Claudio Rodríguez, el poeta que escribía andando
Diez articulistas revisan la obra de este autor de versos largos, misterioso, místico, amante de la naturaleza y de la libertad estética La revista 'Campo de Agramante' dedica su monográfico de otoño al más original de los integrantes de la Generación del 50
CÁDIZ . Actualizado: Guardar«¿Y si la primavera es verdadera? / Ya no sé que decir. Me voy alegre. / Tú no sabías que la muerte es bella, / triste doncella». El escritor zamorano Claudio Rodríguez se marchó para siempre un 22 de julio de 1999, dejando tras de sí cinco libros de poemas y seis premios de reconocido prestigio. En vida, regaló una de las obras más originales y trascendentes de la poética del medio siglo español. Emanó misterio, simbolismo, melancolía, misticismo y admiración por la naturaleza; luchó por la libertad, personal y estética, existió a su manera. Vivió al lado de Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre, de Caballero Bonald, de Luis Rosales, de su íntimo amigo Francisco Brines. Y amó a Clara.
Sus creaciones, recopiladas y estudiadas en numerosas ocasiones, adquieren un punto de vista inédito en el número 16 de la revista de literatura 'Campo de Agramante' que edita la Fundación Caballero Bonald. Una vuelta de tuerca en el análisis de la poesía del más diferente de todos los que engrosaron la Generación del 50. Mientras la mayoría de los niños de la guerra servía sus plumas al Realismo Social, Claudio Rodríguez se empeñaba en utilizar una sintaxis poética nueva y ofrecer una profundidad inalcanzable. Publicó poco, desechó muchísimo y dejó inéditos unos cuantos. Uno de esos poemas guardados en el cajón, el soneto que dedica a la «palma que tiene en el balcón» su mujer, Clara Miranda, ha sido cedido por la viuda para enriquecer la publicación.
Un monográfico en el que, además de todo esto, se incluyen ejemplos de la correspondencia que el zamorano mantuvo con compañeros como José Ángel Valente, Carlos Bousoño o Jaime Gil de Biedma, entre otros. El grueso del ejemplar lo forman los diez artículos que, firmados por otros tantos escritores, profesores e investigadores punteros, suponen una revisión a su corta pero de calidad suprema obra. Las ilustraciones son de Federico López Muñoz.
Abre este corpus teórico y personal, José Manuel Caballero Bonald, con su 'Memoria de Claudio'. A partir de ahí, y siguiendo el objetivo de la revista, se ahonda en las particularidades de la poética del autor del 'Don de la ebriedad'. El crítico literario Jorge Rodríguez Padrón propone 'otra' lectura de Claudio Rodríguez, partiendo de las influencias del zamorano: de Fray Luis de León y los místicos, pero también de Rimbaud, Blake o Hölderlin y Wordsworth. De la mezcla, surge su posición en territorio religioso, en el sentido sagrado de la poesía. «Al ponerme a escribir, todo se va uniendo el espíritu y no hay separación posible entre el alma y la realidad externa».
La 'manía andariega' de Rodríguez también está presente en el análisis de 'Campo de Agramante', así como el sentido de la palabra 'adiós' en su obra. Tomás Sánchez Santiago habla de la esencia del poeta. «Claudio Rodríguez llega a los lugares sólo para irse», apunta.
«Su obra se hizo en buena medida andando por los campos de Castilla, se quedaba extasiado con ellos y les daba un valor sagrado. Pero sabía que esa belleza era real pero, por otro lado, provisional», sostiene el director de la revista, el escritor Jesús Fernández Palacios, quien tuvo ocasión de tratar al zamorano en varias ocasiones. Tras la primera cita, en Cádiz, Rodríguez le regaló un ramo de claveles rojos. «Da idea de su ingenio, de lo divertido y original que era, pero también de lo frágil y desvalido que se sentía».
Su temprana despedida de este mundo, a los 65 años de edad, no superó su precocidad literaria. Asombró y deslumbró al mundo de las letras con 'Don de la ebriedad', el primero y más laureado de sus poemarios, escrito con sólo 18 años y que le valió el Adonais con 22. Después vendrían 'Conjuros' (1958), 'Alianza y condena' (1965, Premio de la Crítica); 'El vuelo de la celebración' (1976) y 'Casi una leyenda'. De esta última obra hace su análisis el profesor Michel Mudrovic en el artículo titulado 'La nada que lo es todo. El poema cero de la escritura en 'Casi una leyenda''.
En su estancia en Nottingham y Cambridge, a finales de los 50, Claudio Rodríguez descubre a los románticos ingleses, sobre todo a William Wordsworth y Dylan Thomas. Esta influencia es comparada por Natalia Carbajosa en otro de los textos de la revista, titulado 'Plotino en la poesía de Claudio Rodríguez y el pensamiento de Katheleen Raine'.
Además, Jesús Hernández ofrece un compendio de las entrevistas que le realizó a lo largo de su vida al poeta zamorano. Su voz está presente, también, en la reproducción de parte del discurso que pronunció cuando recibió el II Premio de Poesía Iberoamericana 'Reina Sofía' en 1993. «El mundo es impuro y el poeta verdadero es puro aun a pesar suyo. Se trata de mejorar, de que nuestra vida sea fecunda y generosa porque el principio del amor es la entrega, como el de la poesía», concluyó.