Artículos

SALIR DE DUDAS

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

A estas alturas del partido, que ya va por el segundo tiempo, no sabemos si nuestro presidente muestra interés en seguir siéndolo. Ha anulado un acto electoral clave, por temor a que la plaza de toros de Vista Alegre no se llenase hasta la bandera, o bien hubiera banderas de distinto signo. Las banderas, ya sean de lienzo o de tafetán, siempre han representado territorios de ocupación. Hasta aquí hemos llegado, decían quienes las enarbolaban. Siempre han lucido bien en los desfiles, en los balcones y en las ventanas, ya que no conviene enseñarlas en las derrotas. «Ay de los vencidos» es el grito quejumbroso más antiguo de la Historia. Siempre son los mismos, ya que su condición de derrotados les obliga a la homogeneidad, sea cual sea la causa por la que combatieron. Lo más urgente en esta tesitura de la vida española es saber a qué atenerse. Hay que salir de dudas, pero lo mejor sería no haber entrado en ellas. Hemos batido la plusmarca del latrocinio nacional y ya no solo se roba en las organizaciones políticas, sino en los conventos de clausura. ¿Cómo se pueden tener entre rejas angélicas unos cuantos millones envueltos en bolsas de plástico? No es que el pueblo sea descreído, lo que le pasa es que no le están dejando creer en nada.

Me decía Bergamín, antes de perder por completo la chaveta, que la picaresca y la mística eran entre nosotros dos polos que a veces se juntaban en su divergencia. Extravagante y lúcido, el viejo disidente carburaba bastante bien en su ancianidad desvalida. Estaba como una cabra que hubiera tirado al monte terrible de su patria y al final la repudió, como si eso fuera posible. Siempre le tuve respeto. No solo creía en la duda, sino en el derecho que tenemos todos a dudar. Era un converso adicto a sus antiguas convicciones. Todo lo contrario al señor presidente, que no puede reprocharse de traicionar las cosas en las que creía, ya que jamás estuvo convencido de ellas.