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El surfing

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Tengo la impresión de que, en el terreno de la cultura, también se está extendiendo de forma progresiva el surfing, ese deporte marítimo que, en los últimos tiempos, practican muchos jóvenes y que consiste en deslizarse por encima del mar sorteando las crestas de las olas. Ignoro si en esta moda influyen las estrategias publicitarias o las condiciones tan confortables de vida que, a pesar de la crisis, disfrutamos en nuestra sociedad «líquida», pero el hecho comprobado es que está aumentando considerablemente el número de los escritores y de los lectores que no se atreven a navegar, a nadar ni, mucho menos, a bucear en los libros ni en la vida.

Una cosa es la elasticidad de los músculos para adaptarnos a los empinados y sinuosos caminos, y otra muy diferente permitir que se debilite la osamenta que nos proporciona estabilidad. Me refiero a esas convicciones profundas que hunden sus raíces en los principios sólidos de nuestra tradición occidental y que ha alentado una concepción de la vida humana inspirada en los principios clásicos y cristianos de nuestra cultura, estimulada por el afán explícito de conocer, de jerarquizar, de explicar y de difundir esos valores que dignifican a los seres humanos que, guiados por unos deseos de autorrealización y de perfeccionamiento, aspiran noblemente a las metas de la armonía, de la justicia, de la solidaridad, de la paz y de la fraternidad. Estas elementales reflexiones se me han ocurrido mientras contemplaba con gratitud el elocuente acto de la entrega de los Premios Príncipe de Asturias. Le confieso que, más que en los bellos discursos, me he fijado en los modelos de esas personas normales que, con sus comportamientos coherentes, cuestionan nuestros irracionales e insolidarios hábitos de vida. He meditado sobre estas vidas que están alentadas por un impulso encaminado a ahondar sus raíces más íntimas, a profundizar en ellos mismos ensanchando sus horizontes para acercarse a los demás, para alargar el tiempo y para elevar la vida. Estoy convencido de que ésta es la fórmula más razonable para explicar al ser humano como el ser que desea la felicidad y que está abierto al bien: éstos son, efectivamente, los patrones que hemos de seguir para abrir surcos por los que discurran las mejores virtudes, los valores que nos definen como personas y comos seres sociales titulares de los derechos y de las libertades fundamentales. Ésta es, a mi juicio, la mejor manera de fomentar la paz, la justicia, la solidaridad, el progreso y la convivencia.