esta profesión.
La nueva historia se escribió por lectores infatigables de los grandes maestros españoles y europeos, y eso permitió que la renovación se realizara sin dejar de respetar una larga y tensa tradición. Quienes llegaban a su primera madurez a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta eran jóvenes profesores preocupados por comprender qué había ocurrido con la formación de España como nación, cuáles las causas de su secular atraso económico o de la insuficiente realización de una cultura liberal. Les obsesionaba, nos obsesionaba a todos, entender las raíces últimas de la tragedia de la guerra civil . Les inspiraba, nos inspiraba a todos, llegar a educar a nuestros jóvenes, que serían ciudadanos de una España distinta, y proporcionar a un selecto público lector, destinado a hacerse con el gobierno de una nación en democracia, una reflexión sobre nuestro pasado , precisa, documentada, alejada de complejos nacionales y lejana a las arrogancias patrioteras.
Y aquella fue una cosecha conmovedora , llena de pulso intelectual y vocación cívica. Fue un producto atento a lo mejor de lo que estaba escribiéndose en Europa, que excavaba también en el fondo de su materia temporal para extraer el espíritu resistente de una civilización. A comienzos de los setenta, la Historia de España publicada por Alianza Editorial se sumó a los volúmenes de la que Espasa Calpe estaba ofreciendo desde los años cuarenta, bajo la dirección original de Menéndez Pidal. Mi maestro Miguel Artola publicó en ambas su inmensa aproximación a la España de Fernando VII y los primeros años del liberalismo español. El arranque de la España contemporánea y el perfil genuino de su burguesía pasó a ser un área de estudio de prodigiosa fertilidad.
La frustrada industrialización, iniciada y cancelada, perdido su impulso inaugural que nos habría vinculado a los países más desarrollados, fue la tesis que Jordi Nadal propuso en una obra aún no superada. Una serie de estudios sobre las finanzas del Estado, a cargo de Josep Fontana , fue mucho más allá de los estudios eruditos sobre un tema de innegable aridez. Sus trabajos ofrecieron una amplia perspectiva de las relaciones entre el Estado y la sociedad a comienzos de la era liberal, que explicaba buena parte de sus deficiencias. Tuñón de Lara , quizás el más empeñado de todos en construir un espacio colectivo de reflexión, como educador generoso de una élite universitaria, sembró de intuiciones revisionistas la historia del movimiento obrero y la crónica de los debates intelectuales desde la guerra de la Independencia hasta la guerra civil. Sus Coloquios de Pau nos sirvieron a algunos de rito iniciático , hoy apacible nostalgia. Con la publicación de «Alfonso XIII y la crisis de la Restauración» en 1969, Carlos Seco abrió las venas de una época cuyas dolencias fundamentaron la gran tragedia de 1936. Y un joven de increíble capacidad de trabajo y curiosidad ilimitada, que se llamó Javier Tusell , hizo sus primeras armas estudiando los procesos electorales del periodo republicano.
Es imposible dar cuenta aquí ni siquiera de un grupo pequeño de aquella generación fecunda y laboriosa , que entendió que la historia era un asunto demasiado serio y arriesgado como para abandonarlo en manos no profesionales. Apartaron la mirada de sus alumnos y lectores de una experiencia que se les había transmitido como vergonzoso fracaso nacional o como heroica sucesión de gestos mitificados. Fueron imprescindibles, en el límite agónico de la dictadura franquista , para que los españoles recuperaran su conciencia cívica, su afecto por ellos mismos, su respeto a esta España en cuya historia, construida y contemplada con tan sosegada pasión, se había vertebrado la vigencia de una irrevocable cultura y el razonable deseo de permanecer como nación.