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Wendy se hizo mayor

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Confesaba hace poco a una joven amiga mi asombro de veterano sesentero ante la recuperada costumbre de las uñas pintadas y otros usos femeninos que en un tiempo creímos abandonados para siempre. En mayo del 68 yo gozaba los diecinueve años de edad y en aquel tiempo, tanto una aguda rebeldía generacional como la maduración del feminismo, habían modificado no sólo las relaciones de género sino también la estética. Aquellas compañeras que por entonces me iniciaron en el secular fluir del amor, se habían apeado de los tacones de mamá y despojado de todo tipo de afeites de la ancestral cosmética. Los jóvenes de entonces no habíamos sufrido los horrores de la guerra y apenas conocimos la oscura posguerra. El optimismo generado como reacción a las penalidades del pasado propició que chicos y chicas creyéramos vivir una edad feliz, inocente y desalmada. Fueron tiempos a la vez turbulentos y dichosos; en ese mundo más plural muchos jóvenes soñamos un futuro mejor e incluso creímos poder conquistarlo con tierna inocencia entre las porras de los grises de a caballo y baños a presión de cisternas policiales.

Esas chicas valientes del final de los sesenta que escuchaban a Bob Dylan, leyeron a Jack Kerouac y disfrutaron las películas de Jean-Luc Godard, en algún momento perdieron la cándida euforia juvenil, aprendieron a montarse en tacones cercanos y ahora observan con tierna curiosidad cómo sus hijas retoman los modos que ellas habían rechazado. El siglo XXI no ha resultado tal cual presagiaron los profetas. No hay más que volver a ver la excelente película de Stanley Kubrick, '2001 Odisea del Espacio' que se rodó precisamente en 1968. La iconografía de la ciencia ficción nos suponía ataviados como Flash Gordon, y si recordamos utopías y ucronías como las de Wells y Orwell comprenderemos que los pronósticos nunca aciertan.

Hace bien poco disfruté la graduación de mi hija de diecisiete años y quedé sorprendido viendo a sus compañeras sobre altos tacones que deben exigir cierta pericia y arregladas a un modo entre el estilo de mi madre y el de las muñecas Barby. Cuando en los sesenta las chicas se despojaron de los atributos asociados al tópico de la mujer objeto, no creímos presenciar la vuelta de aderezos y pinturas. Me contaba en La Habana la ingeniera María Bujasán el pedido de su hija adolescente: «Ay mami, cómprame para mi cumpleaños unos zapatitos de ginetera». Wendy decidió crecer y un desconcertado Peter Pan ya derrotado por el Capitán Garfio, la mira fascinado.