Robbie Williams, «showman» total en el Palau Sant Jordi
El cantante británico regresó a Barcelona tras una década de ausencia con un frenético y entretenido espectáculo
Mucho se ha hecho de rogar Robbie Williams, más de una década de ausencia desde que pisó por última vez la ciudad y paseó por el escenario su estampa de divo gamberrete, de estrella con un sano sentido de la autoparodia que el tiempo apenas ha conseguido domesticar. Diez largos años que, sin embargo, el público olvidó en cuanto el británico apareció sobre el escenario como un miura recién salido del toril, se sacudió de encima «Let Me Entertain You» y «Rock DJ» y dejó bien claro que había venido a exprimir su faceta de showman total. El pop, en su versión más gamberra, desenfadada y descacharrante.
«Durante las próximas dos horas, vuestro culo me pertenece», bramó al poco de plantar bandera, una vez más, en un Sant Jordi abarrotado. Dicho y hecho, el británico predicó con el ejemplo y, además de apropiarse de las posaderas de 18.000 personas, brincó de un lado a otro, hizo espagats, paseó por el escenario como un pollo descabezado y, sobre todo, transformó esa batidora con la que monta y mezcla estilos en una hormigonera fuera de control. Todo por el espectáculo. Todo por entretener. De ahí que no tenga reparos en arrimar su propio repertorio a clásicos de Queen, The Isley Brothers o Led Zeppelin, que se atreva con versiones a capella del «Ignition» de R. Kelly o el «Freedom» de George Michael, o que alterne el disfraz de hooligan del pop con un smoking de crooner para abrazar el swing de Cab Calloway.
Todo vale, sí, aunque nada sería lo mismo sin el rosario de hits que engarzó con gran frenesí, sin esa portentosa sección de vientos que reclamaba atención a codazos, o, en fin, sin las payasada de un Robbie que sabe, al mismo tiempo, ser gracioso y caer en gracia. A veces la voz no acabó de acompañarle —lo de medirse a Freddie Mercury tiene sus riesgos— y la noche perdió un poco de nervio cuando agarró la guitarra para presentar las canciones que había compuesto para sus hijos e interpretó junto a su padre «Better Man» , pero si algo sabe el cantante inglés es manejarse sobre el escenario como si estuviera en el salón de su casa.
He aquí, pues, un anfitrión desenvuelto y deslenguado que lo mismo baja al foso al grito de «¡permiso, estrella del pop pasando!» que se encama con una chica del público para interpretar «Candy», se atreve con el «Bohemian Rapsody» de Queen o se encaja en la cabeza unos cuernos de diablo que no hubiesen desentonado en una despedida de soltero en Lloret de Mar. Con Williams, como ven, todo vale. Y, mejor aún, casi todo acaba funcionando.
Antes de irse, Williams también tuvo tiempo de ponerse serio para dedicar, como ya hizo en Madrid, la hermosa «Angels» a las víctimas del avión de GermanWings que se estrelló en los Alpes. Quien se quedase con ganas de más tiene una nueva oportunidad el 25 de julio, cuando encabezará en Barcelona el festival
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