«La próxima visita... será con dinamita»
Los sindicalistas vivieron intensamente un día en el que se jugaban recuperar «parte del prestigio perdido en la calle» Los piquetes se fueron calentando a lo largo de la mañana, entre tensiones, encontronazos y nervios
Actualizado: GuardarManuel J. dice: «El tabaco, en ayunas, tiene que matar el doble». A las cuatro y media de la mañana, frente a la cochera de Comes, hay pocas maneras de entretener el tiempo. Así que la gente charla, escucha la radio o fuma. Manuel J. se sacude el frío, frotándose las manos a conciencia, y vuelve a tirar del Chester. Una 'lechera' de la Policía Nacional, de ronda por Zona Franca, dobla justo en la esquina del garaje. El medio centenar largo de piqueteros que espera a que salgan los autobuses empieza a aplaudir. Hay tres unidades más aparcadas bajo el puente, y otras tres en dirección a Puerto Real. Junto a la verja que separa las vías del tren de la carretera, seis agentes, en formación, adelantan los escudos, como una falange romana. «Coño, qué despliegue. Ni que fuéramos terroristas». Manuel se acuerda un instante de la Santa Trinidad, pero interrumpe el insulto con un golpe de tos seca. Su rabia, esta vez, no va contra los 'maderos'. Se queja de la rasca, del tabaco, y de la mala idea que fue no coger un abrigo 'gordo', por si acaso. Para colmo, no le enciende el mechero.
Pide fuego. José R. busca el encendedor en un bolsillo del chándal. Debe rondar los sesenta. Zapatillas, barba rala, gorra naranja, del Ocaso. «¿Tú crees que habrá bronca?». Manuel le responde rápido, sin pensar: «No». «Muchas vueltas estoy viendo», replica el otro. «Los polis están más jodidos que nosotros. Ahora, si la cosa se complica...».
José R., veterano de Comisiones, prejubilado del Trocadero, se ha pasado la noche echando un cable en las 'tareas de intendencia'. Es afiliado de a pie, y lleva años sin «meterse en faena», pero dice que en esta huelga los que se juegan el futuro no son sólo los del PSOE, ni los trabajadores «en la cuerda floja», sino «también los sindicatos». «Hemos perdido mucha credibilidad. Ya tocaba dar la cara».
Pedro R. oculta la suya bajo una gruesa bufanda de lana. Junto a otro compañero carga con un pivote de plástico, probablemente 'prestado' de las obras de la mejora de los accesos a Cádiz. Lo colocan frente a la cochera de Comes y le prenden fuego. El resultado (una columna exigua de humo negro y pegajoso), no parece suficiente incentivo para los números vigilantes de la Nacional, que observan impertérritos la estampa. Alguien aparece con una papelera y la suelta en las llamas. Manuel J., por fin, se calienta.
En el grupo están los máximos dirigentes de CC OO y UGT de la provincia, pero también chavales como Pedro R., con sus vaqueros raídos, su aro pirata y su camiseta de El Ché. Cuando las tres furgonetas de la Policía empiezan a escupir agentes, a las puertas de la cochera de los autobuses, Pedro forma parte de la barrera que se interpone entre los uniformados y la entrada.
Verdades y mentiras
Los sindicalistas no parecen muy dispuestos a franquearles el paso, suenan incluso los cerrojos de la cancela, y el jefe de la Policía pregunta por un responsable. Mientras Pedro R. y otros jóvenes de 'la camada' escoltan al portavoz, el agente les explica: «Miren, hay unos servicios mínimos y se van a cumplir. Eso no significa que yo, personalmente, no les entienda, y hasta puede que les respalde, pero los servicios pactados se cumplen». La Policía empuja, sin aspavientos, a Pedro R. y al resto de la troupe hacia ambos laterales, y los seis autobuses salen de un tirón, blindados contra los insultos: vendidos, esquiroles, esclavos...
El piquete se disgrega. Pedro R. anuncia que se larga, «junto a la peña de Izquierda Anticapitalista», a dar una vuelta por el campus. Manuel J. elige Diputación. José R. quiere un café. «Nos vemos luego, por El Palillero». «No te rajes».
En el Palacio Provincial, Manuel J. le cuenta a Ricardo M. la escena surrealista que acaba de presenciar. «Estábamos en la puerta, haciendo un poco de bulto, dificultando el paso, y entonces viene un poli viejo, bastante chulo, y se encara con Manuel (secretario provincial de CC. OO). El poli, en plan prepotente, le dice que ya pueden ir despejando la entrada, pero entonces se arma un jaleo por detrás. Resulta que un tipo está intentando sacar su coche, pero las lecheras de los Nacionales no lo dejan, y comienza a gritar que la Policía le impide ir a trabajar. Al final, le han dado un empujón contra la pared».
Ricardo M., jersey de pico, fresco y recién afeitado, le replica que en la puerta de Comes le han dado un manotazo a un compañero. Y que hay otros dos o tres en Comisaría. Los rumores pasan de la cabeza a la cola del 'pasacalles' que recorre el centro. Las versiones, cada vez más exageradas, incluyen amenazas explícitas y cargas policiales.
Para cuando terminan las valoraciones, los ánimos están definitivamente crispados, a pesar de la euforia. Hay una nueva directriz: «Vamos a cerrar El Corte Inglés». La marcha hacia el centro comercial corta el tráfico, a la altura de Canalejas, y después se divide. Un grupo (el colectivo Jaleo, más CGT) continúa por la avenida, y el otro baja por la carretera de Astilleros. Cuando Manuel, José, Pedro y Ricardo alcanzan la gran superficie, ya está 'chapada' a cal y canto. Sólo les queda corear las consignas. La más exitosa, con diferencia, fue: «La próxima visita, será con dinamita».