Varios jóvenes participan en la Gymkhana del Doce que se celebró en marzo de 2010. :: MIGUEL GÓMEZ
LA HOJA ROJA

TRES CUARTOS DE HORA

Es el momento de la reflexión. Quién sabe. A lo mejor de aquí a un año tenemos todos motivos para estar de celebración

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Aun año justo de la celebración del Bicentenario de la Constitución de 1812, esa fecha mítica que para los mayas era el fin del mundo y que para nosotros era -casi que lo digo en pasado, era- la oportunidad de recolectar los huevos de la gallina de oro, resulta ya imposible bajarse del carro, imposible tocar el timbre de la próxima parada porque esto va tan rápido que a un año justo es como si ya tuviéramos encima el peso de los doscientos años. Y ya no hay más cera que la que arde. Ya no hay tiempo para más proyectos, sino que nos queda el justo y necesario para empezar a recoger los frutos que en tantos años de aviso y preaviso hayan podido cuajar. La cosecha va a ser corta, lo sabemos, como también sabemos que el tiempo no ha acompañado y que cuando no ha sido el frío, ha sido el calor, o las lluvias o la mala calidad del abono, y que lo cierto es que cuando se siembran truenos acaba uno recogiendo tempestades.

Tal día como hoy, dentro de trescientos sesenta y cinco, estaremos de fiesta. Sí, de fiesta, sin que todavía tengamos muy claro si el próximo 19 de marzo, lunes para más señas, será declarado festivo. Y con apenas un año por delante, es el momento de empezar la reflexión. Mucho ha llovido -casi un diluvio- desde que empezaran a caer las primeras gotas del Bicentenario. Entonces, hace más de cinco años, el modelo de celebración tenía mucho de utopía y hasta de ingenuidad. Tirábamos con pólvora ajena, intentando matar dinosaurios con tirachinas, que si un superhospital, que si un superparque temático en el Faro, que si un supermemorial de las Libertades, que si un supermonumento, que si un superpuente, que si un superestadio, que si un superhotel. todo era superlativo en la tierra del nuncajamás. Entonces, hace más de cinco años, ni teníamos crisis, ni nos habían echado mano a la cartera, ni siquiera la Tierra se movía tan desconsoladamente como ahora. No era fácil imaginar este final, ni era posible pensar que la Ley de Murphy se cebaría con nosotros de esta manera. Pero es lo que tiene la agricultura, que lo que uno siembra, no es siempre lo que recoge. Así que a un año justo de la celebración, se empiezan a ver los brotes verdes -ay, qué Salgado que me pongo- y hasta las malas hierbas que crecen junto al sembrado.

Fortalezas y debilidades lo llaman los que se encargan de esas cosas de la excelencia, la eficacia y la eficiencia, los burócratas del «no tengo nada mejor que hacer». Y sí. Ya se empiezan a vislumbrar unas y otras. Entre las fortalezas está el haber contagiado a toda la ciudadanía del espíritu «bicentenario» -aunque muchos todavía se estén haciendo la pregunta del millón «muchacha, ahí ¿qué es lo que dan?»-, con gran entusiasmo. Un entusiasmo que está lejos de aquellos proyectos en los que todo Cádiz se vestiría de «doceañista» -conmigo, que no cuenten- pero que está en el aire que respiramos. Pregúntele a su vecina Carmeluchi, a su sobrino Manolito y a su prima Paqui, el bicentenario ha venido aunque nadie sepa cómo ha sido. Y está bien. Como bien están algunos programas que se iniciaron de forma tibia y que hoy son los que calientan motores. Miren, si no, la Gymkhana del Doce, que en esta mañana de mareas ha congregado a más de seiscientas personas, como una auténtica marea superando pruebas por la ciudad, igual que el Batallón de Voluntarios Distinguidos que comenzó siendo una triste milicia y que se ha convertido en uno de los platos fuertes del día. En fin. El material humano supera la prueba.

Sin embargo, lo que no supera la prueba -el capítulo de debilidades- sigue siendo el programa de actos conmemorativos que tanto el Ayuntamiento como el Consorcio están llevando a cabo en estos días. «Tengo una debilidad», podríamos cantar como Machín,»no se puede ocultar». No. No se puede ocultar que la factura de las crisis -no sólo la económica- la pagamos entre todos. Que un desayuno constitucional -ay, esa hambre histórica- un desfile de milicias, una ofrenda floral y la proyección de una película que se estrenó hace más de un año -Del amor y otros demonios- sean la apuesta municipal para el día de hoy, y que un concierto de José Mercé en el Falla sea todo lo que ofrezca el Consorcio en una fecha tan emblemática es, cuando menos, para reflexionar.

Eso sí, los actos duran más de un mes, aunque sean todos más de lo mismo, el programa de cometas para libertad de mañana en la playa -¿mañana ya no hay mareas memorables?-, la media maratón desde San Fernando, el Sorteo de la Lotería Nacional, lo de La Pepa Barrio a Barrio, el Ballet de Ucrania representando 'La Bella Durmiente' -no sé si tiene alguna connotación, creo que no-, los bailes latinos en la plaza de Mina, las tertulias de la Pepa, más películas del año pasado, el homenaje a los diputados doceañistas. Mucho ruido, y pocas nueces.

Tal vez sea ya tarde para recuperar proyectos que se han dormido acunados en los cajones de la Administración. Tal vez sea ya tarde para implicar a la empresa privada. Pero no es tarde para hacer una última apuesta a la ruleta. La apuesta del jugador desesperado, vale, pero apuesta al fin y al cabo. Tal vez no sea tarde para invertir en calidad dejando a un lado la cantidad, aunque lo de caballo grande ande o no ande lo tengamos grabado en la cadena genética. Invertir en pocos actos pero que tengan un calado suficiente como para hacernos sentir de nuevo el centro de todas las miradas, para volver a ocupar el lugar en el que nos dejó la Constitución de 1812.

Ya les dije. Es el momento de la reflexión. Quién sabe. A lo mejor de aquí a un año tenemos todos motivos para estar de celebración. Si no, ya lo sabe. En tres cuartos de hora -por lo visto, hay quien se ha encargado de calcularlo- tiene tiempo y motivos para salir corriendo. Esperemos que no.