«Muchas mujeres se han identificado conmigo porque soy como tantas otras que han luchado por su propio espacio»
Actualizado: GuardarCarmen Romero se enfrenta esta semana al examen final de uno de los puntos fuertes de su trabajo como europarlamentaria, la aprobación de la euroorden para extender la protección a las mujeres maltratadas a todos los países miembros de la UE. El viernes volvió a Cádiz, en el primer acto político desde que puso fin a sus 14 años como diputada por la provincia, que no será el único, a tenor de la agenda que prepara para intentar acercar la política europea a su tierra.
Quedamos a almorzar con apenas una hora de tiempo. En la barra del restaurante nos encontramos con Ángel Juan Pascual, presidente de la Cámara de Comercio, que le recordó sus gestiones en apoyo de la institución. A la eurodiputada se la ve espléndida, aunque, como siempre, un poco en guardia ante las preguntas personales, en especial las derivadas de su paso por La Moncloa como esposa de Felipe González. Sabe que es inseparable de su biografía y está adiestrada en esquivarlas: «Sí -me dice- es cierto que intento evitar las preguntas personales, sólo quiero que me traten como a un político hombre, al que no le suelen preguntar determinadas cosas».
-Para un periodista también es un reto. Nos interesa la persona que hay detrás del político.
-Sí, claro, pero siempre los políticos lo intentamos evitar.
-¿Cómo mira ahora, ocho años después, su etapa como diputada por Cádiz? Su llegada no fue fácil, le costó hacerse un hueco.
-Lo recuerdo con cariño, pero no lo tengo todavía digerido, quizá porque uno está siempre pensando en el futuro y falta tiempo para ver qué quise hacer y qué conseguí. Me da alegría encontrarme con gente que dice por qué no vuelves para ver cosas en las que intervine, como ahora la Cámara de Comercio, o como me decía Pablo Lorenzo, el programa de escuelas taller, o la rehabilitación del casco histórico. Aquí el contacto con la gente me recuerda que trabajé mucho y me da satisfacción que me refresquen mi memoria.
-¿Pero tiene un buen sabor de boca, fue una etapa....?
-Definitiva, para mí fue definitiva. No he tenido más vida política que la que he hecho en Cádiz, se la debo a los gaditanos que me votaron.
-Pero usted tenía una militancia antigua, como otros compañeros de partido o de generación. ¿Qué hubiera sido de usted si no hubiera estado casada con Felipe González o hubiera vivido en La Moncloa?
-Me parece un ejercicio inútil, porque como no ha sido así, como has tenido la vida que has tenido, hay que mirar la parte positiva, que fue mucha. Todo el mundo tiene sus condicionamientos. Yo soy una mujer que lucho por tener mi propio espacio, mi propia vida, y Cádiz fue el espacio en que yo pude desempeñar mi trabajo político. Siempre sentiré agradecimiento y mantendré esta relación. Más que eurodiputada por Andalucía me siento por Cádiz.
-En un reciente encuentro, en Sevilla, comentaba su interés por venir y aportar a la política local su experiencia. ¿En qué sentido?
-Sí, me importa mucho que haya nexos entre lo que hacemos en Europa y lo que la gente aquí reclama. En estos momentos de incertidumbre lo que pueda servir para divulgar lo que hacemos ahora que hay una minoría de izquierdas en Europa, sólo cinco gobierno son socialistas y dos de coalición, y en la Comisión. Incluso con esas dificultades, intentamos que en Europa la voz de la izquierda tenga una presencia y sea capaz de poner en marcha iniciativas, aunque de la primera tacada no ganemos.
-¿Cree que su lucha por su propia carrera ha sido muy significativa para el feminismo español?
-Hay muchas mujeres que se han identificado conmigo, he sido una persona bastante como las otras mujeres, como otras muchas de mi generación, profesionales que han luchado por su propia supervivencia, por su espacio, por aportar algún contenido a la izquierda en el país, a la consolidación de la democracia, por luchar por lo que creíamos importante. Nuestra historia como mujeres en la izquierda en España yo creo que ha sido una historia de éxito.
-¿Cómo ha de adaptarse el feminismo a la nueva realidad?
-Sigue siendo una tarea pendiente mientras no consigamos que deje de ser un problema. Ojalá no tuviéramos que preocuparnos de la violencia contra las mujeres. Es una prioridad para la izquierda y para cuantos creen que los derechos humanos son inviolables.
-Ustedes, las mujeres del PSOE fueron un 'lobby' potente. ¿Cómo ve que haya desaparecido la paridad en la cúpula del partido?
-No sé exactamente qué número de mujeres hay en la comisión ejecutiva, pero la batalla de la paridad no se da en un solo golpe. Lo difícil es mantenerse. Antes, cuando hacíamos las listas electorales y decían que había que renovar siempre se renovaba a las mujeres... Eso va a ser siempre una tarea, hasta que lo deje de ser. Ojalá llegue el momento en que no tengamos que preocuparnos de esto.
-El último cambio de Gobierno ¿fue una vuelta atrás, con «más rubalcabas y menos bibianas», como se llegó a decir? ¿Cómo ve ese equilibrio?
-Efectivamente, es que es un equilibrio. Las dos generaciones se necesitan. No creo que los jóvenes que quieran olvidar el pasado tengan posibilidad de éxito, si no tienen conexión con lo que ha sido el pasado, pero tampoco que personas que han sido el pasado quieran eternizarse en el poder. No es lógico. Hay que dar paso a las nuevas generaciones. Lo bueno es ese cruce y que sea algo fluido, normal. La política ha sido siempre una gerontocracia. Nosotros somos una generación que ha comprendido que tiene que dejar paso, y eso no es normal. Incluso en Europa ves muchos países donde no se da esta renovación.
-Pues en la confección de lista de Cádiz, que bien conoce, va a haber un problema para las próximas elecciones: Rubalcaba ha dicho que quiere seguir presentándose por aquí; Chaves siempre lo ha hecho, está Bibiana, y luego los 'lugareños'... ¿Qué va a pasar?
-Esa es la suerte que tiene el Partido Socialista, es una suerte, que tiene muchos. Es una maravilla.
-¿Por qué ha vuelto a la política activa después de los cinco años de retiro que se concedió?
-Exacto, que me concedí, porque creo que es un privilegio que no todo el mundo tiene, tomar distancia respecto de tu propio trabajo. Me lo pude permitir sin saber si iba a volver, pero sí que había cubierto una etapa en mi vida. Entonces fundé el Círculo Mediterráneo y empecé a trabajar con los países del Magreb, en un trabajo de sociedad civil, para conectarme con muchas asociaciones del norte de África y crear una red de personalidades relevantes, líderes de opinión, sobre cuestiones de interés común. Cuando volví a reengancharme al trabajo político mantuve este objetivo, el diálogo y la relación política con estos países, con presencia en las delegaciones comunitarias dedicadas a estos temas. Me parece importante, como gaditana y andaluza, que trabajemos en esos contactos, aunque ahora pueda no ser una zona emergente. Pero lo será.
-¿Qué opina, en su calidad de experta, respecto a las relaciones con Marruecos, ahora en crisis? ¿Hay que variar la norma de conducta diplomática española?
-La mejor relación que podemos tener con los países vecinos es una relación de lealtad. Que de la noche a la mañana no cambies tus posiciones. Eso te permite generar confianza para el futuro. Lealtad no quiere decir que vayas a estar conforme con las decisiones que tomen otros, sino que tienes relaciones de confianza. En eso es en lo que hay que trabajar.
-Tras los incidentes en El Aaiún y todo lo que ha seguido, ¿da la impresión de que España es rehén de este conflicto?
-Es una imagen falsa, errónea. El principal papel de España en estos momentos es propiciar que no haya elementos que perjudiquen el diálogo entre el Frente Polisario y Marruecos. Como país, nuestro interés es que ese diálogo salga adelante. Cuando se producen estos acontecimiento, esa provocación para que el diálogo no se produjera sólo queda lamentarlo. ¿De dónde ha venido la provocación? Nosotros, los españoles, no somos responsables. Podemos decir que la política informativa ha sido un error de Marruecos, porque si el desmantelamiento del campamento ha sido pacífico lo lógico es que los periodistas lo hubieran podido certificar. Si no pudieron hacerlo eso da pie a todas las elucubraciones, y es negativo.
-¿Será posible salvar la euroorden, tras el abandono de Holanda? ¿de qué hablamos exactamente? Porque la jerga comunitaria se las trae...
-Se trata de que una mujer que tenga una orden de protección en España pueda disfrutar de ella, o sea del alejamiento de su agresor, en otro Estado. Eso es de especial interés en países del centro de Europa, muy cercanos, Bélgica, Francia, Alemania, Holanda, entre las que la gente se desplaza con frecuencia, y es de interés que esa orden de protección pueda valer. Teresa Jiménez Becerril (eurodiputada del PP) y yo hemos conseguido que el Parlamento europeo lo vote. Será el miércoles. Es posible que no haya votos suficientes. El anterior Gobierno de Holanda estaba a favor, pero no el nuevo, que está apoyado por la extrema derecha.
-Acaba de rechazarse la ampliación del permiso de maternidad ¿es un retroceso o es razonable, por la situación de crisis?
-Es un retroceso claro, aunque se justifique en la crisis, que es cierto que existe. Lamento que no haya salido, pero tendremos que seguir peleando. Ahora más que nunca las mujeres europeas nos tendemos que poner las pilas, somos las que más vamos a sufrir los recortes de esta crisis. Defendamos primeros nuestra integridad física y también nuestros derechos a un permiso de maternidad y paternidad que nos permita conciliar la vida familiar. También hay que hacer una reflexión demográfica. Europa necesita de aquí a los años 50 varios millones de habitantes más. Hay que hacer una política pro-natalista. Lo digo yo, que luché por la planificación familiar. Estamos en otra época.
-Otra época, en efecto. Estamos en plena redefinición de todos los valores clásicos, en la izquierda y en la derecha. ¿Cuál es su visión? ¿Pesimista, optimista?
-Ya decía Gramsci que hay que ser optimista de la voluntad. Es un problema de tu propia estructura mental. Es una tontería ser pesimista, no te lleva a ningún sitio, es un ejercicio inútil.
-Nos encontramos entre quienes pronostican el cataclismo y quienes no veían ni la crisis
-Nunca he dado demasiado crédito a los apocalípticos, porque aunque haya cambios bruscos, los seres humanos tenemos recursos para salir adelante. Lo peor que le puede pasar a Europa, y a España, es que pase a ser irrelevante, que su nivel de vida, de protección social, desciendan. Estamos redibujando el mapa de nuestras necesidades, de lo que tenemos que atender, de nuestros recursos. Nos encontramos en pleno proceso y no sabemos el final; en una crisis económica muy fuerte, que nos exige esfuerzos muy duros, pero también nos obliga a decidir qué es lo primero. Donde hay una necesidad tiene que existir un partido socialista para atenderla. Eso es así. Las expectativas de los que no tienen nada están en la izquierda. Están esperando que sea la izquierda quien se las dé.
-¿Le preocupa que Europa deje de contar en el contexto geopolítico? ¿Que los valores que simboliza queden eclipsados por el modelo ultraliberal americano, o la falta de democracia y derechos humanos en los países emergentes?
-Europa puede perder relevancia, pero lo que han significado los valores europeos pueden no ser nada en el futuro. Los países emergentes no tienen el mismo concepto que nosotros sobre el cambio climático, por ejemplo, o los derechos fundamentales. Pero a la larga, y a pesar de momentos críticos, todo el mundo se reclama de esos valores y aunque estamos ahora mismo en un diseño de poder diferente - los países emergentes ya son emergidos, ya están ahí-, como europeos nos tenemos que plantear cómo ser capaces de ser competitivos y al mismo tiempo defender nuestro modelo de vida. Ese es el reto, yo creo que es posible, pero hay que hacer una reflexión, qué te interesa defender. Estamos en un momento de encrucijada.
-Da la impresión de que los órganos políticos de la Unión están, cuanto menos, poco ágiles...
-Es que no es fácil, porque Europa se compone de países con mucho peso histórico y mucha vocación de protagonismo. Alemania tiene mucha fuerza como país, Francia también y no siempre están de acuerdo en desdibujarse y contribuir a la política europea. A veces mantienen su pulso y quieren defender sus posiciones, aunque no sean las mejores para Europa. Falta vocación europeísta en ocasiones en algunos líderes, en países, en decisiones. Estamos en pleno proceso, pero tendrá que venir.