ALBERO EN LOS BOLSILLOS
Actualizado: GuardarA mí el fin del mundo que me pille bailando, piensa, y pide para él solo una jarra entera de rebujito, aunque sea bebida de 'gayers', porque es media tarde y tiene arena en el cielo de la boca y en las fosas nasales, y porque todavía hace calor y además puede pagarla. Nossa, Nossa. Ai si eu te pego. Que sí. Que te pego. Que el fin del mundo será el lunes de resaca, y lo traerán los chicos de la limpieza, atado a los cubos de basura, a eso de las seis de la mañana, cuando el sol despunte detrás de los muros del Real, y los canis borrachos regresen a las profundidades abisales de sus estercoleros, y los señores mayores con bigote comiencen de nuevo a sentirse incómodos, sucios y viejos, y a las señoras mayores con flequillo estucado les jodan los tacones y los años, y los solteros se sientan más solteros que nunca, y los casados más casados que siempre, y las rubias cuarentonas que revientan los vaqueros recuperen la conciencia del tamaño de su miedo y de sus pistoleras, y asuman otra vez la conjura de su soledad, y decidan tomarse la última donde haga falta, en tu casa o en la mía, y perdona el desavío, lindura, pero no recuerdo tu nombre. Nossa. Nossa.
Ahora que todos los lunes son lunes negros, y todos los martes son martes de ceniza y todos los viernes son viernes de dolores, a mí el fin del mundo me pillará bailando, piensa, y ata en corto la penita, y tira con fuerza del estribo de la angustia, y se calza el fino caliente y aguado, y pide otra jarra porque el jueves de feria no solo hay que estar vivo sino además parecerlo. El lunes de resaca, insiste, cuando explote esta burbuja de copas y de gritos, cuando el periódico regrese a su minuciosa descripción del Apocalipsis, le dará vueltas a un par de asuntos: cómo pagarse el último año de carrera, por ejemplo; o hasta dónde alcanzará la ayuda de su padre, sin ir más lejos. El lunes (nunca antes) se planteará qué hacer si su chica se larga finalmente a Berlín, aunque lo mismo cae la breva y el título de Económicas, con máster en gestión de activos, convence al medio analfabeto que busca cajeras para el súper. Porque 600 euros, a qué negarlo, son 600 euros. Y más como está la cosa. La cosa. Nossa. Nossa.
Que sí, que a mí el fin del mundo me pillará borracho, piensa, con esa especie de lentitud analgésica que inyectan el amanecer, la primavera y el alcohol de garrafa; que me pillará así, carajo, cínico y roto, con los pies cansados y la camisa sucia y la garganta abierta de tanto chéster de contrabando; que sí, que es lo que hay, que está decidido, que regresaré a casa en taxi, y cuando el taxista encienda la radio y el locutor de turno escupa, una a una, todas nuestras desgracias, entonces y solo entonces recordaré el lunes de resaca de hace cuatro años, aquel lunes mínimo y ridículo en el que el fin del mundo estaba todavía muy lejos y éramos felices sin saberlo.