Exculpados

Se han hecho muchos juicios temerarios sobre algunos políticos, solo porque de ellos podía temerse lo peor. Cuando los tribunales más altos dictan sentencia ya se nos ha olvidado cuál era la causa y hay personas, acusadas de haberse llevado el dinero de todos, a las que nadie pide disculpas. El tesorero Bárcenas, al que tengo el gusto de no conocer, ha sido declarado inocente. El magistrado Antonio Pereira considera que no hay indicios suficientes para mantener la imputación. ¿Cómo podemos pedirle perdón, incluso por no haberle insultado, los que sospechamos de él al enterarnos de que los tribunales lo consideraban sospechoso? No basta con decirle «perdón por las molestias», que es un letrero que suelen poner cuando hacen obras en la acera de casa. Su honor ha sido pisoteado y ya se sabe que cuando se lleva al tinte nunca queda como estaba.

Quien tiene un amigo tiene un tesoro, pero quien tiene un amigo tesorero de un partido político se mosquea mucho si cambia de coche o lo ve inflarse de percebes. Por eso es recomendable tener mucho cuidado en la elección de nuestras amistades. No hay que escogerlos entre las colas del desempleo, pero si lo eran con anterioridad deben seguir siéndolo. Así no hay forma de equivocarse. «Lo humilde es lo verdadero», que me dijo don Jorge Guillén, que acabó sus gloriosos días en un pequeño piso frente al mar, mucho más chico que el de algunos zánganos que se dedicaron al tenebroso asunto de prometer a todos «una vivienda digna» mientras apilaban más billetes que ladrillos.

Los exculpados, aunque sean de Gürtel, merecen una satisfacción. Quizá no sea tan grande como la que algunos experimentaron en aquellos tiempos. Se puede ser rico, pero honrado. Y también se puede seguir investigando, por si ha habido algún horror judicial, pero está mal, si han sido calumniados, mantener el agravio con vistas a la lucha electoral. Quien la hace debe pagarla, pero hay que hacer bien las cuentas, no sea que como siempre seamos nosotros los que las paguemos todas juntas.