«La gente me caía muerta encima»
Supervivientes de la tragedia describen el «caos total» y el terror vivido tras lo que en un principio consideraron «una broma»
Actualizado: Guardar«Nos dijo a gritos que todos moriríamos. Parecía que sabía lo que estaba haciendo. Podía sentir su respiración, podía sentir sus botas al andar». Con extrema frialdad y apariencia segura, como si todo transcurriese bajo el guión previsto, Anders Behring Breivik abría fuego contra todo aquel que se cruzaba en su camino y quienes huían aterrorizados de la isla noruega de Utoya. «Los disparos empezaron una y otra vez y la gente me caía muerta encima. Yo me tenía que proteger detrás de ellos, rezando para que no me viera», recuerda, entre lágrimas, Adrian Pracon, superviviente de la tragedia.
En la sala del hospital en el que se recupera del horror que le sobrevino cuando acampaba junto a unos 560 jóvenes laboristas de entre 15 y 22 años, Pracon confiesa que «lo peor no es el dolor físico» provocado por la bala que le alcanzó la espalda, sino «pensar en cuántos amigos han muerto». Desde 1970, Utoya era el paraíso elegido por las nuevas generaciones del partido para participar en debates, jugar al fútbol y ser instruidos por los líderes de la formación. Hasta que hace dos días el edén se transformó en infierno.
Ajenos a lo que podría suceder, los asistentes se habían trasladado al principal edificio de la isla para ser informados del doble atentado en Oslo cuando, de repente, oyeron los disparos. «¿Quién podía pensar que aquello no era una broma?», asegura Khamshajiny Gunaratham, testigo de la masacre. «No puedo llorar porque aún soy incapaz de creer lo que ha sucedido», admite el joven, que saltó al agua helada junto a un grupo de amigos para alejarse a nado del lugar. «Incluso cuando fuimos rescatados en un bote, no podía sentirme tranquilo. El hombre armado todavía nos disparaba con su rifle», confiesa aterrorizado.
«Hay un tiroteo. Estoy escondida», escribió una de las víctimas a su padre, a quien pidió que no la llamara por teléfono para no desvelar al asesino el sitio en el que se escondía. También a través de mensajes de texto, Anita Bakaas, madre de otra de las testigos de la tragedia, supo en todo momento de la situación de su hija, quien se encerró en un baño junto a otras cuatros chicas.
A pocos cientos de metros de la catástrofe, las escenas de terror contagiaban el entorno más cercano. «Solo vi a un grupo de personas lanzarse al agua. Estaban llorando, moviéndose con rapidez. Era terrorífico», describe Anita Lien, vecina de la localidad de Tyrifjord. «Era un caos total. No puedo dejar de pensar en todos las personas que han muerto», afirma Jorgen Benone, que sobrevivió escondido tras unas piedras. «Observé varios botes pero, ¿en quién podía confiar en ese momento?».