DOS JURISTAS
Actualizado: GuardarLa Comunidad de Madrid le dio a la historia guerrilleros urbanos cuya mayoría pereció bajo las balas en los fusilamientos de las tropas francesas que el pincel de Goya inmortalizó en la tarde noche del 2 de Mayo de 1808; Euskadi ofrece los mejores cocineros del planeta y algún que otro iluminado violento, etc. etc. En Andalucía no nos podemos quejar: esta tierra envía al Paraíso con o sin franquicias a multitud de artistas, bien sean de la palabra, de la lidia taurina, de la oratoria política e incluso pillos desbocados de la picaresca, tanto literarios como de carne y hueso. Pero, sobre todo, ha dado en las últimas décadas del siglo pasado dos insignes juristas: la jueza Mecedes Alaya y el juez Baltasar Garzón.
Alaya le dio vida a un Betis moribundo al lograr que su pretendido dueño y manijero, un tal Lopera, hijo de la histórica picaresca local, fuera separado judicialmente de la propiedad de esa entidad deportiva. Y sin titubeos ni rodeos, hierática y atractiva; para la afición bética es una diosa griega y no son pocos los béticos que quieren poner el nombre de la jueza en el reformado estadio Benito Villamarín. Tenía que ser en esta tierra: un estadio de fútbol con nombre de mujer. Y está Garzón, uno de los jueces más conocido del planeta, especialmente en los países torturados por las dictaduras sangrientas. Le amargó los últimos años de sus vidas a genocidas argentinos y chilenos, capos de la mafia, nostálgicos de la España que se diluyó en los años setenta del pasado siglo y ahora defendiéndose de pícaros políticos de cuellos duros y tragaderas anchas. Hay gente que nacen para luchar hasta el fin de sus días, y ahí está la señora Alaya, al día de hoy investigadora de los expedientes de regulación de empleo (ERE) subvencionados por la Junta de Andalucía y de los patrimonios de algunos cargos públicos presuntamente relacionados con tal escándalo político.
Los restantes, la mayoría, el pueblo, nosotros, estamos donde debemos estar. Unos para tomar nota y elevar actas de unos tiempos de curvas cerradas y superficies deslizantes. Tiempos de pretendidos notables que andan por lo general resguardados tras la floresta de las palabras y los argumentos cínicos. Y otros siempre prestos para apoyar al mejor postor de estos tiempos contradictorios, violentos y de guiños inquietantes.