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Actitud y aptitud

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Compartiendo asiento sobre un noray, espalda contra espalda, con una mandarina y un tazón de hirviente té, ‘chá’ en chino, en las manos, el señor Bao Huangzo y yo, asistíamos a la maniobra de la primera flotilla pesquera que zarpaba hacia los caladeros internacionales, todo un hito en la historia moderna de China. Las vitaminas, la teína y el alivio de encontrar reposo en el noray, paliaban la fatiga de una larga noche cargada de ilusiones y tensiones, ultimando los preparativos de arranchar la flota de forma adecuada a una singladura ignota para nosotros, entre Dalian y las Canarias, que, entre otros azares debía prever los ataques de los sanguinarios piratas del Mar de la China.

Nunca he visto a un chino arrugarse ante la adversidad. Duros como el corindón, durante los diez años que he trabajado para China y los chinos, jamás ni uno sólo de mis colaboradores ha escurrido el bulto ante los avatares de la vida hostil. Con los últimos sorbos de té achicharrándome el gaznate, le pregunté al señor Bao por las claves que creía debía observar, pasado el trance de los complejos prolegómenos, para conseguir sacar adelante aquella ingente epopeya. Me dijo, citando a Confucio: «afróntela con mucha fe, con muchas dudas y con mucho esfuerzo». Muy pronto supe que Confucio tenía razón, si bien me atreví a reordenar el diagrama de su aforismo, o sea; esfuerzo, dudas y fe. Mi versión concluye que el esfuerzo tiende a disipar las dudas, y que esta disipación incentiva la fe.

El esfuerzo, el denuedo, la pertinacia, son atributos del mundo de los actos y en ningún caso del mundo de las aptitudes. De las decenas de miles de empleados que llegamos a tener, un altísimo porcentaje padecía del mal involuntario de la ineptitud, por lógicas razones de atraso socioecultural colectivo, pero su transitoria ineptitud la compensaban con creces con las agallas, la obediencia insumisa, el orgullo y la reciedumbre de carácter. Creer que la aptitud, entendida como don clasista y privilegio, puede convertir una idea en una realidad apta para disfrutar todos de ella, sin accionar los mecanismos del gallardo esfuerzo, sin actitud diligente y determinada, es, créanme, una cretina insensatez. Más aún, si creemos que somos aptos y por ello inmunes a la desdicha catastrófica, y que nuestra aptitud aristocrática va a conseguir que la inacción generará frutos, o lo que viene a ser lo mismo, que los actos de los ineptos nos redimirán, apañada va nuestra inactiva sociedad. Vale mil veces más un acto de un inepto que todas las inacciones de los aptos. Aprendí mucho viéndolos emprender y aprender.