El último esfuerzo
Actualizado: GuardarAl pueblo español se le ha pedido tantas veces un empleo enérgico de su presunto vigor, que a nadie le puede sorprender que esté agobiado. ¿Hasta dónde se nos puede solicitar que tengamos fe en la mejoría posible? El cupo de farsantes ha sido ampliamente desbordado y no todos, para nuestra desgracia, creemos que sea un hecho milagroso que una monja aquejada de Parkinson haya dado un brinco en la cama después de haberse encomendado al papa Wojtyla. No creemos en los milagros. Nada es más necesario para gobernar que la credulidad de los que obedecen, pero también es precisa la de los que discrepan. Batasuna ha corregido a ETA al señalar que el 'alto el fuego' sí es unilateral. Ojalá no lo entiendan como que unos van a seguir disparando y otros recibiendo impactos.
Es verdad eso que dice el omnipresente Rubalcaba que vivíamos «un mundo en convulsión», pero ¿cuándo se ha estado quieta la Historia? Hay que remontarse a la época donde aún no existían los historiadores. La historia es un catálogo de desastres. Montesquieu ya dijo que se puede considerar feliz al pueblo cuyos anales son aburridos. Ahora pasan muchas cosas todos los días y la televisión y los periódicos consiguen que pasen más. Estamos superinformados y muchas noticias mueren al mismo tiempo que nacen, por ejemplo la que ha merecido menos atención últimamente a pesar de ser la que tendrá mayor repercusión en el futuro. Me refiero a la reducción del presupuesto para Educación y para Universidades. Ya lo pagaremos o lo pagarán otros.
Lo que ahora se nos pide es un esfuerzo para seguir trabajando hasta los 67 años para seguir mereciendo el siniestro nombre de pensionistas, que en España es sinónimo de menesterosos.