El dirigente socialista dio ayer la campanada con su renuncia. :: LA VOZ
Jerez

Un hombre y casi cuarenta años después

Luis Pizarro Exconsejero de Gobernación y Justicia de la Junta Tras el último Congreso autonómico, nada fue lo mismo. Tanto él, como Chaves como Cabaña rompieron la baraja con Griñán

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Luis Pizarro contaba entonces con 25 años, aún medraba la dictadura y era un poco mayor que su primo Alfonso. Alfonso Perales, siete años más joven y tan comprometido con el proceso de renovación del PSOE en el que ambos habían entrado como militantes hacia 1972, un año antes de Suresnes. La filiación les vino, a ambos jóvenes y a los hermanos Blanco, de mano de un electricista sevillano llamado Antonio Guerrero que estuvo trabajando en la construcción de unas viviendas sociales en Alcalá de los Gazules y buscó la complicidad de aquella extraña pandilla que leía 'Triunfo', 'Cambio 16' y 'Cuadernos para el Diálogo' y tenían la extraña costumbre de jugar al ajedrez en un pueblo en donde todavía se mascaba la rabia por la represión franquista que se había cebado en socialistas y anarquistas como su hermano Paco que, por aquellos tiempos, intentaba revivir inútilmente a la CNT.

Guerrero tenía en cambio carnet de la UGT y del PSOE, una rara avis en una oposición al Generalísimo que basculaba fundamentalmente en torno al PCE, cuando aún no se habían terminado de implantar otros partidos a su izquierda, como ORT, PTE, MCE o el balbuceante movimiento andalucista.

En 1973, el año que ETA cerró con el atentado mortal contra el almirante Luis Carrero Blanco, Luis Pizarro se muda a Cádiz por motivos laborales -un curro como administrativo- y contrae matrimonio y domicilio con su esposa Elena Ruiz Márquez, con quien tiene dos hijos y comparte desde antiguo militancia. Se fueron acabando los días de seguir de pueblo en pueblo al equipo de fútbol alcalaíno en sus modestos desplazamientos dominicales. En aquella época, él llegó a presidir la Asociación de Vecinos de Loreto, que en 1976 llegó a contar con 500 socios y apostaba por reivindicaciones tan obvias como que pavimentaran el barrio o que pudieran cederles un local para impartir clases nocturnas de graduado escolar a los vecinos que lo desearan, en su mayoría obreros sin formación. El Movimiento Ciudadano, en aquella época, serviría para el rodaje de los futuros líderes de la democracia y en la capital gaditana, mucho antes de la muerte del dictador, ya se hablaba de libertades en las asambleas de dicha barriada, de Puntales o de Guillén Moreno.

Ambos ya conocían a Isidoro. Felipe González y Carmen Romero todavía recuerdan cuando se fueron de Alcalá con el 'seíta' cargado de melones la primera vez que les visitaron porque la clandestinidad nunca estuvo enemistada con el buen gusto. También trataron a Alfonso Guerra mucho antes de su golpe de mano en el congreso del 73 que desgajó al PSOE entre históricos y renovados hasta que la transición democrática volvió a reunirles en una sola formación. Elena y Luis acudían de tarde en tarde a recibir a su primo Alfonso a la estación, aunque a veces llegara breado a palos y con olor a pocilga después de haber permanecido varios días detenido y sin ducharse en los calabozos de la Puerta del Sol en Madrid.

El paso de Luis Pizarro a la política activa no se produjo hasta 1979 cuando alcanzó un acta de concejal al Ayuntamiento de Cádiz que logró gobernar bajo la presidencia de Carlos Díaz, en un equipo de Gobierno fruto de la alianza de izquierdas y con el PCE y el PSA como compañeros de viaje. Entre 1979 y 1983 fue concejal delegado de Obras Públicas y Servicios y posteriormente asumió el cargo de primer teniente de alcalde y portavoz del grupo municipal socialista, aunque nunca haya sido Demóstenes precisamente.

Al Parlamento de Andalucía no llegó hasta 1986 pero le cogió gusto: aún mantiene su escaño en el hospital de las Cinco Llagas, aunque durante buena parte de su trayectoria política se ha dedicado a la fontanería interna del partido.

Sabía y sabe cómo organizar una campaña electoral con ciertas perspectivas de éxito y consiguió, a efectos internos, apaciguar las aguas internas después del pulso vivido en el interior del PSOE andaluz cuando los borbollistas gobernaban la Junta y los guerristas controlaban el seno del partido: no en balde, uno de sus principales compañeros de viaje político en los últimos años es Antonio Fernández, el socialista jerezano que militara en su día en el ala de Alfonso Guerra y que, en su calidad de ex consejero de Empleo, acaba de ser imputado en el sumario que se sigue sobre los eres irregulares. Sin embargo, Pizarro no logró evitar que fuera desplazado de la cocina del partido durante el último congreso del PSOE de Andalucía cuando dejó de ser vicesecretario general del mismo, un cargo que asumió en 2008 cuando estuvo a punto de lograr que se le quitara la condición de vice para sustituir incluso a su amigo y mentor Manuel Chaves. Con el actual vicepresidente tercero del Gobierno de ZP mantiene una complicidad a prueba de bomba desde que casi por casualidad Chaves acabó siendo cabecera de lista por Cádiz en las elecciones constituyentes de 1977.

Entre 1990 y 2009, Pizarro compaginó su cargo de parlamentario con el de senador por la comunidad autónoma de Andalucía, pero en esa última fecha accedió al cargo de consejero de Gobernación, asumiendo las competencias de Justicia en 2010. Tras el último Congreso autonómico de hace un año, nada fue lo mismo: tanto él como Manuel Chaves y Francisco González Cabaña -otro de los veteranos del socialismo de Cádiz-rompieron la baraja con José Antonio Griñán, presidente de la Junta de Andalucía y secretario general del PSOE en esta misma comunidad. Desde entonces, Luis Pizarro se acantonó en Cádiz, una taifa rebelde en donde mantenía una red clientelar notable y una influencia a prueba de bomba tanto en el partido como en las instituciones.

Cada viernes, por regla general, visitaba la provincia guiado por la mano atenta de su viejo amigo y paisano Gabriel Almagro Montes de Oca, un historiador que se forjó en la política municipal alcalaína para pasar a ocupar la delegación de Vivienda y Obras Públicas de la Junta de Andalucía, tras la creación de la misma en 2008. Menos de un año después, sustituyó como delegado de Gobernación en la provincia a Francisco Gómez Periñán, otro de los colaboradores inmediatos de Luis Pizarro y viceconsejero de Gobernación y Justicia al menos hasta el día de ayer. Entre sus éxitos, Gabriel Almagro puede anotarse desde luego la resurrección del Consorcio para la Conmemoración del II Centenario de la Constitución de Cádiz, tras un peligroso estiaje oficial en torno a la efeméride. La pregunta del millón es por qué la Junta de Andalucía decidió cesar a Almagro a pesar de su buena gestión. Quizá fuera para provocar un inevitable efecto dominó. Cuando tras conocer la noticia, Pizarro avisó que dimitiría, alguien -tal vez el propio Griñán-le dijo: «Las puertas las tienes abiertas». Y las cruzó, aunque sigue manteniendo una viva influencia en el PSOE de Cádiz cuyo carnet lleva fecha de hace 39 años y cuya secretaría general sigue ostentando Francisco González Cabaña, al menos hasta que se demuestre lo contrario, que visto lo visto puede ser muy pronto. Pizarro, eso sí, habrá dimitido como consejero de Gobernación pero nadie imagina que vaya a dedicarse por entero a su vocación de cocinilla, al bricolaje o a ver atardecer en Cádiz, en Alcalá o en Sanlúcar. Quizá lo único que pueda hacerle pensar dos veces si seguir en semejante briega es su indiscutible condición de abuelo.