Sociedad

OPÁ, YO VIAZÉ UN CORRÁ

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La preceptiva ilustrada más clásica impuso una cierta y lógica cordura en las representaciones teatrales. Quedaron así desterradas para siempre aquellas funciones en las que el día y la noche se alternaban con la misma alegría que el invierno y el verano en poco más de dos horas, y el 'verismo' -más que la verdad- quedó implantado en la escena. Todo tenía que transcurrir con un orden y un concierto, nada de viajes imposibles, ni de niños que de pronto tenían treinta años sin que los espectadores llegaran a comprender cómo se había producido el cambio. Era la regla de las tres unidades, lugar, espacio y tiempo, la que encorsetaba el talento, la que limitaba la imaginación, la que ceñía y controlaba, en definitiva, a la sociedad. El orden establecía asimismo, una secuencia lógica de acontecimientos que no podían ir más allá de la introducción, el clímax y el desenlace porque, en un intento de 'ilustrar' a los espectadores, nada podía ser 'del cristal con que se mira' como había dicho Calderón, sino de un blanco nuclear o de un negro zahíno. De aquella herencia ilustrada nos quedó esta manía de convertir el horizonte en un complicado puzzle de compartimentos estancos, de clasificarlo todo, los vientos, las nubes, los ánimos. Esto aquí, y lo otro allí, nada fuera de su supuesto sitio. Y de pronto, uno se da cuenta de lo relativo que es todo. De lo frágiles que son las fronteras del tiempo y del espacio, de lo amarga que resulta la medicina de la simetría, de lo difícil que es mantener los cajones ordenados. De nada sirve la regla de las tres unidades, porque ni antes estábamos tan bien ni ahora estamos tan mal. Créanme. No todo tiene una explicación lógica, no siempre dos más dos son cuatro, no toda mezcla de hidrógeno y oxígeno produce agua potable. Y hay que andarse con cuidado cuando el suelo está mojado, como lo está ahora, porque se acabó el concierto, y resulta que el orden de los factores sí que altera el producto.

Como en una novela por entregas, cada semana vamos conociendo de dónde sacan la tela para confeccionar el traje nuevo del emperador, cuántos centímetros se va recortando nuestro mañana para pagar un ayer del que ya casi no nos acordamos. Y bajan los sueldos, y los derechos, y los complementos, y las prestaciones, y suben los horarios, y los deberes y los impuestos y los miedos. Aún no hemos pasado el clímax pero ya vemos el desenlace, el fin de una época, un futuro cargado de pasado, que es la única herencia que podremos dejar a nuestros hijos. Vuelven los magos, los hechiceros, los profetas que habían abandonado la escena de este teatro. Y vuelven para sembrar vientos esperando la cosecha de tempestades. Vuelven para recuperar las comedias de magia, los autos sacramentales, los dramas calderonianos.Ya lo saben, hay visionarios como Paul Krugman que anuncian un corralito para el mes que viene, y hay quien guarda los ahorros -pocos, no se crean- debajo de los colchones. La preceptiva ilustrada se nos ha ido de las manos, ya nada parece real, ni siquiera creíble, qué quieren que les diga. Lo bueno es que ya nos vaticinó el Koala para que sirven los corralitos, 'pa echá gallina y pa echá mininos', lo malo es que los actores de esta farsa somos siempre los mismos, recuerden 'yo te ayuo a sacar la papas, yo te ayuo a lo que haga farta'.. ¡Ay!, opá.¡qué más nos quedará por ver hasta que baje el telón!