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Del infierno a Río 2016

Una escalera le rompió una vértebra a Beatriz Molina, pero no ha podido con ella ni con su pasión por el atletismo

Del infierno a Río 2016 mikel ponce

LAURA MARTA

Su pasión por el atletismo nació en su niñez, y por Iris, su hija, hace diez años. Dos amores que Bea Molina (Castellón, 1973) estuvo a punto de perder en un accidente, pero de los que encuentra cada día la energía para levantarse, calzarse las zapatillas y lanzarse hacia sus metas. Una de ellas está en Río 2016, aunque bien sabe ella que la escalera del éxito se sube despacio.

Porque las escaleras no solo suben, también bajan. Uno de sus peldaños arrastró a Molina hasta el infierno en 2005. «Vivo en un primero y nunca usaba el ascensor. Como siempre, bajé con mi hija de seis meses en brazos y tropecé». El instinto maternal la impulsó a caer hacia atrás sin importarle que el golpe le fracturara dos costillas y una vértebra. «Empezó un calvario, pero lo volvería a hacer mil veces».

Ese calvario fueron infinitos dolores, muchos meses de rehabilitación y recurrentes pesadillas. «Soñé con la caída cada día, cerraba los ojos y volvía a caer. Hasta comencé a utilizar el ascensor. Pero todas las cosas pasan por algo», recuerda con un punto de amargura, dos de firmeza y tres de optimismo.

El mismo con el que se planteó volver a correr en cuanto pudiera. «Primero quería recuperar mi vida, pero después solo si los médicos me hubieran dicho que era perjudicial, lo hubiera dejado. Nunca he dicho ‘no voy a poder’. No sabía cuánto me costaría, pero el atletismo no iba a quedarse en aquel escalón». Pasaron casi cuatro años antes de poder operarse, pero las zapatillas la esperaban para comenzar su nueva vida. Con una tabla de rehabilitación de por vida, la ayuda de los médicos, la de su marido –fisioterapeuta–, y, «sobre todo, las ganas de volver a levantar a Iris» la empujaron hacia arriba. «Comencé con carreritas de menos de cinco kilómetros. Me quedaba enganchada en el tres, pero mi cabeza sabía que podía llegar a los cinco». Hasta atreverse con el cross o el maratón de Italia. «El objetivo era terminar sin dolor. Después de dos horas y 50 minutos me encontré bien. Es curioso que después del accidente he hecho mis mejores marcas», sonríe, pensando en sus 2 horas 42’ en Berlín o la clasificación para el Campeonato de España de 5.000.

El quirófano como rutina

La caída también le abrió unas puertas inesperadas en su vida profesional. «Con todo lo que yo he aprendido sobre la espalda, sus dolores y sus tratamientos, me formé como monitora de pilates y ahora consigo que gente que llega con hernias o sin poder moverse se olviden de las operaciones y sigan corriendo. Eso también me ha hecho más fuerte, que de mi problema surjan soluciones para muchos».

Sin embargo, ella no puede olvidarse del quirófano. Los médicos le mandaron reposo por las costillas fracturadas, pero no se percataron de la vértebra que había pinzado cuatro raíces nerviosas. «En un entrenamiento noté que me fallaba la pierna y tuve que volver a operarme para pinchar los nervios y fortalecer los músculos. El problema es que cada dos o tres años, mis nervios se regeneran y la intervención es obligatoria». En la segunda operación estaba más fuerte. Le dieron el alta y una silla de ruedas. La apartó y dijo: «Yo salgo andando. Y salí andando», ríe ante el recuerdo.

A los cuatro días volvió a los entrenamientos, a las dos semanas terminó el Cross de Atapuerca y a los cinco meses, campeona del Maratón International Women de Magaluf (Mallorca). «Volvía a estar entre las mejores y me dio mucha energía. Y a Iris le había prometido que subiríamos al podio de nuevo». Molina subió de dos en dos el tramo de escaleras que la llevó desde el infierno hasta la tierra, ahora quiere seguir ascendiendo hacia el cielo: 2016. «Tengo compañeras que tienen mejores marcas, pero sin mis limitaciones. A los Juegos vamos dos o tres, ¿por qué no puedo ser una de ellas?». A los Reyes Magos solo les pide salud. «Del resto ya me encargo yo».

Del infierno a Río 2016

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