Apuntes

El último muro de contención

Que el número de personas que piden comida a la beneficencia en la provincia haya crecido un 50% durante el último año debe ser la última señal de alarma para todos

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Las palabras empiezan a parecer gastadas. Los avisos suenan a cantinela y el efecto del miedo, a fuerza de perdurar, desaparece porque nadie puede mantenerse en tensión mucho tiempo. Pero los números espantan y, sobre todo, deben ser un despertador de conciencias para que todos pasemos a la acción.

Que el número de personas que pide comida a las asociaciones de beneficencia y caridad haya crecido un 50% en la provincia durante 2011 debe suponer la última llamada. Porque no hay que ser ningún experto en sociología, ni economista, para entender que cuando se quiebre esa red, las palabras dejarán de ser la herramienta y la advertencia ya no servirá de nada.

Es fácil intuir lo que pasará cuando las primeras familias no encuentren ya refugio alimenticio en esos centros. Ninguna otra salida les quedará cuando ya no alcancen los recursos de la generosidad social para todos. Sólo quedará la violencia, el delito, que son dos formas de la desesperación que han aparecido constantemente durante la cíclica historia de la humanidad. La capacidad de las ONG, de Cruz Roja, Cáritas y otros colectivos igualmente sacrificados, aunque menos conocidos, también tendrá un límite.

Los alimentos que reciben gratuitamente empiezan a descender, aunque el pasado año repartieron más de cinco toneladas, y el número de personas que los piden no deja de crecer, hasta acercarse a los 100.000 solicitantes de ayuda al año.

La ecuación es bien sencilla. Crecen los necesitados, a un ritmo nunca conocido en esta etapa democrática, y las donaciones son levemente mayores a las habituales.

Los que están en primera línea de guerra contra la pobreza, en estos bancos de alimentos, no dejan de llamar la atención de todos. Hay que hacer algo, ya. Muchos meses con esta tendencia y será tarde.