![](/cadiz/prensa/noticias/201105/07/fotos/6042951.jpg)
Ahí tenéis el Ayuntamiento que yo me voy
Alcaldes que se marchan por voluntad propia describen el alto coste personal de la experiencia«Estoy deseando que llegue el día 22» admite Miguel Manella, aún como alcalde de Tarifa
CÁDIZ. Actualizado: GuardarEl término se asocia a un dirigente con aspiraciones, cuyas necesidades materiales están cubiertas, de vanidad completamente satisfecha. El imaginario colectivo dibuja a los alcaldes como personas con cierto carisma y algo de ambición que están ahí porque quieren, porque pueden, porque un sillón crea más adicción que tres vagones de opio. Pero resulta que, como se presuponía, son humanos. Quisieron pero algunos ya no. Se arrepienten, o se cansan, o quieren cambiar de ciclo. Además, resulta que, sobre todo en los municipios pequeños, del loor y la erótica del poder hay hasta poco. En la «micropolítica», como la define uno de los consultados, están más cerca de un atribulado presidente de una gran comunidad de vecinos que de un 'major' de teleserie norteamericana.
Hablan de noches sin dormir, de parados en la puerta de casa, de hijos que les piden que lo dejen. Podría pensarse que la suya es una queja universal, pueril e incoherente, un llanto pasajero, pero está respaldada por un hecho incuestionable: algunos se van porque quieren. Esa decisión les carga de autoridad moral. Han cumplido una etapa. Ahora, si tan grato es, si tanta vanidad se gana, que venga otro y tire del carro de lo colectivo, tan fácil de cargar y tan difícil de mover.
Como máximo ejemplo del desgaste, el PSOE de la provincia vio durante el pasado invierno como siete de sus actuales alcaldes renunciaba por voluntad propia a ser candidatos a la reelección en los comicios del próximo día 22.
Todos ellos hablan de relevo, desgaste o familias cansadas. Probablemente, los que se van son los seres que más ganas tienen de que llegue el cuarto domingo de este mes.
Miguel Manella será alcalde de Tarifa hasta ese día. Ha sido presidente de la Mancomunidad de la comarca. Además, entre otros cargos y el actual, suma dos décadas de actividad pública. «Estoy deseando que llegue el 22 de mayo y en mi caso será más complicado porque dejo el Ayuntamiento y me jubilo en mi profesión, todo a la vez». Como todos sus colegas, asegura que lo mejor y lo peor de la experiencia se mezcla: «Lo bueno que te llevas es la gente que has conocido en tantos equipos de trabajo y la satisfacción por haber ayudado a algunos vecinos pero también hay mucha impotencia cuando ves que no puedes hacer nada por alguien».
Recuerda que el de alcalde «es un trabajo de 24 horas, 365 días, que te llevas a casa en la cabeza y, muchas veces, los problemas que tienes afectan al trabajo del que come una familia, o a su vivienda, y es muy duro ver que no puedes hacer nada».
Lejos de ser diplomático en su adiós, admite que «los plenos han sido muy tensos, el portavoz de la oposición ha creado una situación muy difícil y la administración pública es muy lenta, demasiado. Hay demasiados filtros y controles. Todo va demasiado lento y la gente no lo entiende».
Ya con la vista al frente, el alcalde tarifeño anhela el tiempo que tendrá «para la lectura, para explorar con el ordenador todo ese universo de conocimientos y, sobre todo, para mi nieta de siete meses. No me voy a aburrir. Tengo muchas aficiones y muchas ilusiones».
Sin reconocimiento
Josefa Caro ha sido ocho años alcaldesa de Arcos. Tampoco se anda con paños calientes: «Los sinsabores son más que las satisfacciones. Sobre todo en esta última época económica, tan dura». Echa la vista atrás y recuerda que, como mucho, ha cogido doce días de vacaciones juntos: «No dejas de ser alcaldesa nunca. Los problemas vienen a la puerta de casa y los tienes que atender. O vas a un bar a tomar un refresco con unas amigas y te tratan como alcaldesa, te preguntan, te reclaman... Es lógico. No hay pausa. Nunca».
Aunque sus dos hijos «son mayores y estudian en el extranjero», añora más tiempo con su pareja «y hacer un viaje. Creo que es lo primero que haremos a partir del día 22». Su afición primera, nunca la abandonó. «Nunca me he privado de leer... Aprovechaba las noches de insomnio». Las que provoca el cargo. Lo que podrá hacer más es escribir. «Acabo de publicar un poemario y ya estoy trabajando en otro».
Ni siquiera en el adiós hay mucha calma: «Más que loca por irme, lo que quiero es dejarlo todo bien para el que venga detrás. Quiero resolver lo que está pendiente, nóminas, proveedores, proyectos, documentos... No sé si será posible pero quiero intentarlo».
Para eludir una queja excesiva, recuerda: «Nadie nos obliga a presentarnos. Cada cual se presenta porque quiere, pero no hay recompensa ni gratificación. De todas formas, eso se sabe desde el principio. Es inseparable de la vida política».
Como mensaje a su sucesor, reflexiona: «Como en casi todo, cuando llegas, eres novato y no sabes. Te equivocas. Cuando ya sabes de qué va un ayuntamiento, resulta que estás quemado y te quieres ir».
Antonio Verdú es otro de los que pasa página. A sus 44 años, ha sido 16 alcalde de Vejer, más cuatro anteriores de concejal. Antes de cualquier análisis sobre el sacrificio, se define como «político vocacional». Y aclara: «Estos años han sido un privilegio, en el que he adquirido una riqueza personal que tendré toda la vida. La política municipal te pone en la primera línea, con la gente. Es apasionante pero también conlleva mucho desgaste. He conocido a tantas personas, he descubierto tantos puntos de vista, que lo recordaré siempre. Ha sido un lujo y sé que lo echaré de menos».
Pero acto seguido viene la factura personal: «La familia no es que pase a un segundo plano, es que desaparece de plano. Vives sin horario. En estos años, las mayores vacaciones habrán sido de seis días. Te vas al Ayuntamiento a las ocho de la mañana y vuelves a las once de la noche, de lunes a domingo. ¿Quién ve a un niño así?. Tengo un hijo de tres años y otro de uno. ¿Sabes cuántas veces he paseado con el pequeño yo solo? Una vez, en 14 meses que tiene, el Carnaval pasado. Tengo la obligación moral de atender a mi familia, de educar a mis niños y aún soy joven».
Esos 44 años le permiten ilusionarse con su profesión: «Soy docente y estoy con una tesis. Quiero formarme. Tengo edad para aprender y volver a impulsar una carrera profesional». Para combatir otro tópico recuerda que «muchos alcaldes y concejales sacrifican hasta su economía. Yo cobro menos como alcalde que de profesor. Ambos sueldos son públicos, están en boletines oficiales. Se pueden comprobar. Eso le pasa a muchos miles pero trascienden unos pocos que, con su conducta, le dan mal nombre a la política».
En lo personal, echa de menos «el deporte. Siempre he sido muy deportista pero no podía participar en ningún juego colectivo porque mis horarios eran incompatibles con los de mis amigos. Tenía que hacerlo solo. Ahora podré recuperarlo».
«Por algo será...»
Antonio Ramírez es un caso particular. Ha dejado el Ayuntamiento de El Bosque pero no la actividad política. Hace menos de un mes que ejerce como director general de Administración Local en la Consejería de Gobernación. «Es como ver los mismos problemas pero desde el otro lado». Sin embargo, puede hacer balance de su etapa municipal: «Mi actividad ahora es algo más impersonal, más lejana de la gente. La micropolítica municipal, ser alcalde de pueblo, te causa mucha tensión, momentos muy duros. Los problemas los tiene gente que conoces desde siempre. Yo soy de los que se lleva los problemas a casa en la cabeza y los somatiza. Admito que no desconecto».
El desgaste del que hablan sus compañeros le suena: «Dejas de prestar atención a tu familia. Es así». Alcalde en dos largas etapas que suman casi 20 años, en 1999 dejó el cargo y quedó como concejal. Su sucesor tuvo un serio problema de salud después y tuvo que relevarle 24 meses después. Otra vez alcalde. «Nunca olvidaré a mi hija menor abrir la puerta de casa cuando me iba. Me dijo, 'por favor, no vayas a decir que sí, no vayas a decir que vuelves a ser alcalde'... Imagínate».
Concede que en la cultura política española, a diferencia de la anglosajona, no hay reconocimiento al que se embarca: «Aquí se piensa que si alguien se mete en política por algo será, algo buscará. No existe reconocimiento al que tiene vocación por la comunidad, por el interés general. Hay miles y miles de personas que sacrifican tiempo, trabajo, familia... Pero luego solo destaca el que mete la pata o la mano».
El domingo 22 de mayo toca relevo. Unos cuantos cientos de ediles se irán y otros llegarán. Ya saben lo que toca. O lo que les toca a sus familias.