CARTAS AL DIRECTOR

Cambios ortográficos

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La Real Academia Española (RAE, para los amigos) acaba de borrar de un plumazo (nunca mejor empleada la expresión) una serie de reglas ortográficas y un par de letras (la ch y la ll) que hasta ahora habían gozado de plena aceptación en el universo parlante del español. En su tarea de limpiar, fijar y dar esplendor al idioma de Cervantes ha creído que esta disposición vendrá a unificar criterios y regular formas que acomoden el castellano en su vocación inequívoca de universalidad. Alabamos la intención de perpetuar su misión principal, que no es otra sino velar «porque los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico» (sic). Bien está. Pero ¿qué ocurre con nuestra fidelidad a las normas del buen escribir después de siglos y cuyo arraigo costó lágrimas, sudor y lágrimas para habituarnos a ellas? ¡Cuántos pescozones no habrán prodigado los maestros de antes y tachones los profesores de ahora por esos apostrofes recurrentes de los que ahora se abomina!