Alejandro Morilla resultó lesionado de la rodilla, pero volvió al ruedo para cortar una oreja al último de la tarde. :: JUAN CARLOS CORCHADO
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Torería y arrojo de Alejandro Morilla

Cortó una oreja a un peligroso cebada tras salir de la enfermería; mismo premio al obtenido por Barrera y David Mora

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La corrida de Cebada Gago, siempre esperada por los buenos aficionados al constituir el único eslabón torista del ciclo, se saldó en esta ocasión con cierto aire de decepción, pues los toros resultaron, en general, mansos y descastados. Muy por encima de ellos se mostró la terna, que realizó un gran esfuerzo para superar las dificultades planteadas por unos astados que, al menos, mantuvieron vivo el interés durante toda la tarde debido a su cambiante juego.

El primer cebada de la tarde fue un castaño berreón de agresiva embestida, al que Antonio Barrera supo aguantar con arrojo y decisión para estirarse a la verónica. El animal, escaso de fortaleza, se desplomó con estrépito tras su encuentro con la cabalgadura. Ante el escaso recorrido que presentaba la res, el sevillano empleó el recurso de alargar los muletazos y dejar siempre la franela en la cara con el fin de ligar las series. Pero el toro poseía muy poca entrega y presentaba la incertidumbre propia del que muestra una acometida imprevisible, por lo que a Barrera sólo le cupo la opción de mostrarse muy firme y no mostrar nunca un ápice de duda. Manoletinas encadenadas a un pase de pecho pusieron fin a una meritoria labor que quedó refrendada con una buena estocada.

Lesión de rodilla

Con ajustados lances de recibo recibió después al cuarto, el único toro negro del encierro, que evidenció de salida una embestida humillada y corta. Se adornó Antonio con florida gallardía capotera para dejar a su enemigo en suerte, y se arrancó éste desde una distancia considerable al caballo montado por Plácido Sandoval, picador que ejecutaría la suerte con gran solvencia y pureza.

Inició el trasteo con un pase cambiado por la espalda y vibrantes muletazos, que el toro tomaba con codicia y fiereza. Tardo en los primeros cites de las series, pero de repetidora y emocionante embestida en los sucesivos. Pero los animales son cambiantes en su comportamiento. Una prueba de ello se constató con este ejemplar de Cebada, que pronto se orientó y trocó su inicial boyantía por un carácter dubitativo y reservón. Valiente y muy decidido se mostró con él Barrera, que había obtenido pases lucidos mientras su oponente duró.

El colorado, ojo de perdiz, que hizo segundo, se quedó debajo del capote de Alejandro Morilla y no le permitió estirarse a la verónica. Tras un quite por chicuelinas, inició la faena el gaditano con escalofriantes pases cambiados por la espalda que dieron paso a un toreo en redondo en el que tuvo que sortear la embestida brusca y de escaso viaje de un cebada cada vez más orientado. En el remate de una serie de naturales, Alejandro resultó enganchado y volteado, de tan funesta manera, que salió del lance visiblemente lesionado en una rodilla. Pero su vergüenza torera lo empujó a volver a la cara del toro para cuajar una postrera tanda de derechazos. Dejó una media tendida y cinco golpes de descabellos antes de ser asistido en la enfermería. Con la rodilla vendada se dirigió a la puerta de chiqueros para recibir a porta gayola al último de la tarde. Suerte que ejecutaría con limpieza y que sería la única que pudo lucir con este ejemplar.

Saltó a la arena un sobrero que manseó durante los primeros tercios pero que llegó al de muerte con una embestida vibrante y encastada. Le plantó cara con valentía y entereza Morilla al doblarse con él con unos toreros y dominadores pases por bajo, abrochados con exquisita trincherilla y pase de pecho. Faena de mucha exposición y arrojo en la que supo aguantar la incertidumbre del animal y en la que consiguió series en redondo de extraordinario mérito. Manoletinas y una gran estocada pusieron el feliz epílogo a la recia lid de la que el portuense salió victorioso.

Se presentó Mora con unas verónicas que poseyeron cadencia y garbo, rematadas con una media, de ejecución ceñida y arrebatada. El toro presentó la embestida más entregada y suave de todo el encierro, circunstancia que fue aprovechada por el madrileño para, sin probaturas, iniciar el trasteo con el toreo fundamental.

Otorgaba distancias en los cites y ligaba serie de pocos muletazos por ambos pitones. Compuso una faena correcta y aseada pero carente de la transmisión que el toro, noble pero soso, nunca puso. Confirmó ante el quinto sus cualidades capoteras, al que veroniqueó con enjundia y quitó, después, por chicuelinas de mucho sabor. Pero, franela en mano, se encontró con un oponente al que le costaba repetir las embestidas y que propinaba cabezazos a la salida de los pases, por lo que la faena consistiría en un intento continuado e imposible de ligar los muletazos. Valiente y esforzada labor que cerraría con una estocada y dos golpes de verduguillo.