«La bandera negra», la primera película que criticó la pena de muerte durante la dictadura
Rodada en la clandestinidad en Madrid en 1956, siete años antes que «El verdugo», no llegó a estrenarse en salas y fue financiada por Francisco Javier Pérez de Rada, marqués de Jaureguizar, que entonces tenía 27 años
El 17 de febrero de 1964, se estrenó en España «El verdugo» . Dirigida por Luis García Berlanga y con la pena de muerte como telón de fondo, la película superó la censura del Ministerio de Información y Turismo (previo paso por la «podadora», según reconoció en su día el propio cineasta) y logró los premios de la crítica en la Mostra de Venecia -desatando la ira del embajador de España en Italia, Alfredo Sánchez Bella - y en el festival de Moscú . Hoy en día, de hecho, está considerada una de las grandes películas de la historia del cine español.
Sin embargo, y más allá de su indudable valor, «El verdugo» no fue la primera cinta que osó cuestionar la pena capital en tiempos de la dictadura franquista en nuestro país. Siete años antes de que el filme de Berlanga llegara a las salas, un grupo de jóvenes, comprometidos con la defensa de los derechos humanos , rodó en la clandestinidad, en las noches del verano de 1956 en las calles de Madrid, la película «La bandera negra» (en alusión a la que se izaba una vez ejecutada la sentencia). Basada en una obra de teatro de Horacio Ruiz de la Fuente , relataba, a modo de intenso monólogo, las largas hora de espera de un padre la noche previa a la ejecución de su hijo, condenado a muerte por haber asesinado a su mujer.
Al frente, Amando de Ossorio , un muchacho gallego que en 1942 había aterrizado en la capital con la cabeza plagada de sueños cinematográficos y que logró convencer a Francisco Javier Pérez de Rada , joven estudiante de Derecho, de buena familia, para que invirtiera en el proyecto de «La bandera negra». Para ello, se apostó en la barra del Café Gijón , que Pérez de Rada solía frecuentar en compañía de los intelectuales de la época. Allí estuvo, día sí y día también, hasta que un barman les presentó y De Ossorio consiguió que Pérez de Rada se sumara a la cinta, como productor de la misma.
Presupuesto
El joven había recibido una herencia familiar y, llevado por su compromiso en defensa de la vida y su espíritu inquieto y creativo, fundó la productora Atlas , única encargada de financiar la cinta. Las 2.525.550 pesetas que figuran en los registros oficiales a los que ha tenido acceso este periódico como «presupuesto previsto para la realización de la película» salieron, íntegramente, del bolsillo de Pérez de Rada, que se embarcó en el rodaje clandestino sin que sus padres, marqueses de Zabalegui , lo supieran. De Ossorio y él comenzaron a perfilar el guión y eligieron como protagonista a uno de los actores más destacados de la época, José María Seoane , que el año anterior había estrenado en el teatro «Cyrano de Bergerac».
Siguiendo los trámites y vericuetos legales del régimen, el equipo solicitó el permiso de rodaje . La contestación administrativa llegó, con fecha de 20 de julio de 1956: «Esta Dirección General, a la vista de los informes que ha merecido el guión cinematográfico que a dicha instancia se adjuntaba como base para la realización de dicha película, ha resuelto desestimar su petición, denegando en consecuencia el permiso de rodaje recabado. La presente determinación negativa se adopta en vista de las razones censoras que se oponen a la aprobación del guión de referencia».
Pero el plan de producción no se detiene y el rodaje comienza, en la clandestinidad , el mismo 20 de julio. Con los mínimos medios posibles y filmando durante la noche, el equipo se trasladaba en taxis (que corrían a cargo de Pérez de Rada), cambiando de localización a diario para burlar a la Policía, que cada vez que les daba «caza» les imponía costosas multas (cada una de unas mil pesetas) que el productor iba acumulando sin saber muy bien cómo iba a hacer frente a todo aquello. Entretanto, los padres de Pérez de Rada , extrañados de que su hijo se ausentara de casa cada noche, pensaban que andaba detrás de alguna novieta.
A finales del verano, el rodaje ha terminado, como dan cuenta algunos recortes de periódicos de la época, que hablan de «acontecimiento significativo para el cine nacional por la magnitud que representa artísticamente» (14/10/56) y destacan que trata «un tema nuevo, intenso, apasionante y de una plástica audaz y exigente, resuelto de forma que ha de producir en el ánimo de los espectadores que la vean proyectada en la gran pantalla una fuerte y humana reacción» (23/9/56). Finalmente, el permiso de rodaje llega, por fin, el 17 de octubre: «(...) vistos los informes emitidos por los Lectores de esta Dirección General sobre el guión modificado por la Entidad Productora (...), la jefatura de esta Sección se honra proponiendo a la Superioridad la concesión del permiso de rodaje».
Entre esos «informes» a los que hace referencia el documento administrativo, llaman la atención comentarios como los de un lector que asegura que «queda reducido a su condición de guión sentimentaloide una vez expurgado de las peligrosas razones jurídico religiosas en que pretendía apoyarse. Desde el punto de vista religioso, pues, no ofrece dificultades»; u otro que asegura, tajante, que «solamente un milagro podrá hacer que esta película resulte digna de consideración». Demasiada vanguardia para la censura de la época, que, por ñoña y esteticista, consideró inocua la crítica contra la pena de muerte .
Multas
Pero aún faltaba un último paso para que la empresa llegara a buen término: la Junta de Calificación y Censura del Ministerio de Información y Turismo debía pronunciarse sobre las posibilidades de exhibición de «La bandera negra» . Lo hizo el 19 de febrero de 1957, calificando la película, por mayoría, de Tercera Categoría, por lo que la privaba de cualquier ayuda estatal y prohibía su exportación al extranjero. A este varapalo, que Pérez de Rada recurrió sin éxito, se sumó la multa de 50.000 pesetas que le fue impuesta por haber iniciado el rodaje sin permiso y que, tras varios recursos, logró reducir a 5.000 pesetas en 1964.
La Junta de Censura calificó la película de Tercera Categoría, lo que la privó de cualquier ayuda estatal y prohibió su exportación
Aunque fue exhibida en el festival de cine experimental belga de Knokke-le-Zoute (el Ministerio de Información y Turismo autorizó su exportación excepcional en julio del 57 al tener «varias propuestas de compra»), «La bandera negra» no llegó a estrenarse nunca en las salas españolas, que argumentaron que era demasiado experimental y carecía, por tanto, de interés comercial. Al poco tiempo, Javier Pérez de Rada cerró Atlas, la productora que fundó para financiar la película, y enterró la historia en su memoria. Y allí permaneció hasta que, cuarenta años después de todo aquello y ya siendo marqués de Jaureguizar , llamó a su puerta el abogado y escritor Emilio G. Romero . Éste, un apasionado del séptimo arte, había descubierto la existencia de esta «joya» y quería hablar con quienes la hicieron posible.
«Se arruinó totalmente. Fue una catástrofe y escarmentó. Me decía que le engañaban, hasta los de iluminación y vestuario. Los padres estaban indignados con él cuando acabó la película. Fue su único experimento cinematográfico. Le embargaron todo, hasta los rollos de la película», recuerda, en conversación telefónica con ABC, Romero. «Durante cuarenta años, no había hablado nada de esta película, su familia no sabía nada, y cuando lo fui a ver acabó muy triste, supuso una frustración. A los pocos días, apareció la película. Fuimos a El Corte Inglés y nos hicieron dos copias. Si se hubiera hecho en Francia, tendría su lugar en la historia del cine. Llama la atención que, hasta ahora, nadie haya puesto el foco en ella», reflexiona el autor, que terminó trasladando, en parte, la historia del rodaje a la novela «Lejos de Thelema» (Editorial Almuzara).
Francisco Javier Pérez de Rada y Díaz Rubín , VII marqués de Jaureguizar, falleció en Madrid, a los 84 años, en enero de 2013. Unos años antes de morir, entregó a la Filmoteca Española , para su conservación, los rollos de la película, que fue restaurada en 2001 en colaboración con la Agencia Gallega de Industrias Culturales, en cuya filmoteca se depositó otra copia del filme. Hace apenas unos días, su mujer, Covadonga, y dos de sus hijas, sentadas en la casa de una de ellas, vieron «La bandera negra» en compañía de quien esto escribe. Lo hicieron con esa mezcla de curiosidad y nostalgia que sólo provocan los buenos recuerdos, aquellos que merecen ser contados. «Es una historia que se debe saber», fue el comentario generalizado de la familia al final de la proyección.