Tribuna

La ciudad de vecindad

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En esos tiempos en los que tantos nos gusta mirarnos, ya saben, cuando los espejos siempre nos decían siempre lo mismo, que éramos los más cultos y los más guapos y los más sabios y que cuando se creó el mundo ya estábamos nosotros debatiendo por dónde iba a girar, ya teníamos el mismo problema que ahora. Así lo dejó escrito González del Castillo que hizo una crónica de la ciudad mucho más simple y fiable que la que luego nos hemos empeñado en disfrazar con esos trampantojos de una memoria tan colectiva como dudosa. El sainetero puso el dedo en la llaga de nuestras flaquezas y enumeró en 'La casa de vecindad' cuáles eran nuestras debilidades mucho antes de que nos encerrásemos en lo que creímos que eran nuestras fortalezas. Las peleas de vecinos son un clásico en nuestra historia sentimental, en una ciudad donde la falta de espacio impidió el crecimiento poligonero y donde el cuerpo a cuerpo hizo carne el debate entre majos y petimetres que entretuvo a este país hace doscientos años. De ahí que la figura del casero se hiciera pronto indispensable en el organigrama social que hemos heredado. El casero, que mantenía extrañas relaciones de fidelidad con el propietario y ejercía una vigilancia atroz sobre el resto de convecinos, era sin dudas, la autoridad moral de la casa, el que -o la que, que en esto nunca hubo discriminación de género- establecía las normas, los horarios y quien tenía siempre la sartén por el mango. Del casero nacieron dos hijos, dignas ramas que al tronco salen, que heredaron lo peor de sus antecesores, el presidente de la comunidad de propietarios y el de la asociación de vecinos, camuflados durante un tiempo de democracia, participación, buen rollito y reivindicaciones.

Pero ¡Ay! que la cabra siempre tira al monte y más pronto que tarde, a todos nos sale el casero que llevamos dentro. Andan a la gresca las asociaciones de vecinos de esta ciudad por culpa de las subvenciones municipales y de la atención que reciben por parte del Ayuntamiento. Que si todo está bien o todo está mal según de donde soplen los vientos. lo de siempre. Que ya lo dijo el casero de González del Castillo «Oiga usted, callemos, y respete usted la llave que ha puesto en mi mano el dueño de la casa». En el fondo, esto sigue siendo una casa de vecindad.