El Fandi sale por los adentros tras un par de banderillas al quinto toro de la tarde. :: JAVIER FERGO
Jerez

Cuatro orejas y ningún toreo

Los toros de Juan Pedro Domecq, muy nobles, carecieron de casta, de fuerza y de poder Puertas grandes para El Fandi y Castella sin que firmaran pasajes de verdadero lucimiento

JEREZ. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Un respetuoso minuto de silencio sobrecogió el aire en la Plaza de Toros de Jerez cuando las cuadrillas culminaron el paseíllo. En la memoria de todos los presentes sobrevolaba la desgracia provocada por el seísmo en Murcia y el recuerdo del ganadero que entregara su vida en la que constituyó su permanente obsesión: la obtención de su toro soñado, aquél que aunara bravura y movilidad, que desplegara tanta casta como nobleza. Era la de ayer la primera corrida que se lidiaba a nombre de Juan Pedro Domecq con la ausencia añorada de su titular. Por ello, los seis toros lidiados lucieron divisa de negro luto, en lugar de su habitual encarnada y blanca. Tarde propicia para que los ejemplares traídos desde El Castillo de las Guardas rindieran un póstumo homenaje al que fuera su criador en forma de bravura, casta y emoción. Pero ninguna de estas tres cualidades pudieron apreciarse en los toros lidiados. Más bien, ocurrió todo lo contrario, pues el encierro adoleció de falta de fuerzas, de empuje y de ganas de pelea. Sólo destacaron por su extrema nobleza y por no ofrecer ningún tipo de dificultades a sus matadores. Pero a un toro de lidia hay que exigirle mucho más, pues para que este espectáculo tenga sentido es necesario que los animales derrochen poder, fortaleza e intensidad en sus embestidas. Por desgracia, tan flagrantes carencias no constituyen óbice para que los toreros puedan salir a hombros por la puerta grande -para lo que no necesitaron rubricar ninguna suerte lucida- y toda la corrida quedará envuelta como en una dicotómica nebulosa que se debatiera entre el triunfalismo y el aburrimiento.

Cuatro orejas se antojan un inexplicable exceso para el soporífero tedio que envolvió todo el festejo. Un exceso al que contribuyó de forma activa la dadivosa actitud presidencial, que concedió apéndices sin percibirse petición mayoritaria y regaló una segunda oreja a Castella de la que aún no hemos salido del asombro. Fue el diestro francés el que firmó los pasajes más destacados de la tarde en un quite por chicuelinas al tercero y unas armoniosas verónicas de recibo al sexto. Prodigó además su estoico hieratismo, o hierático estoicismo, en unos estatuarios y pases cambiados por la espalda que abrieron sus faenas. En su primero consiguió dibujar algunas tandas ligadas de redondos con cierta hondura y profundidad, en los que mantuvo los pies clavados en la arena con su consabida y sobria verticalidad. El enemigo se comportó con tan extrema docilidad que casi no daba sensación de toro, al menos lo que siempre se entendió como tal, con sus inherentes atributos de casta, de fortaleza y de poder. Circunstancia que fue aprovechada por Castella para ejercitarse en un postrero toreo encimista que resultó muy del agrado de la concurrencia. El sexto, que derrochó mayor movilidad que sus hermanos durante los primeros tercios, se apagó de forma súbita en el último, por lo que el francés sólo pudo extraerle muletazos a modo de goteo inconexo. Rubricó su actuación con la ejecución de un soberbio volapié.

El Fandi dejó patente su habitual disposición y ganas de agradar al recibir a sus oponentes con largas cambiadas y con un florido y variado toreo de capa en el que se sucedieron verónicas y chicuelinas. Alegres y luminosos resultaron también sus tercios de banderillas en los que siempre ganó con solvencia y facilidad la cara de los astados. Su primero presentó tan nula emoción y tan escaso recorrido que hasta un torero de tan fácil conexión con los tendidos como es El Fandi, no pudo, en esta ocasión, calentar al respetable. Con el flojo y descastado quinto propinó una multitud de derechazos y naturales a media altura que no engrosarán, ni por asomo, los codiciados capítulos del recuerdo y la brillantez. Soporíferos, anodinos y largos resultaron los dos trasteos de un Ponce que poco más pudo hacer ante el descastamiento supino que desplegaron sus enemigos. Para aburrimiento y desazón de los aficionados, la de ayer, como tantas, fue una corrida para el olvido. Pero se cortaron cuatro orejas y todo el mundo feliz. Para la próxima cita volverán a exigir las figuras un ganado afín.