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GLORIAS Y MISERIAS DE LA TRANSICIÓN

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Hay quien tuvo la desdicha de ver en directo uno de los sucesos más bochornosos de final del siglo XX, la mascarada golpista del 23F. Sostenía Torres Balbás que el golpismo procede de las influencias islámicas presentes en nuestras tradiciones culturales: para el pensamiento cristiano el poder dimana de Dios, legitimidad que el laicismo traslada a la voluntad popular, mientras que para los musulmanes Dios no interviene en estas cuestiones terrenales, los más fuertes se imponen sin necesidad de legitimación divina. Aquella luminosa tarde del 23 de febrero de 1981 la pasé con una alegre novieta en la playa de La Barrosa aún no colonizada por la deprevación urbanística. Mi compañera era enfermera del Zamacola y sólo volvímos a un mundo ensombrecido cuando a las 10 de la noche ella comenzó su trabajo nocturno.

¿Cómo podría prosperar un golpe decimonónico en la Europa de los ochenta? La imagen de un fantoche con tricornio y pistola en alto sobre la tribuna del templo de la soberanía popular recorrió el mundo cuando ya las cosas se habían aclarado. Evitaré analizar el extraño acontecimiento pues tanta repugnancia me produce que apenas he leído acerca de las perplejidades que aún provoca. Destaco dos hechos. De entrada, la actitud antigolpista de los Jefes de Estado Mayor, nada ajena a la decidida militancia de izquierdas de sus propios hijos, como era el caso de los generales Aramburu y Gabeiras, no era cuestión que sus conmilitones fusilaran a los chicos. Más aún, que el jefe de la conspiración fuera un militar progresista y amigo personal del Rey como el General Alfonso Armada.

Un par de años antes de la muerte de Franco, la prestigiosa editorial francesa Gallimard editó un libro del periodista español Ramón Chao 'Aprés de Franco, l'Espagne' (Después de Franco, España). Por entonces la polémica era: ¿transición o ruptura democrática? Casi todos los demócratas apostaban como Chao por lo segundo, pero ya sabemos que los pronósticos rara vez se cumplen. Al poco de dimitir como ministro de Cultura de uno de los gabinetes de Felipe González, Jorge Semprún aclaraba que adoptó tal decisión cuando en un banquete tuvo que compartir mesa con el policía que le había torturado en plena dictadura y que en ese momento ocupaba un alto cargo en Interior. Fue ése el precio que hubo que pagar para hacer posible la transición. De últimas, como escribió J. Roth: «La alegría de haber bregado por una gran idea sigue determinando nuestra conducta mucho después de que la duda nos haya vuelto lúcidos, conscientes y desesperanzados».