Sor Lucía Caram
Una religión que es capaz de cargar con la suprema penitencia de tener que albergar en su seno a una criatura como esa Sor Lucía Caram ha de ser la buena
“Para mí las pruebas de la existencia de Dios se manifiestan en la bondad, en la belleza… y cuando veo jugar a Messi veo eso”. Así caviló no ha mucho esa esforzada stajanovista de la telebasura, la tal Sor Lucía Caram, de cuyo obsesivo empeño narcisista por exhibir sus parcas luces en los platós debemos, por lo visto, aprender todos los catalanes, tal que si de una reencarnación pampera de Teresa de Ávila se tratase. Lo confieso, con los personajes de su cuerda, arquetipos de la inmortal picaresca hispánica como recién salidos de un esperpento de Valle Inclán, me ocurre lo mismo que a Chesterton con la delicada cuestión de la salvación eterna.
Es sabido que el inglés mutó su personal escatología el día que, por casualidad, se tropezó con un templo católico mientras paseaba por Londres. Según reconocería más tarde, la arquitectura de aquella iglesia se le antojó horrenda. Además, los feligreses que halló en su interior semejaban, todos, sin excepción, torvos y sombríos, cuando no zafios. A su vez, el sacerdote que oficiaba la liturgia se revelaría a sus ojos como un zote, al demostrar durante la plegaria una ignorancia profunda, enciclopédica, acerca de los fundamentos teológicos de las Escrituras. Y, por si algo faltase, los monaguillos eran dos enclenques anémicos, de tez lechosa y mirada esquiva; un par de semovientes que solo incitaban a salir corriendo de allí. Pues bien, tras contemplar la escena, aquel gran lógico decidió -con buen criterio- abrazar inmediatamente la fe de Roma. “Si una confesión que se presenta de modo tan penoso ante el mundo ha logrado pervivir casi dos milenios, su doctrina necesariamente debe ser la verdadera”, concluyó para sus adentros. Y que me viene a ocurrir otro tanto de lo mismo, decía ahí arriba. Pues, sin duda, una religión que es capaz de cargar con la suprema penitencia de tener que albergar en su seno a una criatura como esa Sor Lucía Caram ha de ser la buena. Seguro.