ESPAÑA SEGÚN INIESTA
Gane o no, este grupo ha logrado el triunfo del ejemplo, que va mucho más allá de la victoria
Actualizado: GuardarPor uno de esos juegos de clasificación tan absurdos, siempre me ha gustado aquello que dijo el facha de John Wayne: «Las buenas personas hablan poco, despacio y bajito». Esa frase reaparece cuando se ve a Iniesta, uno de esos pequeños cuerdos que han conseguido llevar a la selección española de fútbol, literalmente, a lo nunca visto. Un maestro del periodismo andaluz preguntaba en una barra: «¿Pero Iniesta te cae bien sin conocerle?». Por seguir con la línea irracional: pues sí.
Hagan lo que hagan esta noche, gran parte de los jugadores que forman ese equipo ha conseguido un triunfo que va más allá de la victoria. Si sale mal y se pierde, nadie les quitará el mérito de hacer vivir la esperanza («nunca es vana») a millones de espectadores descreídos.
Han servido la primera final mundial del juego que más gusta a este país. Y a través de la excelencia. O, al menos, de su búsqueda. Sin una mala palabra. Han respetado a cada rival. Han aceptado el revés inicial, las dudas del camino, sin abandonar la confianza ni hacerla soberbia. Eso ha parecido y, en su mundo televisado, lo que parece, es.
Al cabo, añaden al marcador la virtud complementaria, pero enaltecedora, de aportar ejemplo, a los niños sobre todo, que es uno de los pocos usos del deporte profesional, más allá de la distracción. Añadir a este logro, ya inamovible, otros poderes paliativos sería subrayar la molesta etiqueta de pan y circo que siempre cuelga de todo gran evento lúdico.
Ya se sabe. Mañana, el número de parados será idéntico. Las familias estrelladas, las mismas. El cainismo partidista apenas habrá descendido por unos días. Nuestras carencias serán iguales. Seremos el mismo país con nuestras mismas vidas.
O casi, porque tendremos un recuerdo inútil y hermoso. Si hubiéramos caído con Portugal, tampoco saldríamos antes de la crisis ni habríamos despertado, como pueblo, a ninguna realidad. Como Nick Hornby contó en 'Fever Pitch', ningún pegamento como el fútbol fija las piezas de la memoria en los niños que han nacido con ese deporte alrededor. Y en nuestro recuerdo, ojalá en el de los que tienen muchos menos años que nosotros, quedará un grupo de tipos de fiar, discretos, bien formados, que aprendieron a hacer su parte y llevaron esa honestidad, aparentemente sencilla, a la eficacia que los resultadistas siempre casan con la trampa, el atajo, la mentira y la picardía.
Queda la sensación de que unos cuantos chavales criados en un sistema formativo estable (La Masía puso a siete de los once que ganaron a Alemania) son capaces de alcanzar cualquier objetivo si están liderados por coordinadores respetuosos, capaces de escuchar, que no creen trabajar con vagos ni pillos, que priman la participación, son adictos a la sensatez y nunca responden a las provocaciones ni buscan complots o culpables (Guardiola y Del Bosque).
Estos críos con suerte contagiosa han rodeado su impecable carrera deportiva con algo parecido a una buena formación académica y a la mesura personal. Tienen el don de reconciliar al espectador con su especie, su tierra y su tribu.
Han permitido que varias generaciones recuperen una bandera (la de todos, la que tiene un león como único animal presente) guardada hace medio siglo en un cajón, junto a la naftalina, los bandos y los complejos. Han permitido que brote un nuevo tipo de patriotismo irreflexivo e inofensivo, ése que sólo puede estar asociado al deporte, que apenas ofende a los demás (igualmente bochornosos si van más allá del juego). Iniesta es un chico de pueblo manchego, formado en Barcelona y considerablemente querido, porque sí, en todas partes. Como Xavi 'El Metrónomo', como el precoz sabio Busquets, el potente y limitado Alonso, el insistente Villa o en el perpetuo equilibrista Iker.
Se han dedicado a formarse, a escuchar y ver para aprender, a trabajar, luego a intentarlo, una y otra vez, hasta rozar la excelencia o, al menos, hasta conseguir tener la conciencia laboral como una patena.
Ni se rajan ni rajan. Llegan, hacen su tarea (resulta que mejor que nadie, pero eso va por días) y se van. Es cierto que se forran, pero cumplen su parte del pacto con una actitud que, por buenos que fueran, era imposible encontrar en Maradona, Zidane, Guti, Cantona, Pelé, Schuster o Garrincha. De los artistas, sólo interesa su obra, no su vida. Parecer buenas personas no les hace mejores futbolistas. Pero sí les convierte en mejor referencia, para lo único que pueden servir más allá del campo.
Por volver a la generalización injusta de John Wayne, qué alegría que ganen los que hablan poco, bajito y despacio si juegan mucho, por todo lo alto y a la velocidad de la luz.
Es fútbol. Todas las comparaciones, por burdas que sean, están permitidas: ¿Imaginan que en este país cundiera el ejemplo que transmiten? ¿En cada grupo, en cada competición diaria, en cada reto ajeno al deporte?
Es imposible, pueril, simplista, hasta indeseable, pero nos lo han hecho pensar por unos días.
Así, tienen permiso hasta para perder. Pero si ganan...