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«Es bueno para todos»
Una marea humana toma Madrid en la mayor fiesta de la historia de España
MADRID. Actualizado: GuardarSuelen repetir los expertos que una crisis económica tiene mucho de psicología y que una de las causas de que la omnipresente bicha se haya agudizado y recreado en España es ese estado perenne de debacle colectivo. España, deprimida, no gasta ni invierte y se recluye a la espera de tiempos mejores. ¿Sirve la celebración de un Mundial de fútbol? Puede que sea un espejismo, al menos seguro que es algo pasajero, pero el de este lunes era el estado de ánimo de un país exultante. Una nación despreocupada, radiante y eufórica que aparcó sus problemas para tomar las calles y celebrar con los jugadores la consecución del campeonato del mundo de fútbol. Madrid tiñó su centro de rojo y se convirtió por unas horas en el escenario casi irreal de una desbordante alegra colectiva.
El mayor título de la historia del deporte español tuvo un recibimiento a la altura. La de este lunes fue sin duda la mayor fiesta de la historia en un país ya famoso por sus fiestas. La tentación inicial era comparar el momento con unos Sanfermines o una Nochevieja. El día del partido, justo antes, la sensación se asociaba a la de un 31 de diciembre. Expectación, preparativos y mensajes de móvil. El pitido final del árbitro fue como el estallido del chupinazo. Locura y eclosión festiva. Este lunes, eso sí, se acabaron los símiles. Se acabaron las medidas. Incluso para la organización, que vio cómo el autobús de los jugadores apenas podía circular ante los embates de la multitud, lo que causó un considerable retraso en una tarde seca y calenturienta, aliviada por los cánticos, las gracias y los cubos de agua lanzados desde los balcones.
Dos horas antes de la llegada del autobús en el que viajaban los héroes de Sudáfrica, la centenaria Gran Vía madrileña, más engalanada que el día de la boda del Príncipe, lucía un aspecto impresionante. Miles de personas sobre un asfalto invisible que cantaban, daban palmas y hacían la ola, remarcando la sensación de que allí se había formado una tremenda marea humana. Un mar de color rojo que se movía de forma uniforme. «Ay, si nos uniéramos así para otras cosas, como para solucionar la crisis», decía un hombre, estupefacto. A su lado, Miriam Sainz, de 44 años, parecía radiante: «Esto es bueno para todos. A mí no me gusta el fútbol, pero celebrar algo así me parece único. Una oportunidad. He venido desde Toledo con mi hijo de 8 años porque no quiero que se lo pierda».
Proliferaban los jóvenes y se dejaba ver el alcohol, pero la calle estaba en manos de familias enteras que parecían apreciar la trascendencia del momento. El convencimiento de que estaban participando en la Historia y querían que los pequeños lo disfrutaran y lo pudieran contar de mayores. Uno de ellos, Jess Moreno, de 9 años, había llegado desde Talavera de la Reina de manos de su tío Use, un farmacéutico que, como tanta gente este lunes, se había pedido el da libre. «Son un ejemplo para los niños -decía-. No es que sean buenos, que son increíbles, sino que encima son muy buena gente. Aquí hay que estar porque esto hay que celebrarlo con ellos. Han hecho mucho bien».
Lo que este lunes quedaba fuera de toda duda es que el festejo por un triunfo tan trascendente ha unido a millones de personas. Se veían en las calles de Madrid pancartas en apoyo a los barcelonistas Pujol, Xavi e Iniesta, y se entonaba constantemente el «Illa, illa illa, Villa maravilla». No había jugadores del Barça o del Real Madrid. Todos eran de 'La Roja'. Y en la calle no había aficionados al fútbol, sino cientos de miles de personas radiantes, dispuestas a gritar esta vez su alegría. Un grito que fue ensordecedor cuando el ansiado autobús se dejó ver al fin en la calle. Una señora rompía a llorar desconsolada, como Casillas tras el gol de Iniesta.
-Señora, ¿se encuentra bien?
-Claro que me encuentro bien. ¡Es que son muchos sentimientos de golpe!
Los niños miraban a sus ídolos con los ojos brillantes, como quien contempla a los reyes magos. No venían de Oriente, sino de Johannesburgo, pero traían, eso sí, un regalo, la copa, de ensueño. Un padre elevaba a su hijo a hombros, emocionado: «Dentro de nueve meses habrá Baby Boom, ya verá, y habrá un montón de críos que se llamarán Andrés. Por Iniesta».