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Contar los libros y contar los días
«No es terapia, es literatura», dice él mismo de la selección de pasajes de su diario, que dará a conocer hoy en la Caballero Bonald El sanluqueño Tomás Rodríguez presenta esta tarde 'Escribir la lectura'
JEREZ. Actualizado: Guardar«No es terapia; es literatura». Dice Tomás Rodríguez que un diario es un lugar en el que el autor puede «aparecer o desaparecer», un espacio que admite «la mezcla de memoria, de ficción y de verdad», «nuevas incursiones y otras formas de escritura». Y apunta además: «Como ocurre con la poesía, un diario es un subgénero de minorías, y ahí están los de Tólstoi, Dovstoievsky o Valéry. ¿No hubiera sido fascinante leer los diarios de Cervantes o los de Borges?».
Tomás Rodríguez publica el suyo desde el año 2007 en una bitácora intimista y distinta, que mira permanentemente hacia dentro, y de cuyas entradas proceden los textos de 'Escribir la lectura', el libro que presenta esta tarde en la Fundación Caballero Bonald (20.00 horas de la tarde) de la mano de Juan Carlos Palma.
Se trata de un compendio de pasajes editado por La Isla de Siltolá en los que el autor constata que «las horas de escritura sustancian la vida hasta trasvasarla a ese mecanismo de concepción de la realidad». A partir de ahí, el volumen se organiza en tres 'claves': Sándor Márai, Imre Kertész y Jules Renard. Cada una de ellas fue escrita «bajo la influencia» de las lecturas de 'Diario 1887-1919', de Jules Renard; 'Yo, otro', de Imre Kertész y 'Diarios 1984-1989', de Sándor Márai. Las referencias concretas a ciertos pasajes de estos títulos abrigan otras reflexiones más generales y universales que alcanzan a Pessoa, Tólstoi, Cervantes o Kafka.
«Los libros que conducen a otros libros son una obsesión en mis lecturas -reconoce el escritor sanluqueño-; es, sin duda, un criterio fundamental para mí. A Renard y Kertész llegué gracias a Vila Matas, y a Sándor Márai, de un modo azaroso, pues leí las primeras páginas de su 'Diario' y en ese momento pude corroborar que el autor tenía el tono adecuado para escribir la lectura que yo había comenzado».
A Tomás Rodríguez le apasionó «su independencia, el relato de sus soledades, los márgenes de silencio con que nutrían sus obras». De ahí fue de donde surgió el intento de «una glosa creativa, que utilizara una estructura narrativa eficiente capaz de amoldarse a un diario, pero que guardara su propia unidad».
Vida propia
Aquel diario, admite el autor, «parece haber alcanzado vida propia, señas de identidad que lo definen y que, sin darme cuenta, serán fugitivas e inconstantes como lo son la vida y los días».
Una de esas señas de identidad consiste en el derecho a la matización continua, a la rectificación e incluso a la propia contradicción. «La literatura no trata de establecer axiomas o sistemas de pensamientos cerrados, como la filosofía. Así lo expresaba Antonio Machado en 'Juan de Mairena' y así lo creo yo. Los asertos son siempre insinuaciones, sugerencias, acercamientos. Desde el centro, en la soledad, en el silencio abisal de la creación, el escritor no puede establecer verdades absolutas, solo puede participar de ellas, y así lo intenta transmitir. Eso, sin duda, conlleva variaciones, matices, pero siempre de la misma belleza, con la misma respiración, desde la otra realidad», señala.
Otra de las citadas señas de identidad es el tono agrio con el que el autor sanluqueño aborda ciertas cuestiones, como «la vanidad de los mediocres», que define como «un mal endémico que ha colapsado la literatura y que la está empobreciendo».
«Algunas tendencias poéticas, por ejemplo, han confundido la literatura con el panfleto, la literatura con la política, la literatura con la religión. Cuando hablo de la vanidad y de los mediocres me refiero a que, en la mayoría de las editoriales, premios y suplementos culturales, cada vez funciona todo más con criterios extraliterarios. Los motivos son otros, porque se antepone el ego, lo individual, a la propia literatura. El sentido de lo ajeno se ha ido diluyendo en la cultura occidental debido a que los mediocres han ido tomando el poder».