No sin mi bicicleta y mis congelados
La entrada al inmueble se volvió un ir y venir de vecinos, que recogieron tanto artículos de primera necesidad como objetos de valor Los afectados sacaron ayer todos los objetos que pudieron de las casas, sobre todo ropa y comida
CÁDIZ. Actualizado: Guardar«Hoy no puede hacer una mudanza, lo ideal es que coja lo mínimo, lo imprescindible, podrá subir 10 o 15 minutos, porque hay mucha gente esperando», advertía ayer un agente de Policía Local a uno de los primeros vecinos desalojados del Edificio Brasil, que regresaron a su vivienda para retirar enseres y ropa. Lo «imprescindible», como decía el agente. Con maletas, bolsas de basura, mochilas y cestas de rafia, los afectados comenzaron a llegar a lo largo de la mañana. La mayoría rescató primero la ropa con la que deben pasar el tiempo que estén fuera de su domicilio, ya sea en la casa de unos familiares o en otro lugar. También los documentos. Aunque no faltaron los que cargaron bolsas con la comida congelada que había pasado 24 horas sin frío. «Ya la repartiremos», justificaban algunos.
«Cuando estás arriba, piensas, ¿qué voy a necesitar? Pero al llegar donde te quedas notas que te faltan cosas, que no has cogido toallas», recordaba una joven. Quizá por eso, muchos repitieron el viaje y subieron varias veces a lo largo del día, cada vez con objetos menos «imprescindibles»: se vieron hasta bicicletas y freidoras. Al fin y al cabo, la Policía ha hecho guardia a la puerta del edificio el primer día para evitar el pillaje, pero si el desalojo se dilata demasiado, el bloque puede convertirse en una presa fácil para los ladrones. Por si acaso, pronto todo aquello que tuviera valor pasó a ser considerado como imprescindible. Otro cantar es el de aquellos inquilinos que estaban allí de paso, por vacaciones. Ellos levantaron el campamento al completo, aunque no todos viajaban ligeros de equipaje.
La llegada de vecinos, por suerte, se hizo de forma escalonada, así que apenas hubo aglomeraciones, mientras los agentes tomaban nota de cada vecino, con su DNI, para evitar que algún listo se colara en viviendas ajenas.
Durante la mañana, el ir y venir de personas fue frenético en la puerta del número 12 de la calle Brasil. Cada momento, entraba o salía gente de aquella oscura puerta, con las manos negras por el hollín, a veces acompañados por los peritos de sus seguros, y siempre con algún policía al lado. Lo del agente no solo era por seguridad. Es que los pasillos se han convertido en oscuras cuevas, pues no hay electricidad. Algunos policías llegaron incluso a cargar algunos bultos, de lo grandes que eran algunos, y sobre todo para aliviar de peso a las personas mayores. «Tendrá que venir mi hijo, porque yo con esta pierna no puedo subir y vivo en la planta 11», le explicaba una mujer a un agente tras el cordón policial, que se mantuvo durante toda la mañana y parte de la tarde en toda la calle.
«El edificio huele a quemado, no es el Coloso en llamas, pero impresiona; en mi casa está todo lleno de una película de hollín negro, los cristales están rajados y el módulo del aire acondicionado destrozado», explicaba Juan José Simón, uno de los primeros que salieron ayer cargado de bolsas. Jesús Sánchez pudo hacerlo la misma tarde del incendio, aunque entonces sí que se limitó el acceso a los objetos más perentorios. Ayer, volvía con dos maletas de viaje a por algo más. Susana, su pareja, reconocía que si el día anterior había tenido un subidón de adrenalina, con los nervios del rescate, ayer sufrió un «bajón» al toparse con el edificio. «Al ver esto dices, Dios mío de mi vida». Aún no había subido siquiera a su vivienda, aunque según Jesús, por suerte, no sufrió «muchos desperfectos», aparte de las paredes ennegrecidas. «Yo todavía tengo el susto en el cuerpo, porque se te pasan muchas cosas por la cabeza», aseguraba Jesús, que daba las gracias «a la labor de los bomberos».
Se van para siempre
«Nuestro piso está bien o, al menos, nuestra habitación, porque había otros de compañeros», explicaba Chin, una joven oriental a la que le sorprendió el incendio en la octava planta junto a su pareja. Ellos ya tenían previsto dejar la casa este mes, así que ayer trataron de sacarlo todo, poco a poco, con la ayuda de algunos amigos.
Solo algunos propietarios subían y bajaban con las manos vacías: no viven allí, sino que alquilan las casas por vacaciones. Para ellos, la pérdida económica depende del tiempo de desalojo, no del hollín en los objetos. El cantante Miguel Nández era ayer uno de ellos y la cara más conocida de los afectados. A pesar de todo -tiene el piso en la primera planta- , él destacaba ayer con el lado bueno: «Ha sido un milagro que no hubiera víctimas graves y a las leves se les atendió superbién»