«¿Qué le ha pasado a tu hijo, por Dios?»
CÓRDOBA. Actualizado: GuardarCórdoba se acostó el lunes con el alma encogida y dispuesta a afrontar el décimo día desde la desaparición de los hermanos Ruth y José. En el arranque de la semana, allegados del padre, José Bretón señalaron que necesitaba «apoyo psicológico». Pero el amanecer de ayer fue de pesadilla para la ciudad y, sobre todo, para la calle Don Carlos Romero del barrio de La Viñuela.En su número 8, de madrugada, la Policía Nacional detuvo a José Bretón, sobre el que desde el inicio de la investigación se habían centrado las sospechas por las lagunas en su relato sobre la desaparición de los pequeños.
El arresto se había producido ante la existencia de indicios de un posible delito de homicidio, lo que alejaría la esperanza de hallar a los menores vivos. La casa en la que fue arrestado era la de sus padres, Bartolomé y Antonia, donde residía desde hace unas semanas, cuando dejó Huelva tras iniciar una convulsa separación de su esposa, con la que tuvo a Ruth y José.
La ducha de agua fría dejó al barrio empapado de lágrimas, dolor e incredulidad. Al mediodía, a sólo unos portales de distancia del número 8, tres vecinas protagonizaban una seria tertulia monotemática. «A lo mejor, no ha hecho nada», decía una. Otra intentaba buscar una explicación en su conocimiento de Bretón y de sus padres: «Si es verdad, ha perdido la cabeza. Él es calladito, buena persona. Los abuelos y él son gente trabajadora».
«¿'El José' ha hecho eso?»
La avalancha de información contradictoria también hacía que algunos en plena calle se abonaran al tremendismo. «Enterrados están ya», voceaba una señora. Mientras otra lo ponía en duda: «¿'El José' -por Bretón- ha hecho eso?». Y toda la tensión acumulada se desbordó cuando los abuelos de Ruth y José regresaron a su casa. Al preguntarle los medios a Bartolomé por cómo se encontraba, hizo un ademán abriendo los brazos y lloró. Iba por delante. Más rezagada estaba su mujer. Con ella se cruzó Aurora, una vieja conocida que tiene un negocio en esta calle desde hace treinta años. Se fundieron en un abrazo deshechas en lágrimas.
A Antonia sólo se le escuchó una expresión de dolor: «¡Ay, Aurora!». Y sin quererlo Aurora sintetizó el drama en una pregunta a la abuela: «¿Qué le ha pasado a tu hijo, por Dios? ¿Qué le ha pasado a tu hijo?».
A Antonia la acompañaba un amigo de toda la vida de la familia. Él contestó cuando se le preguntó a la abuela cómo estaba. «Mal, no lo ves», respondió a un periodista. Tras dejarles en casa, este mismo amigo de la familia aseguró que «la fe de que vayan a aparecer la tenemos aún. Mientras no haya un culpable, hay esperanza».