Artículos

Páramo y fronda

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Tienen los desiertos mal carácter. Son hoscos y esa hosquedad de esparto, los convierte en enemigos de su propia belleza. La niegan y ese negativismo, ¡qué paradoja!, se rebela contra el aforismo que asegura que «sin agua no hay vida», como si ellos no se ofrendaran, altruistas, como cauce de infinitas vidas. Todos los que conozco, son depositarios de chispazos de enigmas, Gobi, Sahara, Atacama, Níger, Namibia, Vizcaíno, Texas. Enigmas que radican en lo que pudieron haber sido antes de ser desiertos. Quizás océanos, quizás junglas o quizás nacieron ya marchitos. Todos, pese a comportarse como espacios crueles, generan la atmósfera sagrada de los inmensos templos que comparten la bóveda común de los cielos cobalto cristalinos; ese cimborrio magistral. Contemplar las estrellas, todas ellas, reclinado sobre sus impíos suelos, sobrecoge e inspira, sitiados por su silencio majestuoso.

Las grandes frondas, del tipo que estas sean, son espacios opósitos, preñados de voces y clamores, de vigilias al acecho, de amenazas silentes, de aspavientos atemorizados. Entre sus tramas lujuriosas verdes, resulta complicado, imposible, caminar relajado reflexionando sosegadamente como un peripatético. Su abrumador vocabulario polifónico impide memorizar frases completas con sentido. Hay que moverse por ellas con cautela, lo que genera una fatigosa tensión ofuscadora. Los espacios naturales, los biotopos que mejor compendian los específicos atributos de la nada y el todo hermanados, son la dehesa y la sabana. La primera, tan española, joya ecológica; la segunda, tan africana, dulce sombra de espinosa acacia.

En estos momentos, vive Occidente un periodo aciago, uno más, perdida toda capacidad de honesta reflexión autocrítica. La egoísta hipocresía campa desbocada, intentando consagrar como ley al desafuero. Queremos derrocar a los tiranos que entronizamos, a los que armamos, para volver a armar, con armas nuevas, más caras, a los nuevos tiranos, en pago por los servicios que nos prestan por apearlos del trono y el sitial de la arenga. Vuelve la canallesca noria a acarrear agua ensangrentada en sus cangilones sordomudos.