día de las personas sin hogar
Asociación Bokatas: Un bocadillo para recuperar vidas perdidas
ABC pasa una noche con este colectivo, que actúa como intermediario entre personas sin hogar y entidades sociales
Los martes a las ocho y media de la tarde, la puerta de la sede de la Fundación Rais en Valencia no deja de abrirse. Llegan los voluntarios de la Asociación Bokatas, un proyecto que nació hace 20 años en Madrid con su eje de acción centrado en el acercamiento a las miles de personas sin hogar, que hoy celebran su Día. No fue hasta 2004 cuando se constituyeron como entidad y hace apenas un mes aterrizaron en la ciudad por el déficit que, según consideraban, había en asistencia. El espacio de Rais les sirve para organizarse, a la vez que para remitir a este lugar a los «sintecho» si quieren comer o ducharse. Una opción que pretenden ampliar lo más pronto posible a otras organizaciones mediante la coordinación, una vez consigan funcionar de forma más autónoma.
En seis semanas han pasado de cinco a 20 voluntarios, todos jóvenes, estudiantes o trabajadores. Ninguno de ellos está profesionalizado –únicamente han recibido una formación básica previa–, pero son los encargados de mantener la esencia del colectivo. ABC acompaña durante a una noche a los miembros de esta asociación, que ofrecen un testimonio directo de su labor.
No todos se conocen (cada semana aparece gente nueva), y aun así entran seguros de haber establecido un compromiso fiel con ellos mismos y con el mundo que les rodea. La indiferencia no va con ellos.
La organización les lleva 45 minutos. Preparan los bocadillos (alrededor de 60 por noche), un caldo caliente y fruta. Es el símbolo de su acercamiento, la excusa. El gesto va mucho más allá. «Nuestra función es ser más medio que fin, intentamos acercar a estas personas a entidades profesionales, pero tiene que nacer de ellas salir de la calle», explica Pablo Marín, uno de los voluntarios que, junto a Pepe García, lleva las riendas de Bokatas. Son conscientes de que el proceso es largo, puesto que cada uno cuenta con una vivencia personal y la ayuda debe materializarse de diferentes formas según los individuos.
«Coherencia»
El tiempo no les importa, saben por qué estan ahí, y todo se basa en una palabra: coherencia. «Nos dimos cuenta de que teníamos que atender lo local, el barrio, esa realidad tan cercana que pasa desapercibida porque está rutinizada. Teníamos que ponerles cara, nombre y entrar en un proceso de conocimiento mútuo. No somos profesionales, pero si estamos aquí es porque las Administraciones no están cumpliendo con su trabajo», indican.
Una vez está todo preparado, alrededor de las 9 y cuarto de la noche, llega el momento de salir hacia las rutas. Los voluntarios se dividen por grupos, teniendo en cuenta detalles como que en cada uno haya un «guía» o que las chicas no vayan solas. Esta noche toca Alameda, la plaza del Pilar, el Carmen y la Gran Vía Fernando el Católico, a la espera de «rastrear» nuevos lugares donde habitualmente se concentran los «sin hogar». «No es sólo gente pobre, algunos cobran la renta mínima, pero tienen las necesidades vitales muy trastocadas debido a las adicciones. Otros, como las personas inmigrantes, mandan todos los ingresos a sus países de origen, mientras ellos siguen en la calle. El problema es más de exclusión social que de pobreza», afirma Pablo.
Pautas
De camino, Dani Ortiz, otro de los voluntarios, comenta las pautas que han de cumplir: ser naturales, cercanos, dialogantes, no juzgar, no hacer donaciones y no imponer. ¿Algún caso que demuestre que en la calle puede acabar cualquiera?
«Manuel, un hombre de 70 años que había regentado varios restaurantes en la costa y quebraron. Sus redes económicas y familiares se rompieron y terminó sin casa. No encontraba sitio en albergues, así que sólo le quedaba dormir a la intemperie. Nos dijo que lo que le daba la fuerza era los ratos que pasaba con nosotros. Le gustaba escribir y un día le llevé una libreta, pero no estaba. Nos dijeron que había entrado en Casa Caridad. Fue una alegría».
Divisamos al primer grupo en la plaza del Pilar y Dani les da la mano, cumpliendo bien con los consejos. Naturales de Rumanía, la comunicación no es fácil por el idioma. Van descalzos y preguntan por zapatos y sacos de dormir. Es la oportunidad de acercarlos al centro de día de la Fundación Rais, y así se lo hace saber Dani, aunque no les promete nada («no podemos caer en el asistencialismo», nos insiste). Uno de ellos tiene a una hija en la cárcel. «Tiene 26 años, como tú», comenta. En total, tiene cuatro, pero no da muchos más datos sobre ellos. Los voluntarios les entregan un bocadillo y caldo. Se lo guardan porque hoy han podido comer.
Los pasos nos llevan a la Gran Vía Fernando el Católico, donde se encuentra Ramón, de Elche. Tiene 61 años y lleva cinco meses durmiendo en un banco porque ya no cobra el desempleo. Se preocupa por mantener aseada su zona para que no le desalojen. «Cada vez que gano algo de dinero voy a la lavandería a limpiar mi manta. Desayuno en un horno cercano que me da comida. A cambio, les ayudo a colocar las mesas. Hay que ser agradecido, ¿no?». Y así lo hace. Da las gracias por la comida y por el rato de charla.
«Los invisibles»
Tras una vuelta más y comprobar de nuevo el buen recibimiento de estas personas, que responden a un gesto amable con amplias sonrisas, la jornada finaliza sobre las 23.30 en el punto de partida, donde los miembros de la asociación realizan una puesta en común de sus impresiones y de las posibles mejoras. Lo importante es, como explica Dani, crear un vínculo que les permita abrirse con confianza y poder realizar un acompañamiento: «Ojalá no tuviéramos que plantearnos todo esto; ojalá nuestro fin último se cumpliera y nadie estuviera en la calle; ojalá dejaran de ser invisibles. ¿A que ahora que has conocido a varios te has dado cuenta de cómo has normalizado estas situaciones en tu día a día? Seguro que a partir de ahora te fijas más».