Sociedad

DESTINOS DEL AGUA

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Conviene dejarla correr cuando su caudal exceda al de nuestra sed, pero también es aconsejable guardarla en las cantimploras o en los embalses. Todas las centrales nucleares la necesitan para refrigerarse y por eso se construyen en la cercanía del mar, que dicen que es el morir, para poder buscarse la vida. Después de la horripilante catástrofe japonesa, y no antes, nos estamos preguntando todos por qué se construyeron tantas centrales en una zona sísmica. Nada menos que 54 Chernóbil posibles (en España solo hay media docena) y esto está obligando a una recapitulación global. La imprescindible señora Merkel ha aplazado la ampliación de las centrales alemanas y a nuestra subsidiaria escala, tanto el PSOE como el PP están procurando soslayar el debate. No es oportuno discutir acaloradamente sobres las elecciones cuando aún están calientes los cadáveres, pero el debate es inaplazable. ¿A qué le estamos llamando progreso? Nuestros mayores escribían esa palabra con mayúscula y era para ellos sinónimo de adelantamiento y perfección, no solo como gradual dominio del ser humano sobre la materia. De repente, viene un desastre terrible y nos damos cuenta de que todo eso está muy bien, pero que estaría mucho mejor si la naturaleza se dejara dominar. No es fácil domesticar el agua. Los místicos siempre han estado sugestionados por ella, hasta el punto de que algunos se ahogaron de divinidad en un vaso. San Francisco de Asís, que nunca se curó del asombro de estar vivo, le dedicó cuatro adjetivos: útil y humilde y preciosa y casta. Las conjunciones dilatan su transcurso.¿Qué diría ahora, cuando se están pidiendo moratorias nucleares y se cierran reactores? Quizás hayamos corrido más de la cuenta y hayamos dejado atrás la cinta de llegada. La meta era y sigue siendo la de la felicidad imposible. Siempre hemos padecido esa insaciable sed. «Tántalo en fugitiva fuente de oro». De pronto se desbaratan nuestros planes y viene una ducha de agua fría.